Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 3 de febrero de 2011

MANGGARAI TV (ISLA DE FLORES, INDONESIA)



Los manggarai no tienen televisión.

Ni pantalla plana, ni LCD, ni plasma. Ni siquiera un aparato de lámparas. Ni antena ni cables surgiendo del tejado cónico de sus chozas. Tampoco tienen cine ni teatro, por lo que cuando un espectáculo digno de ser contemplado visita su poblado, se sientan en filas apretadas y ojos como platos a ver la función. Y a juzgar por la troupe, debía de ser una representación de alto calibre.

Los manggarai habitan en la jungla profunda de la isla de Flores, perdidos entre la maleza de una de las miles de islas que forman el archipiélago indonesio. Flores portuguesas bañadas por las aguas cálidas de los mares índicos, rodeadas de corales y peces león, coronadas de volcanes enrojecidos, más allá de la línea Wallace que no divide nada pero lo separa todo.

Llegar hasta su poblado de Warebo desde Ruteng costó un día a motor y otro a pie. Bailando sobre las pistas de tierra, entre olas, arrozales y sonrisas, el pequeño camión consiguió llegar al anochecer hasta el refugio en el borde de la selva donde las sanguijuelas esperaban su cena. Una marcha sumergidos en la bruma eterna de la jungla indonesia que atrapa las nubes y las engulle en gotas efímeras sobre las grandes hojas. Y unas gallinas atadas por las patas balanceándose entre cloqueos colgadas del cinturón de un nativo, junto a su gran machete.

Cuando ya sólo hay niebla y todo es niebla, un claro se abre entre los árboles tropicales y surge la silueta fantasmal de unos techos enormes de paja mojada. Las chozas más grandes del mundo, rascacielos sutiles entre las frondas. En lugar de construir decenas de ellas, los manggarai se agrupan en clanes y grandes familias de múltiples miembros en el círculo gigantesco de pocas casas de varios pisos. La oscuridad espesa  del interior nos recibe descalzos y nos abraza. Ceños fruncidos. El sacrificio de un gallo blanco dirá si el año que comienza será próspero o aciago. La suerte del blanco ajeno también se decide. Los gritos desaforados del animal entre plumas al viento marcan el oráculo. Sonrisas y arroz hervido con verduras para cenar, sin sangre de gallina para mí, por favor.

A la hora de dormir nos tumbamos sobre las esterillas en un rincón tratando de molestar lo menos posible a los anfitriones. Fuera, la noche cubre la selva y la bruma desfigura la noche. Lluvia y frío que destemplan el alma y el estómago. El café sobreazucarado también ayuda. Comienza el espectáculo. Abuelos, padres, hijos y algún perro ocupan su sitio en la platea para no perderse ni un segundo de la función, no todos los días llegan al pueblo el circo. Ni un suspiro, que no se escape un detalle. Al principio cuesta conciliar el sueño, varios cientos de ojos fijos desvelan a cualquiera. Pero a todo se acostumbra uno. El cazador cazado. Los manggarai se acostaron tarde esa noche, no era para menos.

Cuando abrí los ojos por la mañana los manggarai seguían allí.

(Isla de Flores, agosto de 2007)



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MANGGARAI TV (FLORES ISLAND, INDONESIA)

The Manggarai have no television set.

Neither flat screen nor LCD nor plasma. Not even a lamp unit. Nor aerials nor wires emerging from the conical roof on their huts. They have no cinema nor theater, so when a sight to be seen visits their village, they sit in tight rows and eyes wide open to see the show. And judging by the troupe, it was probably a high caliber performance.

The Manggarai live deep in the jungle on Flores island, lost among the undergrowth of one of the thousands of islands that make up the Indonesian archipelago. Portuguese flowers bathed by the Indian Ocean's warm waters, surrounded by coral reefs and lionfishes, crowned by reddened volcanoes, beyond the Wallace line that does not divide anything but separates all.

Reaching their Warebo hamlet from Ruteng took a day by engine and another on foot. Dancing on the dirt tracks, between waves, rice paddies and smiles, the little truck managed to get to the hut at dusk on the jungle's edge where the leeches were waiting for their dinner. A hike immersed in the eternal haze of the indonesian jungle that catches the clouds and engulfs them in ephemeral drops on the large leaves. And some hens tied by their legs dangling and clucking hung from a native's belt, by his big machete.
 

When there is anything but mist, a clearing opens among the tropical trees and emerges the ghostly silhouette of huge wet straw roofs. The world's largest huts, subtle skyscrapers in the foliage. Instead of building dozens of huts, the Manggarai are grouped together into clans and extended families of multiple members around the giant circle made by a few multi-story houses. The thick darkness inside welcomes us barefoot and embraces us. Frownings. The sacrifice of a white rooster will tell whether the year will be prosperous or ominous. The white people's fate is also at stake. The animal's frenzied screams among feathers on the wind make the oracle. Smiles and boiled rice with vegetables for dinner, not chicken blood for me, please.

At night, we lie down to sleep on mats in a corner trying to disturb the hosts as little as possible. Outside, the night covers the rainforest and the mist distorts the night. Rain and cold that chill the soul and the stomach. Oversweetened coffee also helps. The show begins. Grandparents, parents, children and some dogs take their places in the stalls not to miss a second of the performance, not every day the circus comes to town. Not a sigh, not a detail to miss. At first, some troubles to get to sleep, hundreds of fixed eyes keep anyone awake. But you get used to everything. The hunter hunted. The Manggarai stayed up late that night.

When I opened my eyes in the morning the Manggarai were still there.

(Flores Island, August 2007)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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