Una escalera de arena, una rampa de semillas de oro que se van desmoronando a cada paso. Es fácil seguir la huella pues sólo hay un lugar donde posar el pie. Cada vez un poco más cerca del cielo y más lejos de infierno. El calor aprieta en la sartén namibia a cada minuto y en Deadvlei los árboles secos ya deben de estar ardiendo. A nuestros pies las charcas efímeras de Sossusvlei brillan al sol africano reflejando las formas onduladas de las dunas. La línea sinuosa que perfila el horizonte de la duna invita a recorrerla. Millones incontables de granos de arena se amontonan a refugio del viento hasta erigir en el desierto gigantescas montañas rojas que se encadenan hasta formar un laberinto de cuerdas invisibles. Una cumbre de aire a punto de deshacerse con un soplo.
Paso a paso Olatz y yo continuamos nuestra marcha hasta la cumbre donde no nos espera nada más que el otro lado. Y unas vistas magníficas del desierto namibio.
La foto pertenece a la mano maestra de Miguel Ángel Sánchez.
(Desierto del Namib, agosto de 2011)
(c) Copyright del texto: Joaquín Moncó
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