Los escualos negros asoman sobre la superficie turquesa de la playa. Cortan el agua como una cuchilla afilada sin llegar a sumergirse. La mancha oscura que construye el banco de peces se encoge, se divide, se transforma como un ser vivo autónomo que late sobre el fondo arenoso. El atávico ritual de la caza está en marcha. Los tiburones acosan en una danza perfectamente ensayada a los inermes peces que deambulan por el agua sin escapatoria posible. Hora de merendar.
La escena podría tener lugar en alta mar donde los enormes tiburones acechan a las inmensas bolas de peces hasta diezmarlas sin compasión en un violento frenesí. Pero en esta ocasión la naturaleza nos ofrece un espectáculo en miniatura. En el mismo borde de una paradisíaca playa de las Maldivas, las pequeñas crías de tiburón de arrecife de puntas negras (Carcharhinus melanopterus) aprenden a cazar con un reducido banco de infelices pececillos. Los diminutos escualos, perfectamente formados a pesar de su tamaño, ensayan las tácticas de acoso y derribo que a no mucho tardar tendrán que desarrollar en el escenario real. Pronto llegará su momento.
(Vilamendhoo, marzo de 2013)
(c) Copyright del texto: Joaquín Moncó
(c) Copyright de las fotos: Olatz Mendiguren
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