En las Galápagos los piqueros de patas azules para mí son las estrellas emplumadas, pero hay otro pájaro, más pérfido y rufián, que rivaliza con mi amigo danzarín tanto en el estrellato como por el sustento.
En la apabullante isla de Seymour Norte es imposible dar un paso sin toparte con un animal. Sorteando iguanas y lobos marinos, el camino se interna entre los árboles en un laberinto de sal y calor donde el ala del sombrero apenas me protege de la tonelada de sol que cae a plomo sobre la isla. Allí mismo, al alcance de la mano, los plumajes negros de las fragatas pueblan las ramas. En un instante se me acaban los dedos para contar todas las que veo en un rincón. Polluelos de cabeza blanca o anaranjada, hembras a su vera y los espectaculares machos en plena exhibición.
Como sucede con el baile nupcial del piquero de patas azules, el cortejo de la fragata también es memorable. El buche carmesí comienza a hincharse hasta alcanzar un tamaño desproporcionado que amenaza con reventar. Los machos disputan entre sí arqueando el cuerpo y dislocando la cabeza para mostrar a las damas que su enorme globo aerostático rojo es el más impresionante. Los cloqueos llenan el aire mientras despliegan las alas de sombra que brillan bajo el sol en destellos azabache. Las bolsas coloradas se tensan alrededor como extrañas flores carnívoras esperando atrapar a su presa.
Mientras, en el azul del cielo, se recorta su forma afilada de tijera aguardando el momento del ataque. Las fragatas no cazan sino que son unas piratas redomadas que se dedican a robar el pescado a los demás. Especialmente el piquero sufre los ataques de estos bandoleros cuando, al poco de haber pescado una pieza, la fragata se arroja sobre él atrapándole por la cola y zarandeándole hasta que la pobre víctima no tiene más remedio que soltar la presa, la cual el pirata recoge en el aire como un rayo antes de que caiga al agua. Quizás le diera menos trabajo pescar sus propios peces pero yo creo que está en su carácter, son los matones del barrio, el que es malo es malo.
En las islas Galápagos vuelan dos subespecies de fragatas, la fragata real (Fregata magnificens) y la fragata común (Fregata minor ridgwayi) cuyos machos apenas se diferencian salvo por un reflejo púrpura o verdoso en el plumaje negro de la espalda. Las hembras son también prácticamente idénticas a excepción del círculo azul o rojo que enmarca el ojo. Los polluelos son más fácilmente identificables con su cabeza blanca o anaranjada respectivamente.
En la isla San Cristóbal las fragatas son llamadas tijeretas por la forma de su cola, aunque el nombre se ha extendido sobre las aguas a las demás islas.
(Isla Seymour Norte, octubre de 2013)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó