Para muchos es el Santo Grial de los mares, el pez que todo buceador o practicante de snorkel desea encontrarse y nadar junto a él. Quizás porque es el pez más grande que navega por los océanos, por su bella estampa de piel estrellada como la noche, por su calma soñolienta que apenas altera el aleteo solemne de su cola.
Las Islas Maldivas son un buen lugar para tentar a la suerte de toparse con el tiburón ballena (Rhincodon typus) pero, como en cualquier otro asunto de la Naturaleza, ya sean animales o fenónemos meteorológicos, es precisa una buena dosis de fortuna, por no hablar de paciencia y buen ánimo.
En mi caso la fortuna llamó a mi puerta con aldabonazos muy sonoros. Tres zambullidas en las transparentes aguas maldivas al sur del atolón de Ari y tres primeros planos con unos tiburones ballena de tamaño considerable. El último, el más grande, me pasó por debajo en dos ocasiones a una distancia mínima que me permitió observar su paso interminable como un tren de mercancias bajo mis aletas pero tan majestuoso como un eclipse de luna. Después se disolvieron en el océano sin que pudiera apenas seguirlos dejando sólo un rastro de burbujas y unas fotos muy movidas.
Perceval no consiguió su Grial pero yo tenía el mío.
(Ari Atoll, marzo de 2013)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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