Anayet y Corredor de los Franceses |
El frío siberiano anunciado en Pirineos daba que pensar. No todos los días se escala con sensaciones térmicas de -20 o -30º, mejor quedarse en casa debajo del edredón con un buen libro. Pero el sol iba a brillar sin más manchas que sus pecas y un cielo despejado no se podía dejar pasar así como así. Buscando las máximas gotas de calor posible optamos por caminar una vía con orientación este que enfrentara y desafiara al sol desde las primeras horas y acabamos en el corredor oriental del Anayet conocido como el Corredor de los Franceses. Una vía a la que normalmente hay que atacarle muy temprano, aún con las sombras como compañeras, en esta ocasión no importó escalarle la piel a plena luz porque de todos modos el mercurio iba a seguir desplomado.
A golpe de raqueta o esquí remontamos el barranco de Culivillas entre nieve polvo hasta desembocar en los ibones invisibles bajo el hielo y los copos. Como nos temíamos el corredor vestía nieve y roca por igual pero aún así nos decidimos a rondarle. Desde la rimaya abierta ya vimos el percal del primer largo de cuerda y nos dedicamos a arañarlo con los crampones hasta pisar la nieve más arriba. En otro largo nos plantamos al pie del paso clave de la vía, uan cascada de hielo a 75º inexistente que se manifestaba como un pulido IV con algo de verglas. César superó el paso magistralmente mientras yo capeaba las bajas temperaturas a la sombra de la reunión. Cuando me tocó a mí encaramarme al caballo de piedra me sucedió lo impensble. Ya estaba a punto de salir a la nieve por encima del resalte cuando con cara de incrédulo contemplé como mi crampón derecho se desataba solo del pie y me decía adiós casi sin despedirse. En varios saltos y rebotes se perdió por el fondo del corredor.
Así las cosas, la actividad terminó a mitad de camino. No había más cuentas que hacer. Destrepar el resalte, esperar al compañero y en varios rápeles con un crampón deslizarnos por las cuerdas hasta pie de via. Regreso al punto de partida. El retorno hasta el coche se hizo eterno penando entre oleaje de polvo blanco mientras la noche nos iba dando caza.
Para rematar la faena, el coche, abandonado y solitario en el aparcamiento a 15º bajo cero, se negó a arrancar de puro enfado dejándonos varados en medio de la oscuridad. Hubo que pedir refuerzos y casi llamar al ejército para sacarlo de allí.
Para rematar la faena, el coche, abandonado y solitario en el aparcamiento a 15º bajo cero, se negó a arrancar de puro enfado dejándonos varados en medio de la oscuridad. Hubo que pedir refuerzos y casi llamar al ejército para sacarlo de allí.
(Pirineos, 11 de febrero de 2012)
(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó
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