Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 25 de enero de 2011

TURQUESAS (HIMALAYA, NEPAL)



Las montañas tienen raíces azules en sus cavernas secretas de humor frío
Tienen raíces verdes bajo la noche pintada de estrellas
Se tiñen de piedra preciosa y collar de hielo cuando las miro al azar o por sorpresa
Se hacen luz líquida de nube sólida que se vierte cuesta abajo en fotones imposibles de color
Se visten de azogue cuando duermen horizontales
Las montañas son turquesas

(Himalaya, Nepal, octubre de 2010)







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TURQUOISES  (HIMALAYAS, NEPAL)

Mountains have blue roots in their secret caverns of cold humor
Have green roots under the star-painted night
Are dyed  as gemstone and ice necklace when I look at random or by surprise
Become liquid light of solid cloud that is poured downhill in impossible color photons 
Dress in quiksilver when sleeping horizontally
The mountains are turquoises

(Himalayas, Nepal, October 2010)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 18 de enero de 2011

EL BORDE DE LAS COSAS: RUREC SUR II, 5320m (CORDILLERA BLANCA, PERÚ)


Los tres Rurec Sur

La noche de carbón se hacía laberinto entre las piedras grises junto a la laguna Tararhua. La estrella sobre la frente iluminaba la punta de mis pies en su círculo amarillo ocultando las otras estrellas a años luz de nuestras huellas, como un mapa borrado por el tiempo. Al tocar la tierra vieja de la morrena un fulgor azulado comenzó a inundar la vasija redonda de la quebrada subrayando de plata los contornos de las rocas y los bloques de hielo. Las cosas, que hasta entonces habían sido mancha gris y  borde oscuro, fueron tomando nombre lentamente. Con el pulso vibrante de emoción y los ojos de vidrio recogimos el material que habíamos depositado dos días antes a pie de glaciar y nos adentramos en sus rincones.

La punta asombrosa del Huantsán emergía fulminante detrás del horizonte como un mástil de barco inalcanzable echando su sombra sobre la pirámide del Yahuaraju y el enorme merengue del Rurec que parecía desmoronarse en cubos de azúcar. El camino se empinaba entre pasos de cristal dejando el suelo cada vez más abajo. La luz  redonda lo invadía ya todo y se perdía a cada instante en un caos de penitentes que erizaban el lomo de la montaña con cientos de púas blancas. De nuevo el laberinto. A la espalda, el Shaqsha y el Cashán cerraban la quebrada como centinelas soñolientos en duermevela, distantes, como si  habitaran en otro planeta. La cumbre del más alto de los Rurec Sur seguía estando tan lejos como dentro del saco de dormir horas antes. 

La lengua hinchada del glaciar saliendo de la sombra
Remontando el glaciar hacia los Rurec Sur
Insignificante
La delgada línea de la vida

En un vistazo al altímetro los 5000 metros saltaron de pronto desde el estómago de las grietas. La senda se volvía serpiente retorcida en curvas y espirales esquivando las arrugas del glaciar que se desperezaba arañado por crampones y rizos de cuerda. El sol se arqueaba en la cúpula refulgente sobre nuestros cascos mientras las huellas parecían deslizarse cuesta abajo sin querer avanzar. Los seracs no eran como en las fotos de los libros, la rimaya parecía querer devorarnos. La rampa final hasta la arista giraba sobre su eje alzándose cada vez más alta hasta que, mirando por azar al fondo de las cosas, la línea platino del arroyo que desaguaba el glaciar en la laguna simuló un trazo inocente de lápiz  enroscado en un papel. Ya casi estábamos al final del camino. Unos pasos más arriba la arista de cornisas inverosímiles se resquebrajaba en cristales afilados que apenas aguantaban el peso del aire.

La cumbre éramos nosotros.

Unos metros por debajo del borde vacío.

Ricardo y yo nos miramos y asentimos. Ya estaba. 

(Quebrada Rurec, agosto de 2005)

Grieta en el glaciar con el Shaqsha al fondo
Debajo de la arista cimera
Ricardo con el Rurec al fondo. Yahuaraju detrás y asomando la punta del Huantsán


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THE EDGE OF THINGS: SOUTH RUREC II (CORDILLERA BLANCA, PERU)

The coal night became labyrinth among the grey stones beside lake Tararhua. The star on the forehead lit the tips of my feet in its yellow circle hiding the other stars light years away from our footsteps, as a map erased by time. When touching the old moraine earth a bluish glow began to fill the round bowl of the quebrada underlining in silver the rocks and ice boulders' shape. Things, which had hitherto been grey blur and dark rim, were slowly taking names. With the vibrant pulse of excitement and glassy eyes we picked up the gear left two days before at glacier's foot and we got into its corners.

