Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 2 de febrero de 2012

RUIDO DE SABLES (SUDÁFRICA)



Puede que sea el antílope más hermoso, y eso que la competencia es grande. 

La belleza estilizada de las gacelas tanzanas, la franja marrón del springbok, la elegancia incontestable del sable negro. La pasarela está repleta de candidatos que se pasean pomposamente luciendo sus mejores galas para deleite de depredadores siempre ocultos en las sombras y de cazadores de instantáneas digitales.

Pero cuando el Gemsbok u Oryx del Cabo (u órice, como debiera decirse) (Oryx gazella), comienza su contoneo atrae irremediablemente a todos los focos. La tierra polvorienta del Kalahari o el filo rojo de las dunas namibias recortan su silueta soberbia bajo el fulgor de los flashes. Las cámaras reflex no dan abasto.

Calcetines blancos, medias negras, traje canela, cola oscura, rostro pálido atravesado de sombras. Las dos espadas desenvainadas contra el cielo atraen todos los rayos y miradas. 

Desde la cima del desierto, casi convertido en nada, rasga el viento con sus sables afilados y sin apenas pretenderlo se convierte en espejismo y sueño.

(Kgalagadi Transfrontier Park-Gemsbok National Park, agosto de 2011)




(c) Copyrigth del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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