Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

sábado, 8 de febrero de 2014

JIRAFAS EN EL SAHARA (TASSILI N'AJJER, ARGELIA)



En el fondo de la cueva dormía una jirafa. Recostada sobre sus patas, con su largo y esbelto cuello alargado, me saludó agitando sus interminables pestañas. Las manchas rojas saltaban desde su piel canela y, con una mirada cómplice, esbozaba una sorprendente sonrisa. Parecía absolutamente viva, a punto de alzarse sobre sus delgadas patas y echar a correr contra la brisa. Pero no pudo moverse porque la jirafa no era real sino que estaba pintada sobre la pared de la cueva.



Esa fue la primera de la muchas jirafas que pude encontrarme en mi periplo por las arenas y rocas del desierto del Tassili N'Ajjer, en el fondo de Argelia, donde las fronteras con Libia, Mali y Niger se funden en un océano petrificado. Los diferentes macizos, como fortalezas lunares, alzan sus murallas en medio de las arenas saharianas donde esconden tesoros resguardados del tiempo. Desde que Henri Lhote las sacara a la luz, las pinturas rupestres del Tassili no han dejado de asombrar y de provocar intensos debates y hasta las más fantásticas teorías. Pero lo que sí demuestran es que, hace miles de años, donde ahora se extienden esos desiertos desolados, crecían entonces fértiles tierras inundadas por ríos y lagos donde abundaba una fauna propia de la sabana y donde florecían pueblos ahora olvidados.

Sin llegar a subir hasta la elevada meseta de Jabbaren dode aguardan los gigantes, en el Tassili Tadrart ya es fácil encontrarse en las paredes o al abrigo de las cuevas, con jirafas, elefantes, leones, bisontes o hipopótamos que observan desde los pozos del tiempo como si nunca se hubieran ido. La erosión del desierto ha sido inclemente con las pinturas que a duras penas resisten el embite en el fondo de las grutas o a cubierto de bóvedas de piedra, pero aún es posible maravillarse con las estilizadas líneas que dibujan el contorno de las jirafas, la mano maestra que trazó con tanta habilidad las gráciles patas y cuellos, que reflejó con tanto detalle su perfil efímero.

En las paredes de roca las tallas resisten mejor la erosión y brillan al sol como recién esculpidas. Entre enormes paquidermos y restos de escritura, tres hermosas jirafas parecen querer escapar de la piedra y trotar por los cañones en busca de un río.

Muchas cosas me conquistaron en el Tassili. Como sus jirafas.

(Tassili Tadrart, diciembre de 2012)






(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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