Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 10 de febrero de 2011

LONG TAIL (PHI PHI, TAILANDIA)


 
En las islas Phi Phi no hay carreteras, apenas caminos. Sólo sendas embarradas e imposibles que no llevan a ninguna parte, al borde del mar entre árboles espesos y mosquitos, a cabañas dormidas que se alzan sobre postes y cangrejos, a pedazos de soledad azul. Senderos que se cierran a medida que se abren, donde el aliento y el aire es agua.

Los coches en las islas Phi Phi son inverosímiles pues no tienen donde clavar sus fauces y garras de animal salvaje. Los pies descalzos y a lo sumo las bicicletas campan a sus anchas por la arena y el barro de Tonsai.  La tierra se disuelve en espuma por todos los rincones, la costa tibiamente se va deshaciendo en terrones morenos que las olas arrebatan con su respiración. 

En las Phi Phi los caminos son circulares pues siempre terminan dando la vuelta y girando como peonzas. Para ir de un lugar a otro la vía más corta y rápida no es la línea recta, sino la curva y la parábola sobre las olas en torno a los arrecifes y acantilados. Los taxistas esperan al borde del agua para arrancar el motor y deslizar sobre el mar su barca de proa alta decorada de mil colores. Los long tail revolotean en torno a las islas como abejas rasgando con su hélice de largo mástil las sendas efímeras que unen las tierras.

(Islas Phi Phi, noviembre de 2010)




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LONG TAIL  (PHI PHI, THAILAND)
In Phi Phi islands are no roads, just paths. Only muddy and impossible trails leading nowhere, to the seaside among dense trees and mosquitoes, to sleeping cabins rising on poles and crabs, to pieces of blue solitude. Trails that close as they open, where breath and air are water.

The cars in the Phi Phi islands are unlikely since they have nowhere to sink their wild animal's fangs and claws. Bare feet and at the most bikes roam freely on Tonsai's sand and mud. The earth dissolves into foam everywhere, the coast warmly crumbles in brown lumps that the waves take away with their breath.

In Phi Phi islands the ways are circular because they always end up turning around and spinning like tops. To get from one place to another the shortest and fastest route is not the straight line, but the curve and the parabola on the waves around reefs and cliffs. Taxi drivers await at the water's edge to start the engine and glide over the sea their high bow boat decorated in a thousand colors. The long tail flutter around the islands like bees tearing with the long mast propeller the ephemeral paths that connect the lands.

(Phi Phi Islands, November 2010)
 (c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

PROAS DE PIEDRA (PHI PHI, TAILANDIA)



En el mar de Andamán los barcos se vuelven piedra. 

Los galeones de altos mástiles, hogar de corsarios, bucaneros y filibusteros, pierden poco a poco, a golpe de ola y tifón, su piel rugosa de alga y molusco, de aleta de tiburón y caparazón de tortuga, mutando su casco de madera podrida en vetas de roca, alma de arena. Los palos se tornan columnas de tierra seca, las amuras asemejan caminos imposibles, el castillo de popa es un acantilado agujereado de nidos, el máscaron de proa un salto temerario. Y los piratas sueñan en las profundidades la leve vigilia del pez león, del tiburón tigre.

En el mar de Andamán, las islas Phi Phi se retuercen entre selva y océano alzando las proas inmensas de sus navíos telúricos contra el viento de los trópicos. Koh Phi Phi Don estrecha su cintura de avispa entre dos mares turquesas. Koh Phi Phi Leh despierta de su letargo ante el acoso salvaje de invasores que sitian Maya Beach cada mañana.

En el mar de Andamán las Phi Phi son un sueño de verano convertido en piedra, agua y flores.

(Islas Phi Phi, noviembre de 2010)








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STONE PROWS  (PHI PHI, THAILAND)

In the Andaman Sea, the ships become stone.

The galleons of tall masts, home of pirates, buccaneers and freeboaters, lose little by little, by wave and typhoon, its rough skin of seaweed and mollusk, of shark fin and turtle shell, turning their rotten wooden hull into rock veins, soul of sand. Masts become dry earth columns, bows resemble impossible paths, the poop deck is a nest-riddled cliff, the figurehead is a daredevil jump. And the pirates dream deep in the slight wakefulness of the lionfish, of the tiger shark.

