Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 13 de enero de 2011

CIRILO (CORDILLERA BLANCA, PERÚ)



A Joel le dimos dinero para que comprara víveres en el mercado de Huaraz. Regresó cargado de cajas y bolsas con su gesto característico en la boca, entre risa y temor, como si caminara alegre por la vida pero al mismo tiempo tuviera miedo de caerse en un agujero. Metimos como pudimos todos los paquetes en el vehículo que nos iba a transportar hasta Vicos junto con las mochilas y los trastos de escalar con cuidado de no romper el cartón de huevos. De repente, una de las cajas pareció cobrar vida, se movió, saltó y danzó sobre las otras, hasta emitió un leve gorgoteo, un silbido trémulo. Joel sonrió y destapó la caja mostrándonos al pollo que trató de esconderse entre su almohada de plumas amarillentas en un rincón de sombra imposible. Con sus ojos negros de piedad esbozó el mismo gesto que Joel, de ignorancia y pavor.

Durante el camino hasta el campo base de la laguna Legiacocha el pollo se arrebujó en su caja de cartón sin osar sacar la cresta por la ventana, como si viajara en un vagón de primera clase, a lomos de un burro, en la mano del arriero. Una vez en el campamento, su libertad se terminó antes de empezar pues Joel le ató las patas para evitar que se fugara glaciar abajo huyendo de la esclavitud y de un futuro más oscuro que le aguardaba.

El pobre animal estaba condenado, por más que le jurásemos a Joel que no nos gustaba el pollo. Ni por ésas. Tenía el menú bien organizado desde que desplegara todas las viandas sobre la colcha de la cama en el hostal de Sergio y anotara paso a paso los ingredientes de desayunos, comidas y cenas que nos iba a preparar tal y como había  aprendido en el curso de cocineros. El pollo estaba en la lista. Lo que no sabíamos es que hasta el último día no iba a aparecer por el menú por lo que nos dio tiempo a convivir con el ave tardes y noches en el campo base bajo el nevado Copa, escuchando sus  quejas destempladas cuando una ráfaga de viento helador le zarandeaba levantando plumas de aire o cuando Joel se aproximaba demasiado arrojándole su sombra de verdugo encima. Axel hasta lo bautizó y lo alojó en su tienda cuando la noche se volvió cruda. Y creo que Cirilo lo agradeció con su voz quebrada y los ojos de mármol.

El pollo a la piña que preparó Joel como fin de fiesta no tenía mucha carne en el plato.

(Laguna Legiacocha, agosto de 2005)




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CIRILO  (CORDILLERA BLANCA, PERU)

Joel was given some money to buy supplies in Huaraz market. He returned loaded with boxes and bags with his characteristic expression on the mouth, between laughter and fear, as if he was walking happy through life but also afraid of falling down a hole. We crammed all the packages in the car that would carry us up Vicos along with the backpacks and the climbing gear carefully not to break the egg tray. Suddenly, one of the boxes seemed to come alive, moved, jumped and danced on the other boxes, even gave a little gurgle, a tremulous whistle. Joel smiled and opened the box showing the chicken that tried to hide among his yellowish feather pillow in an impossible shadow corner. With its dark eyes asking for mercy it showed Joel's expression, ignorance and terror.

On the way to the base camp by lake Legiacocha the chicken wrapped in the cardboard box, not daring to poke its comb out of the window, as traveling in a first-class carriage, on donkey back, in mule driver's hand. Once at base camp, its freedom ended before it began because Joel tied its feet to prevent its fleeing down the glacier trying to escape from slavery and a darker future that awaited.

The poor animal was doomed, even though we sworn Joel that we did not like eating chicken. No way. He had a well organized menu since he unfolded all the food on the bedspread at Sergio's guesthouse and wrote down step by step the ingredients of breakfast, lunch and dinner he would prepare as learned in the course for cooks . The chicken was on the list. What we did not know is that until the last day it would not appear on the menu so we had time to live together with the bird evenings and nights at base camp beneath nevado Copa, listening to its harsh complaints when an icy gust of wind shaked it raising up air feathers or when Joel came too near casting his executioner's shadow over it. Axel even christened it and lodged it in his tent when the night turned harsh. And I even think that Cyril thanked him with its faltering voice and marble eyes.

The pineapple chicken prepared by Joel as grand finale did not have much meat on the plate.

(Lake Legiacocha, August 2005)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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