Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 8 de mayo de 2012

ITERU (EGIPTO)



Fluye lento y ensimismado como la suave respiración de un ave.
Se va desperezando tímidamente rozando las orillas con su piel plateada mientras se lleva entre las uñas plumas de tierra.
Se arrastra perezoso abriendo un surco brillante entre los mares de arena dorada que amenazan con invadirlo a cada soplo.
Estalla en millones de diamantes agitados cuando el sol surge devorador sobre la línea del horizonte convirtiendo la sombra en fuego.
Permite con gesto casual que las falucas se deslicen por su espalda con su vela triangular hinchada de blanco.
Porta recuerdos oscuros de su infancia azul en las altas tierras etíopes y de sus años blancos entre junglas esmeraldas.
Se agita intranquilo entre sueños de lluvias y de guerras.
Despliega ante mis ojos su juventud de faraones negros y calor infernal.
Me habla de las altas figuras sentadas sobriamente al amanecer junto al lago.
Se estrella apasionado contra la alta muralla que atraviesa sin dudarlo.
Camina desde allí con paso solemne bajo los piedras gastadas, las columnas desnudas, los agujeros vacíos, los tres poliedros.
Se demora el tiempo necesario para deslumbrar y finalmente se deshace en cientos de acequias y huertas allá donde el espacio se transforma en letra griega.
La línea se convierte en vacío.
El agua en agua.
Pero el río nunca termina, no deja de ser, siempre.
El Nilo es.

(En la antigua lengua egipcia el Nilo era llamado Hapy (Ḥˁpī) o Iteru (itrw), que significa río o canal)

Nilo (enero de 2002)





(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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