In the Andaman Sea, Phi Phi islands writhe between forest and ocean raising the huge prows of their telluric vessels against the tropical winds. Koh Phi Phi Don narrows its wasp waist between two turquoise seas. Koh Phi Phi Leh awakens from its slumber to the harassment of savage invaders besieging Maya Beach each morning.

In the Andaman Sea, Phi Phi islands are a summer dream turned into stone, water and flowers.

(Phi Phi Islands, November 2010)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 8 de febrero de 2011

COSTUMBRES (LADAKH, INDIA)

En el estado de Kashmir & Jammu, donde el rombo del subcontinente se cierra con un nudo, los rincones se estrangulan y las fronteras desaparecen, la India comprime su talla de gigante en un mínimo espacio de montañas y desiertos entre las costuras del Tibet y de Pakistán. 

A un lado, el límite difuso de línea discontinua juega al escondite con los lectores de atlas y mapas para  nunca estar donde se espera y acabar siempre en un lugar diferente. Los afilados acentos del Karakorum atraviesan el tamiz de Cachemira sin apenas advertir el cambio de lengua, raza o religión. Al otro extremo, el Tibet se derrama por encima de las vallas e invade las tierras ocres de Zanskar y Ladakh sin encontrar apenas resistencia. En ese cruce de caminos, la India deja de serlo y no puede evitar vivir permanentemente en casa del vecino.

Y en Ladakh, entre chortens, gompas y cumbres, perduran costumbres curiosas que sorprenden al visitante desprevenido. 

Los gigantes ponen los dedos de sus pies a secar al sol después de cada aguacero.


Los camiones se sueñan barcas y circulan bajo los puentes.


Las piedras abren agujeros para tragarse a los lobos.


La colada se tiende en las cumbres de las  montañas.


(Ladakh, agosto de 2006)



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CUSTOMS  (LADAKH, INDIA)

In the state of Jammu & Kashmir, where the subcontinent's diamond is closed with a knot, the corners are stragulated and borders disappear, India compresses its giant size in a tiny space of mountains and deserts between the seams of Tibet and Pakistan.

On a hand, the vague boundary of broken line plays hide and seek with the atlases and maps readers to never be where expected and always ends in a different place. Karakorum's sharp accents cross the sieve of Kashmir hardly noticing the change of language, race or religion. At the other hand, Tibet spills over fences and invades Zanskar and Ladakh's ocher lands finding little resistance. At this crossroads, India ceases to exist and can not help but living permanently in a neighbour's house.

In Ladakh, among chortens, gompas and peaks, remain odd customs that surprise the unaware visitor.

Giants lay their toes in the sun to be dried after each shower.
Trucks think they are boats and travel under the bridges.
Stones open holes to swallow up the wolves. 
The laundry is hung on the tops of the mountains.

(Ladakh, August 2006)

(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

jueves, 3 de febrero de 2011

MANGGARAI TV (ISLA DE FLORES, INDONESIA)



Los manggarai no tienen televisión.

Ni pantalla plana, ni LCD, ni plasma. Ni siquiera un aparato de lámparas. Ni antena ni cables surgiendo del tejado cónico de sus chozas. Tampoco tienen cine ni teatro, por lo que cuando un espectáculo digno de ser contemplado visita su poblado, se sientan en filas apretadas y ojos como platos a ver la función. Y a juzgar por la troupe, debía de ser una representación de alto calibre.

Los manggarai habitan en la jungla profunda de la isla de Flores, perdidos entre la maleza de una de las miles de islas que forman el archipiélago indonesio. Flores portuguesas bañadas por las aguas cálidas de los mares índicos, rodeadas de corales y peces león, coronadas de volcanes enrojecidos, más allá de la línea Wallace que no divide nada pero lo separa todo.

Llegar hasta su poblado de Warebo desde Ruteng costó un día a motor y otro a pie. Bailando sobre las pistas de tierra, entre olas, arrozales y sonrisas, el pequeño camión consiguió llegar al anochecer hasta el refugio en el borde de la selva donde las sanguijuelas esperaban su cena. Una marcha sumergidos en la bruma eterna de la jungla indonesia que atrapa las nubes y las engulle en gotas efímeras sobre las grandes hojas. Y unas gallinas atadas por las patas balanceándose entre cloqueos colgadas del cinturón de un nativo, junto a su gran machete.