Huantsan amazing top emerged lightning over the horizon like an
unattainable ship's mast casting its shadow on Yahuaraju's pyramid and Rurec's huge meringue that seemed to crumble into sugar cubes. The path got steeper under crystal steps ever leaving the ground belower and belower. The round light pervaded everything and every moment was lost in a chaos of penitentes bristling the mountain's back with hundreds of white spines. Again the maze. At the back, Shaqsha and Cashan closed the quebrada as drowsy sentinels half asleep, distant, as living on another planet. South Rurec's highest summit remained as far away as inside the sleeping bag hours earlier.
Looking at the altimeter, the 5000 meters suddenly sprang from the stomach of the crevasses. The path became snake twisted on curves and spirals avoiding the glacier's wrinkles that stretched scratched by crampons and rope curls. The sun was arching on the glistening dome over our helmets while footprints seemed to slide downhill not wanting to go. The seracs looked not like the book's pictures, the bergschrund wanted to devour us. The final slope to the ridge turned on its axis rising higher and higher until, looking by chance at the bottom of things, the platinum line of the stream draining the glacier into the lake simulated an innocent pen stroke coiled on a piece of paper. We were almost at the end of the road. A few steps above the ridge of unlikely cornices cracked in sharp crystals hardly supporting the weight of the air.

We were the summit.

A few meters below the empty edge.

Ricardo and I looked at each other and nodded. Done.

(Quebrada Rurec, August 2005)



(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó

jueves, 13 de enero de 2011

CIRILO (CORDILLERA BLANCA, PERÚ)



A Joel le dimos dinero para que comprara víveres en el mercado de Huaraz. Regresó cargado de cajas y bolsas con su gesto característico en la boca, entre risa y temor, como si caminara alegre por la vida pero al mismo tiempo tuviera miedo de caerse en un agujero. Metimos como pudimos todos los paquetes en el vehículo que nos iba a transportar hasta Vicos junto con las mochilas y los trastos de escalar con cuidado de no romper el cartón de huevos. De repente, una de las cajas pareció cobrar vida, se movió, saltó y danzó sobre las otras, hasta emitió un leve gorgoteo, un silbido trémulo. Joel sonrió y destapó la caja mostrándonos al pollo que trató de esconderse entre su almohada de plumas amarillentas en un rincón de sombra imposible. Con sus ojos negros de piedad esbozó el mismo gesto que Joel, de ignorancia y pavor.

Durante el camino hasta el campo base de la laguna Legiacocha el pollo se arrebujó en su caja de cartón sin osar sacar la cresta por la ventana, como si viajara en un vagón de primera clase, a lomos de un burro, en la mano del arriero. Una vez en el campamento, su libertad se terminó antes de empezar pues Joel le ató las patas para evitar que se fugara glaciar abajo huyendo de la esclavitud y de un futuro más oscuro que le aguardaba.

El pobre animal estaba condenado, por más que le jurásemos a Joel que no nos gustaba el pollo. Ni por ésas. Tenía el menú bien organizado desde que desplegara todas las viandas sobre la colcha de la cama en el hostal de Sergio y anotara paso a paso los ingredientes de desayunos, comidas y cenas que nos iba a preparar tal y como había  aprendido en el curso de cocineros. El pollo estaba en la lista. Lo que no sabíamos es que hasta el último día no iba a aparecer por el menú por lo que nos dio tiempo a convivir con el ave tardes y noches en el campo base bajo el nevado Copa, escuchando sus  quejas destempladas cuando una ráfaga de viento helador le zarandeaba levantando plumas de aire o cuando Joel se aproximaba demasiado arrojándole su sombra de verdugo encima. Axel hasta lo bautizó y lo alojó en su tienda cuando la noche se volvió cruda. Y creo que Cirilo lo agradeció con su voz quebrada y los ojos de mármol.

El pollo a la piña que preparó Joel como fin de fiesta no tenía mucha carne en el plato.

(Laguna Legiacocha, agosto de 2005)




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CIRILO  (CORDILLERA BLANCA, PERU)

Joel was given some money to buy supplies in Huaraz market. He returned loaded with boxes and bags with his characteristic expression on the mouth, between laughter and fear, as if he was walking happy through life but also afraid of falling down a hole. We crammed all the packages in the car that would carry us up Vicos along with the backpacks and the climbing gear carefully not to break the egg tray. Suddenly, one of the boxes seemed to come alive, moved, jumped and danced on the other boxes, even gave a little gurgle, a tremulous whistle. Joel smiled and opened the box showing the chicken that tried to hide among his yellowish feather pillow in an impossible shadow corner. With its dark eyes asking for mercy it showed Joel's expression, ignorance and terror.

