Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

POR UN AGUJERO (PETRA, JORDANIA)



En Petra, por agujeros rodeados de oscuridad, se pueden atisbar rocas viejas como la noche, templos al sol y a la luna, tumbas vacías de sombra.

Por las cerraduras olvidadas del tiempo se pueden escudriñar borrosas fotografías color sepia, fragmentos de historia antigua, rostros borrados por el viento.

(Petra, abril de 2012)









(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

jueves, 11 de julio de 2013

TESORO (PETRA, JORDANIA)



"El Tesoro, o Al-Khazna en árabe, es el monumento más espectacular esculpido por los Nabateos. Se alza hasta una imponente altura de 39.5 metros y está impresionantemente tallada en un único bloque. El nombre del monumento deriva de una leyenda beduina según la cual un faraón escondió un tesoro en la urna de la cima, y pueden verse los agujeros de bala de los disparos a la urna al intentar recuperar este tesoro.

En realidad es un mausoleo y habría sido usado con propósitos funerarios; muchos arqueólogos creen que se trata del mausoleo del rey Aretas IV (9 a.C.-40 d.C.). Los Nabateos decoraban las fachadas de sus tumbas con diseños funerarios y símbolos relacionados con la otra vida y la muerte.

La fachada del Tesoro revela una influencia helenística, con seis capiteles corintios coronados por un friso de grifos alados y jarrones entre volutas. En el centro de la fachada se encuentra la diosa Isis y está rodeada por Amazonas danzando (mujeres guerreras) con hachas sobre sus cabezas. Al final de los escalones según se entra en la cámara hay agujeros circulares en el suelo que probablemente se usaron para sacrificios.

Los sacerdotes entrarían en la cámara y dirigirían los rituales. En 2004 se descubrieron tres tumbas Nabateas debajo de Al-Khazna que datan del final del siglo primero a.C. y han sido identificadas como tumbas reales."

(Texto traducido directamente del que se encuentra en el cartel informativo del Parque Arqueológico de Petra).







En Petra, a pesar de lo que parezca, no sólo exite el Tesoro. Hay muchas otras tumbas, mausoleos y templos levantados por los Nabateos y los Romanos que dan para varios días de caminatas y asombros por los vericuetos de la ciudad rosa. Pero, sin duda, la gran fachada del Tesoro es el icono más reconocido del complejo arqueológico y que el cine y otros medios se han encargado de popularizar. Y como sucede con otros monumentos del hombre o de la naturaleza, la realidad siempre supera a la ficción. El descubrimiento del Tesoro no puede ser más teatral tras salir de la estrechez oscura del desfiladero del Siq y toparse con sus líneas clásicas de roca rosada pero con un aire exótico y ajeno que no deja de maravillar. Es la entrada a la máquina del tiempo. Aunque un paseo vertiginoso por las alturas solitarias de los riscos me permitió contemplarlo a vista de pájaro en toda su grandiosidad.

(Petra, abril de 2012)







(c) Copyright del texto: Joaquín Moncó
(c) Copyright de las fotos: Joaquín Moncó y Olatz Mendiguren

martes, 9 de julio de 2013

DE COLORES (JORDANIA)



A Petra la llaman la ciudad rosa por el tono de sus rocas y paredes, por el color de las fachadas de los templos que se inclinan al Wadi Musa. Sobre todo a la salida y la puesta del sol, los muros y pórticos de las tumbas que abren sus puertas oscuras más allá del Siq se tiñen de esa tonalidad suave que acaricia sus piedras casi con respeto y envuelve las ruinas en una niebla irreal.

Sin duda Petra es rosa, pero con simplemente perderse un poco por el laberinto que forman sus avenidas y escaleras es fácil toparse con otros colores. Los tonos rojizos predominan, pero en cualquier esquina asoman amarillo, azul, gris, ámbar, granate, blanco. Deslumbrantes paños multicolores que a primera vista podrían parecer obra de la mano de un original artista nabateo y que, por alguna razón, habrían llegado a conservarse en medio de la aridez del desierto. Sin embargo, la única mano que ha diseñado esa abigarradas paletas cromáticas es la erosión y el paso del tiempo. El brillante espectro que duerme en el interior de las rocas ha ido surgiendo lentamente con el transcurso de los siglos para lucir las paredes de las cuevas en líneas y colores fantásticos que a buen seguro a ningún pintor de la época se le habrían podido ocurrir. La química también tiene pinceles maestros.

Petra me sorprendió y fascinó por muchas razones. Por sus rocas de colores.

(Petra, abril de 2012)
















Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

viernes, 5 de julio de 2013

SANTO GRIAL (MALDIVAS)



Para muchos es el Santo Grial de los mares, el pez que todo buceador o practicante de snorkel desea encontrarse y nadar junto a él. Quizás porque es el pez más grande que navega por los océanos, por su bella estampa de piel estrellada como la noche, por su calma soñolienta que apenas altera el aleteo solemne de su cola.

Las Islas Maldivas son un buen lugar para tentar a la suerte de toparse con el tiburón ballena (Rhincodon typus) pero, como en cualquier otro asunto de la Naturaleza, ya sean animales o fenónemos meteorológicos, es precisa una buena dosis de fortuna, por no hablar de paciencia y buen ánimo.

En mi caso la fortuna llamó a mi puerta con aldabonazos muy sonoros. Tres zambullidas en las transparentes aguas maldivas al sur del atolón de Ari y tres primeros planos con unos tiburones ballena  de tamaño considerable. El último, el más grande, me pasó por debajo en dos ocasiones a una distancia mínima que me permitió observar su paso interminable como un tren de mercancias bajo mis aletas pero tan majestuoso como un eclipse de luna. Después se disolvieron en el océano sin que pudiera apenas seguirlos dejando sólo un rastro de burbujas y unas fotos muy movidas.

Perceval no consiguió su Grial pero yo tenía el mío.

(Ari Atoll, marzo de 2013)










(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 11 de junio de 2013

PUNTO DE ENCUENTRO (PAKISTÁN)



La Karakorum Highway se estira camino de Gilgit remontando cada curva del Indo y atreviéndose a cruzarlo de vez en cuando por puentes colgantes sobre las turbias aguas. A ambos lados se levantan altas paredes oscuras como las nubes que amenazan lluvia desde que salimos de Chilas. El arco del río circula entre las moles de roca descendiendo junto las tierras altas del Baltistán en su viaje milenario cruzando fronteras, religiones e historia desde sus fuentes en las sagradas faldas del Kailash.

En un determinado kilómetro, antes de cruzar el Alam Bridge para tomar tomar el desvío que sigue el curso del Indo hacia Skardu y abandonar al KKH en su camino hacia el valle de Hunza y el Khunjerab Pass, un enorme hito de piedra blanco se erige a la derecha de la carretera. Allí, las aguas del río Indo y del río Gilgit se dividen obligadas por los macizos ciclópeos que desgajan la tierra con violencia en tres enormes trozos. En ese mismo punto, tres de las cordilleras más altas del planeta, hogar de cumbres míticas y de montañas asesinas, se encuentran casi sin pretenderlo mientras se lanzan miradas desafiantes.

Al este, en la vertiente izquierda del Indo, el macizo del Nanga Parbat, oculto tras las brumas, construye el último bastión (o quizás el primero) de la gran cordillera del Himalaya como una isla extraviada de sus hermanos nepalíes y tibetanos, una montaña desnuda como bien fue bautizada. Al norte, entre el Indo y el Gilgit, las primeras estribaciones del Karakorum anuncian los poderosos señores que habitan entre los glaciares baltíes. Por último, al oeste, la cadena del Hindu Kush despliega sus estandartes de viejas leyendas y sueños de caravanas de camellos más allá de Afganistán.

El tiempo y la tierra se dan la mano en este lugar inhóspito donde el aire trae sabor a lluvia, a nieve, a pólvora.

(Pakistán, agosto de 2012)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

lunes, 10 de junio de 2013

MOKORO (OKAVANGO, BOTSWANA)



Una tonelada de sol me aplasta contra el mokoro que se desliza silencioso sobre el agua. La luz inunda avasalladoramente los canales del delta que se desmenuza en miles brazos entre las islas vegetales. El calor aprieta y apenas tengo la breve sombra del ala de mi sombrero para refugiarme. En la orilla inexistente, una cigueña de pico amarillo alza sus zancos en busca de algún pez incauto que llevarse al pico. En lo alto de un árbol, un aguila pescadora otea la lámina refulgente de arriba a abajo con el mismo objetivo. El mugido indescriptible de un hipopótamo resuena en el horizonte mientras la sombra sólida de un elefante tiembla tras la espesura. El mundo transcurre lento, muy lento, a mi alrededor al ritmo que marca el palo de Carlos. El tiempo que tarda en hundirse en el limo del fondo del canal y ser alzado de nuevo unos metros por detrás cuando el mokoro ha avanzado indolente sobre el agua sin casi percirbirlo salvo por un leve bamboleo.



Carlos, que en realidad se llama Colin, me vuelve a preguntar algo en inglés y de nuevo ríe en la popa mientras sigue impulsando el mokoro por los dedos del Okavango buscando su camino entre el cambiante laberinto de plantas acuáticas y cañaverales. Pocas palabras, las justas para despertar del letargo hipnótico en el que estoy a punto de caer con el suave tránsito sobre las aguas. El mokoro que partió de Seronga rumbo al campamento en el corazón del delta ha mudado su piel tradicional de madera de ébano o de kigelia por la más moderna fibra de vidrio, pero los polers continúan remando con los mismos gestos y la misma calma que antes. Confío en su experiencia y pericia para no extraviarnos por esa retícula de canales infinitos y para no acabar enbarrancando contra el lomo de un hipopótamo.



Las horas se diluyen soñolientas tumbado en el mokoro dejando que la vida me pase al lado rozando levemente la borda a un nuevo golpe de pértiga de Carlos. Los miles de papiros que pueblan las aguas comienzan a alargar las sombras. La luz y el calor van desvaneciéndose en un color púrpura que antecede a la puesta de sol mientras una pareja de hipopótamos asoman sus orejas minúsculas sobre la superficie del agua y nos miran con cara de pocos amigos. La tarde se despedaza en ondas anaranjadas que cubren de pan de oro todo el delta. Después llegan los rojos encendidos, las llamaradas violentas, y más tarde, la noche profunda cargada de ruidos derramando sobre mi cabeza sus millones de estrellas que inundan las constelaciones hasta hacerlas desaparecer.

(Delta del Okavango, agosto de 2011)




(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

viernes, 31 de mayo de 2013

CABALLOS EN EL DESIERTO (NAMIBIA)



Cerca de la localidad de Aus, dejando atrás los farallones de granito anaranjado, una manada de caballos pasta las míseras hierbas que crecen entre las arenas del desierto en los llanos de Garub. Entre el cielo abierto y las inabarcables extensiones del Namib los perfiles equinos recortados contra el sol configuran una estampa digna del mejor y del peor western.

Caballos, yeguas y potros se acercan a la carretera desde los páramos resecos buscando sin duda algún que otro regalo de los turistas que paran sus vehículos camino de Lüderitz. Y es que los caballos son una auténtica atracción, lo que puede estar en la misma base de su subsistencia. Los caballos de Aus son salvajes a pesar de la docilidad y espíritu gregario que parecen demostrar. Son una rareza entre los kilómetros interminables del desierto namibio que se confunde con el misterio de su origen y sus propias peculiaridades. 

Una manada de caballos salvajes en medio del desierto que no se sabe muy bien de dónde procede y cómo ha conseguido adaptarse a la duras condiciones ambientales. Porque lo cierto es que los caballos no estaban ahí desde mucho antes del comienzo del siglo XX y en tan breve espacio de tiempo han conseguido alterar algunas de su característica morfológicas con más rapidez de lo que se supondría en un proceso evolutivo normal.


Su origen no está nada claro. Varias teorías se manejan al respecto, todas igual de fascinantes. Hay quien dice que provienen de los caballos que la Schutztruppe, el ejército colonial que el imperio alemán mantuvo en Africa Sudoccidental, y que quedaron abandonados tras la retirada de sus colonias africanas. Otros que llegaron a las tierras australes gracias al naufragio de un barco que transportaba caballerías de Europa a Australia apeándose a mitad de trayecto. Finalmente está quien atribuye su origen a los caballos que poseía en estas latitudes el barón Hans-Heinrich von Wolf, propietario del castillo de Duwisib, un personaje digno de una novela y que acabó sus días en el frente del Somme dejando sus posesiones sin amo. Sea como fuere, la colonia de caballos se volvió salvaje y de momentro trota y galopa a sus anchas por las secas llanuras amarillas del Namib capeando el temporal como puede. Sobreviviendo que no es poco.

(Garub, Namib, agosto de 2011)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó