Según la leyenda local que arrastra arenas ancestrales, la vaca llora porque es sabia y atisba detrás de las dunas el futuro que le espera. El desierto avanza, la desolación gana terreno y en poco tiempo el agua y los pastos no serán más que un espejismo sin palmeras.
La vaca que llora en realidad son tres que vierten una gruesa lágrima por su ojo derecho al tiempo que echan una mirada de auténtica conmiseración. Tal vez no sea lágrima ni llanto pero la tradición se ajusta perfectamente al gesto atemorizado de las vacas. Sus finos e interminables cuernos se alargan en varias direcciones afilando aún más su estrecho rostro que parece querer escaparse de la piedra. Allí, atadas a un enorme torreón doble de roca, rodeadas de arenas cada vez más amenazantes, las tres reses comparten rebaño con otras esculpidas en otro risco vecino y se vienen a sumar a la gran cabaña vacuna que brota por innumerables piedras del Tassili esperando que regresen los pastores que antaño las guiaron entre hierbas ya inexistentes.
De regreso a Djanet, tras una semana extraviado entre arenas y pinturas imposibles, un lienzo de espejismos plateados en el horizonte me condujo hasta Terghargert donde las tres vacas lloran sin consuelo sin saber a ciencia cierta por qué. Tal vez gota a gota, lágrima a lágrima, consigan resucitar las aguas del río que el mito y la historia secaron.
(Tassili, diciembre de 2012)
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