La Karakorum Highway se estira camino de Gilgit remontando cada curva del Indo y atreviéndose a cruzarlo de vez en cuando por puentes colgantes sobre las turbias aguas. A ambos lados se levantan altas paredes oscuras como las nubes que amenazan lluvia desde que salimos de Chilas. El arco del río circula entre las moles de roca descendiendo junto las tierras altas del Baltistán en su viaje milenario cruzando fronteras, religiones e historia desde sus fuentes en las sagradas faldas del Kailash.
En un determinado kilómetro, antes de cruzar el Alam Bridge para tomar tomar el desvío que sigue el curso del Indo hacia Skardu y abandonar al KKH en su camino hacia el valle de Hunza y el Khunjerab Pass, un enorme hito de piedra blanco se erige a la derecha de la carretera. Allí, las aguas del río Indo y del río Gilgit se dividen obligadas por los macizos ciclópeos que desgajan la tierra con violencia en tres enormes trozos. En ese mismo punto, tres de las cordilleras más altas del planeta, hogar de cumbres míticas y de montañas asesinas, se encuentran casi sin pretenderlo mientras se lanzan miradas desafiantes.
Al este, en la vertiente izquierda del Indo, el macizo del Nanga Parbat, oculto tras las brumas, construye el último bastión (o quizás el primero) de la gran cordillera del Himalaya como una isla extraviada de sus hermanos nepalíes y tibetanos, una montaña desnuda como bien fue bautizada. Al norte, entre el Indo y el Gilgit, las primeras estribaciones del Karakorum anuncian los poderosos señores que habitan entre los glaciares baltíes. Por último, al oeste, la cadena del Hindu Kush despliega sus estandartes de viejas leyendas y sueños de caravanas de camellos más allá de Afganistán.
El tiempo y la tierra se dan la mano en este lugar inhóspito donde el aire trae sabor a lluvia, a nieve, a pólvora.
(Pakistán, agosto de 2012)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
No hay comentarios:
Publicar un comentario