Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 18 de octubre de 2012

A PRUEBA DE ZARPAS (ALASKA)



Desde que he llegado al parque natural no dejan de recordarme dónde estoy y quién manda allí. Por supuesto que mandan los rangers, con sus uniformes verde oliva y el revolver en la cintura. No tengo nada más que rememorar el incidente con la teniente Hamilton, de mirada azul y sonrisa de hielo, para darme cuenta. Sí, señor, señor, como usted diga, señor. Pero incluso por encima de ellos, en esa tierra fronteriza, mandan los osos. 

Los Estados Unidos por encima del paralelo 48 son salvajes y agrestes, tapizados de bosques, montañas, glaciares y una tundra inabarcable hasta las aguas de acero del Ártico. Y allí, los osos, ya sean pardos, negros o blancos, campan a sus anchas e imponen su ley. Los carteles, folletos, videos o charlas me lo recuerdan a cada instante, las normas básicas a seguir en caso de encuentros cercanos, la educación mínima en tales situaciones, la urbanidad que se supone. Los osos son pacíficos, tranquilos, bonachones, ya estaban allí antes que nosotros, es culpa nuestra si nos ponemos torpemente en su camino, si se les cruzan los cables y de vez en cuando devoran a un turista incauto que pasa a engrosar las estadísticas. Pero los osos también tienen hambre. Aunque sólo los polares nos tienen en su dieta, y apuesto que tampoco en el mejor plato del menú, no conviene estar cerca de sus hocicos cuando se pasean entre las matas de arándanos buscando algún bocado más apetitoso que llevarse a las fauces. Y mejor no estar en el camino entre el oso y su comida. Más vale poner a buen recaudo las viandas y plantar la tienda bien lejos.

Para eso las cabezas pensantes han diseñado artilugios donde depositar los víveres o la basura y que las zarpas de los osos no puedan abrir por mucho que lo intenten. Aunque todo es posible, que el hambre agudiza el ingenio.

(Alaska, agosto de 2009)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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