On the way to the base camp by lake Legiacocha the chicken wrapped in the cardboard box, not daring to poke its comb out of the window, as traveling in a first-class carriage, on donkey back, in mule driver's hand. Once at base camp, its freedom ended before it began because Joel tied its feet to prevent its fleeing down the glacier trying to escape from slavery and a darker future that awaited.

The poor animal was doomed, even though we sworn Joel that we did not like eating chicken. No way. He had a well organized menu since he unfolded all the food on the bedspread at Sergio's guesthouse and wrote down step by step the ingredients of breakfast, lunch and dinner he would prepare as learned in the course for cooks . The chicken was on the list. What we did not know is that until the last day it would not appear on the menu so we had time to live together with the bird evenings and nights at base camp beneath nevado Copa, listening to its harsh complaints when an icy gust of wind shaked it raising up air feathers or when Joel came too near casting his executioner's shadow over it. Axel even christened it and lodged it in his tent when the night turned harsh. And I even think that Cyril thanked him with its faltering voice and marble eyes.

The pineapple chicken prepared by Joel as grand finale did not have much meat on the plate.

(Lake Legiacocha, August 2005)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

miércoles, 5 de enero de 2011

BALOMPIÉ DE ALTURA (CORDILLERA BLANCA, PERÚ)



Jamás se me había ocurrido que pudiera jugar al fútbol a esa altura. Y no lo hice.

Hacía un par de días que junto con mi pata peruano Ricardo habíamos instalado el campo base debajo de un quenual que brotaba imposible de una roca. El arriero Joel, de Olleros, nos había conducido sin pausa a ritmo de mula y caballo hasta la cancela del muro que cerraba la quebrada. Desde allí, tuvimos que portear el material a las espaldas hasta donde dieron las fuerzas, lejos aún de la tierra anciana de la morrena glaciar. Allí nos quedamos a vivir por varios días, solos, a 4200 metros, junto al agua turbia que bajaba de la laguna Tararhua y a la vista de tremendo Huantsán y el Rurec que cerraban el valle mientras que la desde la puerta de la tienda podíamos atisbar las puntas nevadas del Cashan y el Shaqsha.

Un día para explorar el terreno y dejar material a pie de glaciar. Habíamos elegido uno de los Rurec Sur para empezar. De regreso a la tienda era imposible no emocionarse con la belleza de la quebrada en completa soledad.
A la noche, sin embargo, oímos voces y vimos luces. No estábamos tan solos. En todo caso no eran gringos. Ricardo alejó sombras diciendo que ya no se veía a los miembros de Sendero Luminoso por esos pagos, que esos eran otros tiempos, que en otros años quizás... Apenas distinguíamos las figuras al otro lado del arroyo,  sombras a la luz de una hoguera. Nos metimos en los sacos con risas y canciones en los oídos.

La mañana siguiente nos acercó a la tienda a dos chicos de ojos vivos y labios serios. Bastó compartir algo del desayuno con ellos para ganar unas sonrisas.  Al parecer, era día de fiesta en el pueblo y un grupo de locales había subido a celebrarlo pasando la noche a la intemperie. Ricardo y yo dedicamos la mañana a aclimatar subiendo a la morrena del Shaqsha y cuando regresamos a la tienda los chicos se habían multiplicado. Con el balón en la mano nos pidieron unirnos a la fiesta. Un partido de fútbol a tan sólo 4200 metros de altura.

El pobre gringo  ajeno a ese mundo de nubes y aire escuálido tuvo que conformarse con ver los toros desde la barrera. Ricardo, con el cuerpo y el espíritu más aclimatado, pudo correr por la banda e intentar varios regates.

(Quebrada Rurec, agosto de 2005)




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HIGH FOOTBALL  (CORDILLERA BLANCA, PERU)

I never thought that I could play football at that altitude. And I did not.


A couple of days ago, along with my Peruvian "pata" Ricardo, we had installed the base camp beneath a quenual sprouting impossible on a rock. The mule driverJoel, from Olleros, led us steadily at mule and horse's pace to the gate in the wall enclosing the quebrada. From there, we had to carry the equipment up to where we had the strength, still far from glacial moraine's old earth. We stayed there to live for several days, alone, at 4200 meters above sea level, next to the murky water coming down the Tararhua lake and watching the tremendous Huantsan and Rurec closing the valley as, from the tent's door, we could glimpse the snowcapped peaks of Cashan and Shaqsha.

