Los tres Rurec Sur |
La noche de carbón se hacía laberinto entre las piedras grises junto a la laguna Tararhua. La estrella sobre la frente iluminaba la punta de mis pies en su círculo amarillo ocultando las otras estrellas a años luz de nuestras huellas, como un mapa borrado por el tiempo. Al tocar la tierra vieja de la morrena un fulgor azulado comenzó a inundar la vasija redonda de la quebrada subrayando de plata los contornos de las rocas y los bloques de hielo. Las cosas, que hasta entonces habían sido mancha gris y borde oscuro, fueron tomando nombre lentamente. Con el pulso vibrante de emoción y los ojos de vidrio recogimos el material que habíamos depositado dos días antes a pie de glaciar y nos adentramos en sus rincones.
La punta asombrosa del Huantsán emergía fulminante detrás del horizonte como un mástil de barco inalcanzable echando su sombra sobre la pirámide del Yahuaraju y el enorme merengue del Rurec que parecía desmoronarse en cubos de azúcar. El camino se empinaba entre pasos de cristal dejando el suelo cada vez más abajo. La luz redonda lo invadía ya todo y se perdía a cada instante en un caos de penitentes que erizaban el lomo de la montaña con cientos de púas blancas. De nuevo el laberinto. A la espalda, el Shaqsha y el Cashán cerraban la quebrada como centinelas soñolientos en duermevela, distantes, como si habitaran en otro planeta. La cumbre del más alto de los Rurec Sur seguía estando tan lejos como dentro del saco de dormir horas antes.
Insignificante |
La delgada línea de la vida |
En un vistazo al altímetro los 5000 metros saltaron de pronto desde el estómago de las grietas. La senda se volvía serpiente retorcida en curvas y espirales esquivando las arrugas del glaciar que se desperezaba arañado por crampones y rizos de cuerda. El sol se arqueaba en la cúpula refulgente sobre nuestros cascos mientras las huellas parecían deslizarse cuesta abajo sin querer avanzar. Los seracs no eran como en las fotos de los libros, la rimaya parecía querer devorarnos. La rampa final hasta la arista giraba sobre su eje alzándose cada vez más alta hasta que, mirando por azar al fondo de las cosas, la línea platino del arroyo que desaguaba el glaciar en la laguna simuló un trazo inocente de lápiz enroscado en un papel. Ya casi estábamos al final del camino. Unos pasos más arriba la arista de cornisas inverosímiles se resquebrajaba en cristales afilados que apenas aguantaban el peso del aire.
La cumbre éramos nosotros.
Unos metros por debajo del borde vacío.
Unos metros por debajo del borde vacío.
Ricardo y yo nos miramos y asentimos. Ya estaba.
(Quebrada Rurec, agosto de 2005)
(Quebrada Rurec, agosto de 2005)
Grieta en el glaciar con el Shaqsha al fondo |
Debajo de la arista cimera |
Ricardo con el Rurec al fondo. Yahuaraju detrás y asomando la punta del Huantsán |
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THE EDGE OF THINGS: SOUTH RUREC II (CORDILLERA BLANCA, PERU)
The coal night became labyrinth among the grey stones beside lake Tararhua. The star on the forehead lit the tips of my feet in its yellow circle hiding the other stars light years away from our footsteps, as a map erased by time. When touching the old moraine earth a bluish glow began to fill the round bowl of the quebrada underlining in silver the rocks and ice boulders' shape. Things, which had hitherto been grey blur and dark rim, were slowly taking names. With the vibrant pulse of excitement and glassy eyes we picked up the gear left two days before at glacier's foot and we got into its corners.
Huantsan amazing top emerged lightning over the horizon like an unattainable ship's mast casting its shadow on Yahuaraju's pyramid and Rurec's huge meringue that seemed to crumble into sugar cubes. The path got steeper under crystal steps ever leaving the ground belower and belower. The round light pervaded everything and every moment was lost in a chaos of penitentes bristling the mountain's back with hundreds of white spines. Again the maze. At the back, Shaqsha and Cashan closed the quebrada as drowsy sentinels half asleep, distant, as living on another planet. South Rurec's highest summit remained as far away as inside the sleeping bag hours earlier.
Looking at the altimeter, the 5000 meters suddenly sprang from the stomach of the crevasses. The path became snake twisted on curves and spirals avoiding the glacier's wrinkles that stretched scratched by crampons and rope curls. The sun was arching on the glistening dome over our helmets while footprints seemed to slide downhill not wanting to go. The seracs looked not like the book's pictures, the bergschrund wanted to devour us. The final slope to the ridge turned on its axis rising higher and higher until, looking by chance at the bottom of things, the platinum line of the stream draining the glacier into the lake simulated an innocent pen stroke coiled on a piece of paper. We were almost at the end of the road. A few steps above the ridge of unlikely cornices cracked in sharp crystals hardly supporting the weight of the air.
We were the summit.
A few meters below the empty edge.
Ricardo and I looked at each other and nodded. Done.
(Quebrada Rurec, August 2005)
(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó
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