Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 24 de mayo de 2012

HUESOS OXIDADOS (SKELETON COAST, NAMIBIA)



Más allá de los pingüinos y cormoranes de Lüderitz, al norte de las dunas de Swakopmund y los pelícanos de Walvis Bay, lejos de los osos marinos que abarrotan Cape Cross, sólo hay cadáveres. A lo largo de la interminable línea de costa donde se confunden olas y arena, los huesos blanqueados de los esqueletos relumbran al sol de África, se oxidan bajo el viento espinoso que sopla desde el confín del mundo.

La breve franja amarilla que se empareda entre las aguas de acero del Océano Atlántico, agitadas por la corriente de Benguela, y las tierras interiores de Damaraland y Kaokoveld fluye como un río petrificado por el frío y el calor donde la vida apenas puede ser y tan sólo los huesos dan testimonio de su existencia. Encajada entre dos ríos que hacen de frontera, el Swakop al sur cargado de diamantes y el Kunene a la sombra espesa de Angola, la Costa de los Esqueletos reparte sus encantos a diestro y siniestro mostrando su colección de hierros naufragados a lo largo del litoral, armazones podridos que se herrumbran irremediablemente, motores vacíos, chimeneas ahogadas, cascos agujerados, fantasmas de ballenas.

Loa bosquimanos del interior llamaron a esta región la tierra que dios creó encolerizado y los marinos portugueses que arrivaron a ella en su búqueda del paso sur del continente hacia las Indias la bautizaron con el no menos sugerente apelativo de la Puerta del Infierno.

De mi paso por sus aguas y arenas recuerdo el viento airado como el dios de los bosquimanos, el frío excepcional en mi invierno austral y el sueño enterrado por los siglos.

(Costa de los Esqueletos, agosto de 2011)





(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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