Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 5 de enero de 2011

BALOMPIÉ DE ALTURA (CORDILLERA BLANCA, PERÚ)



Jamás se me había ocurrido que pudiera jugar al fútbol a esa altura. Y no lo hice.

Hacía un par de días que junto con mi pata peruano Ricardo habíamos instalado el campo base debajo de un quenual que brotaba imposible de una roca. El arriero Joel, de Olleros, nos había conducido sin pausa a ritmo de mula y caballo hasta la cancela del muro que cerraba la quebrada. Desde allí, tuvimos que portear el material a las espaldas hasta donde dieron las fuerzas, lejos aún de la tierra anciana de la morrena glaciar. Allí nos quedamos a vivir por varios días, solos, a 4200 metros, junto al agua turbia que bajaba de la laguna Tararhua y a la vista de tremendo Huantsán y el Rurec que cerraban el valle mientras que la desde la puerta de la tienda podíamos atisbar las puntas nevadas del Cashan y el Shaqsha.

Un día para explorar el terreno y dejar material a pie de glaciar. Habíamos elegido uno de los Rurec Sur para empezar. De regreso a la tienda era imposible no emocionarse con la belleza de la quebrada en completa soledad.
A la noche, sin embargo, oímos voces y vimos luces. No estábamos tan solos. En todo caso no eran gringos. Ricardo alejó sombras diciendo que ya no se veía a los miembros de Sendero Luminoso por esos pagos, que esos eran otros tiempos, que en otros años quizás... Apenas distinguíamos las figuras al otro lado del arroyo,  sombras a la luz de una hoguera. Nos metimos en los sacos con risas y canciones en los oídos.

La mañana siguiente nos acercó a la tienda a dos chicos de ojos vivos y labios serios. Bastó compartir algo del desayuno con ellos para ganar unas sonrisas.  Al parecer, era día de fiesta en el pueblo y un grupo de locales había subido a celebrarlo pasando la noche a la intemperie. Ricardo y yo dedicamos la mañana a aclimatar subiendo a la morrena del Shaqsha y cuando regresamos a la tienda los chicos se habían multiplicado. Con el balón en la mano nos pidieron unirnos a la fiesta. Un partido de fútbol a tan sólo 4200 metros de altura.

El pobre gringo  ajeno a ese mundo de nubes y aire escuálido tuvo que conformarse con ver los toros desde la barrera. Ricardo, con el cuerpo y el espíritu más aclimatado, pudo correr por la banda e intentar varios regates.

(Quebrada Rurec, agosto de 2005)




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HIGH FOOTBALL  (CORDILLERA BLANCA, PERU)

I never thought that I could play football at that altitude. And I did not.


A couple of days ago, along with my Peruvian "pata" Ricardo, we had installed the base camp beneath a quenual sprouting impossible on a rock. The mule driverJoel, from Olleros, led us steadily at mule and horse's pace to the gate in the wall enclosing the quebrada. From there, we had to carry the equipment up to where we had the strength, still far from glacial moraine's old earth. We stayed there to live for several days, alone, at 4200 meters above sea level, next to the murky water coming down the Tararhua lake and watching the tremendous Huantsan and Rurec closing the valley as, from the tent's door, we could glimpse the snowcapped peaks of Cashan and Shaqsha.

A day to explore the terrain and leave equipment at the foot of the glacier. We had chosen one of the South Rurec to start. Back to the tent it was impossible not to feel moved by the beauty of the quebrada  in complete solitude.
At night, however, we heard voices and saw lights. We were not so alone. In any case they were not gringos. Ricardo put shadows away saying that Shining Path members were not seen now in that land, that times change, other years maybe ... We barely made out the silhouettes across the stream, shadows in a bonfire light. We got into the sleeping bags with laughter and songs in our ears.

Next morning brought to our tent two boys with bright eyes and serene lips. It was enough to share a little breakfast with them to get some smiles. Apparently, it was holiday in the village and a local group had come up to celebrate by spending the night outdoors. Ricardo and I spent the morning going to acclimatize by climbing the Shaqsha moraine and when we returned to the tent the boys had multiplied. Ball in hand we were asked to join the party. A football match only at 4200 meters high.

The poor gringo alien to that world of clouds and thin air had to be satisfied with watching the match from outside. Ricardo, body and spirit more acclimatized, could run along the touchline and try some dribbling.

(Quebrada Rurec, August 2005)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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