A day to explore the terrain and leave equipment at the foot of the glacier. We had chosen one of the South Rurec to start. Back to the tent it was impossible not to feel moved by the beauty of the quebrada  in complete solitude.
At night, however, we heard voices and saw lights. We were not so alone. In any case they were not gringos. Ricardo put shadows away saying that Shining Path members were not seen now in that land, that times change, other years maybe ... We barely made out the silhouettes across the stream, shadows in a bonfire light. We got into the sleeping bags with laughter and songs in our ears.

Next morning brought to our tent two boys with bright eyes and serene lips. It was enough to share a little breakfast with them to get some smiles. Apparently, it was holiday in the village and a local group had come up to celebrate by spending the night outdoors. Ricardo and I spent the morning going to acclimatize by climbing the Shaqsha moraine and when we returned to the tent the boys had multiplied. Ball in hand we were asked to join the party. A football match only at 4200 meters high.

The poor gringo alien to that world of clouds and thin air had to be satisfied with watching the match from outside. Ricardo, body and spirit more acclimatized, could run along the touchline and try some dribbling.

(Quebrada Rurec, August 2005)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

CALEIDOSCOPIO (NUPTSE, HIMALAYA, NEPAL)



Remontando el valle del Khumbu sólo había nubes. Espesas y grises, de algodón turbio, empapadas en gotas de aguarrás. Pero sólo nubes, ni rastro de las montañas. El Ama Dablam, como una estrella fugaz, se había asomado al balcón de vapor un breve instante pero se había vuelto a ocultar tras el telón. Únicamente el acero del hielo brotaba entre las piedras del glaciar como huesos rotos mientras avanzaba por la morrena desbrozada. Pero ni sombra de cumbres. Antes de atisbar los tejados de Gorak Shep los copos de nieve me rodearon girando alrededor en tiovivios espectrales. Aún más oscuro.

Sin embargo, el crepúsculo barrió de súbito las olas de niebla y mágicamente la luz invadió el glaciar ensanchando el espacio. Y allí estaban, las montañas más altas de la tierra. En un arco de torres blancas se desperezaban soñolientos el Pumori, Lingtren, Khumbutse, Changtse, la punta tímida y altísima del Everest y, sobre todo, el filo colosal del Nuptse.

Flanqueado por las testas coronadas del Everest y el Lhotse, el Nuptse no consigue encaramarse a los ocho mil metros de envergadura de sus hermanos pero, desde los abismos inconmensurables desde donde lo contemplaba, era sin duda la montaña más alta, hermosa y bella que pudiera imaginarse. La luz hizo el resto. El tinte fue cambiando a cada segundo mientras el sol se escondía por el oeste y las sombras invadían el valle. Allá arriba, el Nuptse, como un faro en la costa, una vela de galeón, recogía todos los colores en un prisma colosal antes de apagarse, oro, naranja, fuego. De noche, cuando Venus se alzó sobre el cielo, un fulgor fantasmal de luz imposible comenzó a brotar a la espalda de la montaña. Sin avisar, la luna se asomó a hombros del gigante pintando de plata los campos de nieve y las cumbres dormidas.

Por la mañana, el Nuptse seguía ahí.

(Valle del Khumbu, octubre de 2010)










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KALEIDOSCOPE  (NUPTSE, HIMALAYAS, NEPAL)

Going up the Khumbu Valley there were only clouds. Thick and gray, murky cotton, soaked in turpentine drops. But only clouds, no trace of the mountains. Ama Dablam, like a shooting star, had come out briefly onto the vapor balcony but to hide behind the curtain. Only steel ice sprouted among the glacier rocks like broken bones as I walked up the cleared moraine. But nothing about the peaks. Before glimpsing Gorak Shep's roofs,  snowflakes surrounded me swirling in ghostly merry-go-round. Even darker.

However, twilight suddenly swept the foggy waves and magically the  foggy light invaded the glacier expanding the space. And there were they, the highest mountains on earth. In an arc of white towers drowsy stretched Pumori, Lingtren, Khumbutse, Changtse, the shy and extremely high Everest peak and, especially, the colossal Nuptse ridge.

Flanked by the crowned heads of Everest and Lhotse, Nuptse don't manage to climb over eight thousand meters high as its brothers, but from the unfathomable depths from where I watched it, it was undoubtedly the highest, loveliest and most beautiful mountain you could imagine. Light did the rest. The hue was changing every second as the sun was setting in the west and the shadows were invading the valley. Up there, Nuptse, like a beacon on the coast, a galleon sail, collected all the colors in a colossal prism before going out, gold, orange, fire. At night, when Venus rose over the sky, an eerie glow of impossible light began to sprout at the mountain's back. Without warning, the moon appeared on the giant's shoulders painting silver the snowfields and sleepy peaks.

In the morning, Nuptse was still there.

(Khumbu Valley, October 2010)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó