Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 31 de agosto de 2010

ENTRE LUNAS: BALAITÚS


Llegando a la Brecha Latour

El tresmil más occidental de toda la cadena pirenaica aún se habia resistido a mis encantos a pesar de haberlo rondado y cortejado por sus entornos en variadas ocasiones. Ya fuera por despecho, desdén o timidez, aún no me había permitido ni siquiera arrimarme y bailar pegados sino que toda nuestra relación había sido a distancia y que corra el aire.

Pero todo asedio tiene sus frutos y a finales de agosto, cuando el calor ya rebaja y las piedras aún están secas, me acerqué por sus dominios a ver si esta vez caía la breva y podía subirme a sus hombros. Todo se fraguó en un plan express, quizás un poco atrevido y temerario, como suelen ser los planes que dan resultado. Ya la salida de Madrid el viernes se retrasó hasta bien entrada la tarde por lo que hasta las 00.45 del sábado no estaba metiéndome en el saco  en un rincón que encontramos junto al embalse de la Sarra bajo la luz plateada de una luna menguante aún enorme. A las 5.30 diana para ponerse a caminar bajo la lumbre de los frontales y el fulgor lunar que poco a poco no llevó a un alba esplendorosa sin nubes en el cielo que ni siquiera amenazaba. En dos horas y media nos plantamos en la horrenda presa del embalse de Respomuso donde la pirámide perfecta de Llena de Cantal y sus satélites, emulando a sus parientes egipcias, arrojaban sus sombras sobre las aguas. Los techos cobrizos del refugio, las tuberías y parapetos antialudes distorsionan las imágenes pero una familia de marmotas ajena a tanto quebranto me devuelve a la otra realidad.

Cresta del Diablo y de Costerillou

Por el barranco arriba, apretando los músculos, ascendemos con rapidez hacia la vuelta de Barrada donde la arista de Bondidier a siniestra y la afilada cresta del Diablo y de Costerillou  a diestra se chocan incomensurables en una ola de roca que levanta el Balaitús como un tsunami. Entre bloques y pedreras alcanzamos la base de la brecha Latour, el punto débil en la muralla por el que pretendemos colarnos como aqueos en urbe troyana. El tajo se desgaja sobre neveros agostados y nos empotramos en él arrastrando los cuerpos por las rocas descompuestas que se conjuran para expulsarnos de allí. Por suerte es un día de poco tránsito y no hay que sacar entrada para subir a la montaña rusa. Tras superar los dos resaltes incómodos llegamos al muro vertical que corona la brecha y por el que trepando con buenos agarres y la ayuda de clavijas y cuerdas fantasmales superamos el famoso paso. La vertiente oeste de la montaña se abre a nuestros pies en un desnivel gigantesco que va a parar a las aguas del lago helado y de los ibones de Arriel allá abajo. Tras un buen tramo de pies y alguna mano alcanzamos el vértice cimero donde Ledormeur nos mira adusto bajo sus cejas de piedra denostando el artefacto metálico que le han colocado encima. Desde allí se abre el mundo y sus vigías: Infiernos, Garmo Negro, Vignemale, Gran Facha, Taillón, Arriel, Midi y, allí mismo, el Palas con sus aristas de araña. Por el lado francés las nubes cubren los valles hasta el infinito. La frontera intangible es una costa de mar de gasas blancas.

Trepando a la salida de la brecha

Comenzamos a destrepar por  la Gran Diagonal

El descenso, para variar un poco y hacer una travesía de la montaña, lo hacemos por la Gran Diagonal, que se precipita sobre la cara oeste del Balaitús entre cascajos, lajas y roquedos buscando la ruta más logica y sencilla para abordar la montaña. Fácil pero expuesta. Con los cinco sentidos alerta sobre el abismo, tras trazar la línea recta que surca la faz como una cicatriz, llegamos a la cueva del abrigo Michaud que boquea centenario su aliento invernal. Desde ahí, contemplando cómo las nubes galas intentan invadir los valles franqueando los collados, descendemos hasta el Gorg Helado que se derrama  turquesa por el barranco hasta fundirse con las aguas mayores del ibón superior que faldea el Arriel y el Palas. A partir de ahí la ruta se torna camino y suave, pero largamente, nos acerca al final del viaje. Las horas se han consumido sin darnos cuenta y cubrir el desnivel positivo y negativo de 1700 metros nos ha llevado cerca de 16. Por el GR de regreso al coche las sombras vuelven a  caer y los frontales a iluminar el trayecto. Unas botas rebeldes convierten cada paso que doy en un martirio que no parece acabar nunca y alargan el reloj más y más. A las 22.20, cerrando el círculo, llegamos a la meta bajo la misma luna de agosto.

(Balaitús, 28 de agosto de 2010)

Travesía en la Gran Diagonal con el Arriel y el Midi al fondo

Ibones de Arriel allá abajo

Cara oeste del Balaitús por donde discurre la Gran Diagonal


(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó

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