Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

viernes, 31 de agosto de 2012

DIAMANTE EN BRUTO (KARAKORUM, PAKISTÁN)



Tras tres días de sombras, dudas, temores, nubes, lluvias y nieblas, por fin amaneció despejado en Concordia. Ni una mancha en el azul frío de la mañana que se desplomaba sobre el hielo y las piedras del glaciar. Día de gorros y guantes. Y allí enfrente, nada más bajar la cremallera de la tienda, como un descomunal diamante caído desde el espacio exterior, estaba el K2.

Simple, sólido, desnudo. El Chogori finalmente se había despojado de velos y gasas y me dejaba contemplarlo en su absoluta rotundidad. Una pirámide perfecta, un colmillo colosal, un prisma extraordinario que atraía todas las miradas y todas las partículas de luz. La segunda montaña más alta de la tierra mostraba sus 8611 metros con total desparpajo empequeñeciendo a la sobrecogedora mole tricéfala de su hermano, el Broad Peak, que se atrevía a hacerle sombra a su lado. Un poco más a la derecha, las agujas agresivas de los Gasherbrum osaban asomar las testas para hacer la reverencia.

El glaciar Godwin Austen fluía desde sus raíces como una autopista prehistórica hasta su confluencia con el Baltoro en el magnífico nudo que supone Concordia. Al fondo, como un decorado artificial imposible, el K2 comenzaba a brillar con luz propia y a encenderse de oro con los primeros rayos. El Espolón de los Abruzzos por la derecha hasta el Hombro para encajonarse bajo el Gran Serac en el Cuello de Botella, la vía normal a una montaña poco normal. La Magic Line por la izquierda, sólo ascendida en dos ocasiones, cerrando el triángulo. Y en el vértice, la ausencia, el viento olvidado, el frío astronómico.

A medida que remontaba el Glaciar Vigne el K2 fue quedando a mi espalda hasta llegar a desaparecer sin poder evitar girarme sin descanso para no dejar de asombrarme. Al día siguiente, desde el alto collado de Gondogoro La, a más de 5600 metros de altitud, su perfil definitivo asomaba con soltura sobre el horizonte siendo el primero en saludar al sol.

(Glaciar de Baltoro, agosto de 2012)

 







(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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