Cuando ya sólo hay niebla y todo es niebla, un claro se abre entre los árboles tropicales y surge la silueta fantasmal de unos techos enormes de paja mojada. Las chozas más grandes del mundo, rascacielos sutiles entre las frondas. En lugar de construir decenas de ellas, los manggarai se agrupan en clanes y grandes familias de múltiples miembros en el círculo gigantesco de pocas casas de varios pisos. La oscuridad espesa  del interior nos recibe descalzos y nos abraza. Ceños fruncidos. El sacrificio de un gallo blanco dirá si el año que comienza será próspero o aciago. La suerte del blanco ajeno también se decide. Los gritos desaforados del animal entre plumas al viento marcan el oráculo. Sonrisas y arroz hervido con verduras para cenar, sin sangre de gallina para mí, por favor.

A la hora de dormir nos tumbamos sobre las esterillas en un rincón tratando de molestar lo menos posible a los anfitriones. Fuera, la noche cubre la selva y la bruma desfigura la noche. Lluvia y frío que destemplan el alma y el estómago. El café sobreazucarado también ayuda. Comienza el espectáculo. Abuelos, padres, hijos y algún perro ocupan su sitio en la platea para no perderse ni un segundo de la función, no todos los días llegan al pueblo el circo. Ni un suspiro, que no se escape un detalle. Al principio cuesta conciliar el sueño, varios cientos de ojos fijos desvelan a cualquiera. Pero a todo se acostumbra uno. El cazador cazado. Los manggarai se acostaron tarde esa noche, no era para menos.

Cuando abrí los ojos por la mañana los manggarai seguían allí.

(Isla de Flores, agosto de 2007)



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MANGGARAI TV (FLORES ISLAND, INDONESIA)

The Manggarai have no television set.

Neither flat screen nor LCD nor plasma. Not even a lamp unit. Nor aerials nor wires emerging from the conical roof on their huts. They have no cinema nor theater, so when a sight to be seen visits their village, they sit in tight rows and eyes wide open to see the show. And judging by the troupe, it was probably a high caliber performance.

The Manggarai live deep in the jungle on Flores island, lost among the undergrowth of one of the thousands of islands that make up the Indonesian archipelago. Portuguese flowers bathed by the Indian Ocean's warm waters, surrounded by coral reefs and lionfishes, crowned by reddened volcanoes, beyond the Wallace line that does not divide anything but separates all.

Reaching their Warebo hamlet from Ruteng took a day by engine and another on foot. Dancing on the dirt tracks, between waves, rice paddies and smiles, the little truck managed to get to the hut at dusk on the jungle's edge where the leeches were waiting for their dinner. A hike immersed in the eternal haze of the indonesian jungle that catches the clouds and engulfs them in ephemeral drops on the large leaves. And some hens tied by their legs dangling and clucking hung from a native's belt, by his big machete.
 

When there is anything but mist, a clearing opens among the tropical trees and emerges the ghostly silhouette of huge wet straw roofs. The world's largest huts, subtle skyscrapers in the foliage. Instead of building dozens of huts, the Manggarai are grouped together into clans and extended families of multiple members around the giant circle made by a few multi-story houses. The thick darkness inside welcomes us barefoot and embraces us. Frownings. The sacrifice of a white rooster will tell whether the year will be prosperous or ominous. The white people's fate is also at stake. The animal's frenzied screams among feathers on the wind make the oracle. Smiles and boiled rice with vegetables for dinner, not chicken blood for me, please.

At night, we lie down to sleep on mats in a corner trying to disturb the hosts as little as possible. Outside, the night covers the rainforest and the mist distorts the night. Rain and cold that chill the soul and the stomach. Oversweetened coffee also helps. The show begins. Grandparents, parents, children and some dogs take their places in the stalls not to miss a second of the performance, not every day the circus comes to town. Not a sigh, not a detail to miss. At first, some troubles to get to sleep, hundreds of fixed eyes keep anyone awake. But you get used to everything. The hunter hunted. The Manggarai stayed up late that night.

When I opened my eyes in the morning the Manggarai were still there.

(Flores Island, August 2007)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó