Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

CAPTURA DEL DÍA (ALASKA)



Tanto nadar y echar burbujas para acabar así, atravesados en la boca por un gancho, boqueando inútilmente mientras gente vestida de colores les acribilla a fotografías y se arrima lo que puede para posar con ellos. Sólo los más fotogénicos, los que tienen mejor planta llegan a lucir en la pasarela porque la mayoría ni eso, directamente del mar al barco y del barco al cuchillazo y al mercado. Y lo poco que quede, pasto de gaviotas y cormoranes. Cruel destino de halibuts, rockfishes o bacalaos. 

No es buen negocio ser pez en Alaska.

(Seward y Valdez, agosto de 2009)




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CATCH OF THE DAY  (ALASKA)

So much swimming and casting bubbles to end pierced in the mouth by a hook, gasping in vain while colour-dressed people shot photographs and come as close as possible to pose with them. Only the most photogenic, the best bodies can look on the catwalk because most go directly from the sea to the ship and fROm the ship to the slash and the market. And the little that remains, food for gulls and cormorants. Cruel fate of halibut, rockfish and cod.

It is not good business to be fish in Alaska.

(Seward and Valdez, August 2009)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 29 de noviembre de 2011

MOSI OA TUNYA (CATARATAS VICTORIA, ZIMBABWE)



Desde la distancia ya se aprecia la gran nube de falso humo que se levanta desde el abismo. El ruido no llega hasta aquí como debió de alcanzar los oídos de Livingstone cuando se topó con semejante fractura en el curso del Zambeze allá por año de 1855. De momento las cataratas no son más que un borrón desdibujado en el horizonte, hasta que no me acerque al agujero no me ensordecerá el trueno y el relámpago como debió de sucederle al médico escocés. Entonces cobrará verdadero significado la denominación vernácula del salto de agua, Mosi oa Tunya, el humo que truena. Y empapa.

Zambia y Zimbabwe se reparten los honores de albergar esta obra de la naturaleza y su frontera se estrecha vorazmente hasta tocarse y navegar sobre las aguas del Zambeze. También Botswana e incluso Namibia se estiran lo que pueden pero se quedan cortos en esa gran reunión de banderas que forman la confluencia de las cuencas del Zambeze y el Okavango. Con base en la ciudad de Livingstone en el lado zambiano o en Victoria Falls en el estado vecino, los turistas nos disputamos ávidos las mejores vistas de la cortina de agua y vapor que se desmelena y desploma sin contemplaciones entre ambos estados. Un puente sobre el vacío une las dos orillas sobre un desfiladero preñado de ecos y desde donde los valientes o inconscientes saltan  atados de una goma.


Desde Zimbabwe la vista a la cataratas, previo pago de la tarifa correspondiente, es más amplia que desde la orilla opuesta. Desde el paseo que comienza a los pies embotados de bronce del mismísimo Livingstone se despliega una desfile de saltos de agua de nombres cada vez más sonoros que se van despeñando sucesivamente desde promontorios basálticos de formas caprichosas. En temporada seca parece que el caudal de agua es algo raquítico y decepcionante pero, en cambio, en época de lluvias el flujo es tan abrumador y el telón de agua pulverizada es tan enorme que poco se puede llegar a ver de la faena amén de salir calado hasta los huesos. Pero parece que llego en  el momento justo pues ahora, entre ambas temporadas, no hay mucho ni poco de lo uno ni de lo otro lo que me permite disfrutar de un buen espectáculo sin ahogarme en el intento.

Devil's Cataract, Linvingstone Island, Main Falls, Horsheshoe Falls, Rainbow Falls..., los diferentes atributos van desfilando casi al alcance de la mano mientras la nube de spray en ciertos momentos amenaza con robarme la visión, en oleadas de millones de gotas, hasta que, cerca del final del camino, el arcoiris doble surge suspendido de la nada como un espejismo. A los pies, el tumulto de olas blancas en el que se comprime de manera inverosímil toda la anchura del Zambeze busca la salida retorciéndose como una serpiente entre altas paredes rojas.

Desde el aire las cataratas impresionan más si cabe. A pesar del precio y lo breve del vuelo merece la pena el cambio de perspectiva. El tajo en la tierra cobra toda su dimensión desde el helicóptero alargando la humareda de lado a lado. Casi me da vértigo observar como el agua verdosa que hasta entonces ha circulado con suave parsimonia se precipita de manera feroz contra las rocas del fondo del abismo cortadas por un cristal, sin nada que las detenga, como si desapareciesen por un desagüe que se llevara el río de pronto a otra dimensión.

Con sus 1,7 kilómetros de ancho y sus 108 metros de altitud, la Cataratas Victoria se reparten junto con las del río Niágara y las del Iguazú el privilegio mundial del asombro y las bocas abiertas. No son las más altas de Africa, no sé si las más hermosas,  pero sin duda sí las más celebres y descomunales del continente.

(Cataratas Victoria, agosto de 2011)







(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

viernes, 25 de noviembre de 2011

RAYAS (NAMIBIA)



Piel de cebra, tablero de ajedrez distorsionado, claroscuro veloz, trama geométrica de luz y noche, código de barras africano, laberinto sin salida.

Las rayas negras y blancas de las cebras en las llanuras saladas de Etosha se ven alteradas por otras líneas intrusas que alternan la cadencia. En los cuartos traseros unas tenues líneas pardas, a veces doradas, perfilan la piel de la cebra de Burchell (Equus quagga burchellii), la subespecie de cebra común que habita en las tierras secas namibias. Realmente cautivadoras, no me extraña que los felinos se relaman.

La esquiva cebra de montaña (Equus zebra hartmannae), un dibujo diferente de blancos y negros, apenas se deja ver en las tierras altas del Damaraland pero aún así consiguió cruzarse en mi sendero y mirarme con desdén mientras me alejaba.

Rayas y más rayas.

(Parque Nacional de Etosha y Damaraland, agosto de 2011)






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STRIPES  (NAMIBIA)

Zebra skin, distorted chessboard, fast chiaroscuro, geometric pattern of light and night, African barcode, labyrinth with no exit.

The black and white stripes of zebras in the Etosha salt flats are altered by other intrusive lines alternating the cadence. On the hindquarters a faint brown lines, sometimes golden, profile the skin of Burchell's zebra (Equus quagga burchellii), the common zebra subspecies inhabiting Namibian drylands. Really captivating, no wonder the cats lick their lips.

The elusive mountain zebra (Equus zebra hartmannae), a different picture of black and white, it is hardly seen in the highlands of Damaraland but it still managed to cross my path and look at me with disdain as I went away.

Stripes and more stripes.

(Etosha National Park and Damaraland, August 2011)
 

(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

jueves, 24 de noviembre de 2011

LAGO MUERTO (DEADVLEI, NAMIBIA)



Junto a la laguna redonda encerrada por dunas de Sossusvlei, a no mucha distancia, descubro la otra laguna, la que no existe, la que está muerta. Arrastrando los pies por la arena roja me olvido del madrugón bajo la tienda de campaña en Sesriem y, sintiendo cómo paulatinamente el mercurio asciende tán rápido como el sol sobre el horizonte, desemboco en Deadvlei, la laguna muerta, blanca, inexistente. La más bella.

Las lluvias inusuales de la temporada sobre el parque de Namib-Naukluft han mantenido el nivel del agua de su vecina Sossusvlei para que las aves zancudas puedan deambular por sus contornos e incluso navegar a sus anchas en ese rincón encajonado entre polvo y arena, pero Deadvlei es otro planeta. Allí las aguas del río Tsauchab hace mucho que no fluyen por su lecho y la lluvia no puede sobrevivir en ese horno a fuego lento. El rocío mañanero es un espejismo. Deadvlei es Marte.

Al remontar la última duna diviso la enorme sartén blanca donde las distancias engañan y los kilómetros se enroscan en sí mismos. Las paredes colosales de las dunas elevan sus paños rojos interminables de arena sobre el antiguo fondo de laguna donde se erigen los árboles en soledad. El fulgor carmesí de las dunas estalla en una paleta de rojos, cobrizos, naranjas y granates que me hacen pensar en un gigantesco decorado artificial dotado de luz propia. Cuando pongo pie en la tierra blanca la temperatura ya es formidable y me aplasta contra el suelo encogiendo mi sombra hasta hacerla desaparecer. Los troncos retorcidos de los árboles recortan sus siluetas agonizantes contra el brillo rojo de la arena y el azul cegador del cielo. Aunque no están petrificados la sequedad extrema del lugar evita que se descompongan conservando sus cadáveres como en un mausoleo expresionista. Su piel resquebrajada por el tiempo y el fuego se eriza de espinas a las que es mejor no acercarse. 

Camino en círculos entre los árboles mientras el calor sigue con su proceso de demolición al que los árboles parecen ajenos. El albero del ruedo resplandece bajo el sol contrastando aún más con los tonos violentos de las dunas. Deadvlei es todo un espectáculo en el que el tiempo se detiene, se espesa, demorándose en un devaneo silente entre los troncos de los árboles que quieren ser sombras. Un sueño de pintor y de fotógrafo, un viaje a otro mundo.

(Parque de Namib-Naukluft, agosto de 2011)







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DEAD LAKE  (DEADVLEI, NAMIBIA)

Next the round Sosusvlei lagoon enclosed by dunes, not far away, I discover another lagoon which does not exist, which is dead. Dragging my feer through the red sand I forget the early waking up under the tent at Sesriem and, feeling the mercury gradually rises as fast as the sun above the horizon, I come to Deadvlei, the dead lagoon, white, non-existent. The most beautiful.

The unusual seasonal rains on the Namib-Naukluft Park have kept the water level in the nearby Sossusvlei for wading birds to wander through the outlines and even surf at ease in this corner squeezed between dust and sand, but Deadvlei is another planet. There the river Tsauchab waters do not flow long ago by its bed and the rain can not survive in that oven at low heat. The morning dew is a mirage. Deadvlei is Mars.

Ascending the last dune I spot the huge white pan where distances are deceiving and kilometers curl inside. The colossal dune walls raise their endless sandy red cloths over the old lake bottom where trees are erected in solitude. The crimson glow of the dunes bursts into a palette of red, copper, orange and garnet that makes me think of a giant artificial scenery equipped with its own light. When I set foot on the white earth the temperature is already very high and it crushes me against the ground making my shadow shrink to disappear. The twisted trunks of the trees cut their dying silhouettes against the red shine of the sand and the dazzling blue sky. Although they are not petrified the extreme dryness of the place prevents their decomposition preserving their corpses as in an expressionist mausoleum. Their skin cracked by time and the fire bristles in thorns best not to approach.

I walk in circles among the trees while the heat continues its process of demolition but the trees seem not to feel it. The arena shines under the sun even more contrasting against the violent tones of the dunes. Deadvlei is quite a sight where time stops, thickens, lingering in a silent flirtation between the trunks of the trees that want to be shadows. A painter's and photographer's dream, a trip to another world.

(Namib-Naukluft Park, August 2011)

(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 22 de noviembre de 2011

KOKERBOOM (NAMIBIA)



Aunque su nombre científico sea Aloe dichotoma, porque no en vano pertenece a la familia de los aloes, este árbol es más conocido por el apodo de Quiver Tree o el vernáculo Kokerboom. Para los bosquimanos es choje y  los Nama le dicen gara.

Quiver tree o árbol carcaj debido a que los nativos utilizaban sus ramas huecas como carcaj o aljaba (qué hermosa palabra) para transportar sus flechas en sus caminatas en busca de presas. Y no sólo de carcaj servía, porque sus ramas y hojas acumulan buenas cantidades de agua que pueden saciar la sed en el ardiente calor del desierto namibio. Para completar el dechado de virtudes, numerosas aves pueden anidar entre su afilado follaje buscando huir de depredadores solitarios.

En las áridas tierras al norte del río Oranje el kokerboom crece cuando menos lo espero entre la hierba amarilla y la arena seca del desierto, arrojando su silueta de sombra recortada sobre mi camino.

(Namibia, agosto de 2011)




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KOKERBOOM  (NAMIBIA)


Although its scientific name is Aloe dichotoma, not for nothing it belongs to the family of aloes, this tree is better known by the nickname of Quiver Tree or the vernacular Kokerboom. For the Bushmen is choje and the Nama call it gara.

Quiver tree because the natives used their hollow branches as quivers to carry their arrows while walking in search of prey. And not just it was used as quiver, because its branches and leaves accumulate plenty of water that can quench the thirst in the burning heat of the Namibian desert. To complete the paragon of virtue, many birds can nest between its sharp looking foliage away from solitary predators.

In the arid lands north of the Orange River, Kokerboom tree grows when least expected among the yellows grass and dry desert sand, throwing its shadow cut outline cut on my way.

(Namibia, August 2011)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

LOS CINCO GRANDES OTRA VEZ (SUDAFRICA, NAMIBIA Y BOTSWANA)


Leopardo (Panthera pardus) en el Kgalagadi Transfrontier Park
Me considero afortunado por haber podido encontrarme con los cinco grandes otra vez en un mismo viaje.  Como si me estuvieran esperando. Sin avisar, sin pretenderlo, por casualidad. Como si estuviera escrito que debíamos volver a cruzar nuestro camino. Allí estaban, por un mínimo fragmento de tiempo.

El agresivo búfalo, el solemne elefante, el majestuoso león, el prehistórico rinoceronte, el elegante leopardo.

Cinco animales en tres países y tres parques. Cinco de los grandes.

(Parques Nacionales de Kalahari Gemsbok, Etosha y de Chobe, agosto de 2011)

Elefante (Loxodonta africana) en Etosha
Rinoceronte negro (Diceros bicornis) en Etosha
Búfalo africano (Syncerus caffer) en Chobe
León (Panthera leo) en Chobe


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THE BIG FIVE AGAIN  (SOUTH AFRICA, NAMIBIA AND BOTSWANA)

I consider myself lucky for meeting again the big five in one trip. As if they were awating for me. Without warning, unintentionally, by accident. As if it were written that we should re-cross our path. There were they, for a minimum piece of time.

The aggressive buffalo, the solemn elephant, the majestic lion, the prehistoric rhinoceros, the smart leopard.

Five animals in three countries and three parks. Five grand.

(Kalahari Gemsbok National Park, Etosha National Park and Chobe National Park, August 2011)




(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 8 de noviembre de 2011

COLOSALES (EGIPTO)



Los colosos ya no cantan. Pueden esperar sentados el amanecer al otro lado del Nilo. Se han quedado helados, ninguna nota surge de sus gargantas de piedra. Ni héroe griego ni faraón se atreven a alzar la voz. Los colosos se han quedado mudos.

En el lado oeste del río, al sur de las imponentes necrópolis tebanas, las dos gigantescas estatuas que Amenofis III erigió en vida como puerta de entrada  a su complejo funerario, son prácticamente lo único que resta de tan grandiosas construcciones que llegaban incluso a superar en esplendor a las columnas y relieves del hermoso templo de Karnak. Con el rostro debastado por el tiempo las dos efigies continúan observando cada mañana la línea violeta por donde asciende el dios sol dispuesto a abrasar en un instante las arenas y las rocas como una mecha encendida. Pero los colosos ya no cantan.

Cuenta el geógrafo Estrabón que en el año 27 a. C. un terremoto tembló bajo los pies de los colosos y por alguna razón desde entonces las dos moles de cuarcita alzaban un canto de alabanza al sol naciente que surgía ante sus ojos al otro lado del Nilo. Hubiera dado algo por escuchar semejante salmo cuando la luz invadía la tierra justo antes de incendiarlo todo, oír ese clamor mineral. Que los científicos modernos se empeñen en demostrar que todo se debía a la prosaica evaporación del agua alojada en las fisuras de la piedra producto del cambio de temperatura, no le resta un ápice de encanto a la hazaña. Desde luego prefiero los mitos a la física. Ni siquiera la mano torpe del emperador Septimio Severo tratando de restaurar lo irrestaurable, privándonos así para siempre del canto de los colosos, pudo borrar la imagen apabullante de las sólidas gargantas bufando a pleno pulmón.

Cuando los griegos se enfrentaron a tan sorprendente fenómeno no duraron en olvidar al insigne faraón e identificar las efigies con las de Memnón, hijo de la Aurora, que cantaba religiosamente cada nuevo día ante la aparición de su madre la cual llora eternamente su muerte a manos del pérfido Aquiles.

(Colosos de Memnón, a orillas del Nilo, enero de 2002)



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COLOSSAL  (EGYPT)

The colossi no longer sing. They can wait seated for the sunrise across the Nile. They have been frozen, no note comes from their throats of stone. Neither Greek hero nor Pharaoh dare to speak out. The colossi have remained silent.

On the west side of the river, south of the mighty Theban necropolis, the two giant statues erected in his lifetime by Amenhotep III as the entrance to his mortuary complex are practically all that remains of such great buildings that even exceeded in splendor to the columns and reliefs of the beautiful temple of Karnak. With the face erased by time, the effigies still observe every morning the purple line where the sun god rises ready to scorch in a flash the sand and rocks like a lit fuse. But the colossi no longer sing.


As the geographer Strabo tells, in the year 27 BC an earthquake shook under the feet of the colossi and for some reason since then the two quartzite statues raised a hymn of praise to the rising sun that came before them across the Nile. I would have given anything to hear such a psalm as the light invaded the ground just before burning all, hear that mineral cry. Modern scientists insist on showing that everything was due to the prosaic evaporation of water housed in the rock fissures by the change of temperature, but that does not detract one iota of charm to the feat. Of course I prefer myths to physics. Not even the clumsy hand of Emperor Septimius Severus trying to restore the impossible, thus depriving us forever of the song of the giants, could erase the amazing image of the solid throats puffing their lungs.

When Greeks faced such a striking phenomenon they had no doubt to forget the famous pharaoh and identify the images with those of Memnon, son of Dawn, who sang religiously each new day with the appearance of his mother who cries forever his death at the hands of the perfidious Achilles.

(Colossi of Memnon, by River Nile, January 2002)

(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó