Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 18 de noviembre de 2010

CUATRO ELEVADORES (LISBOA)

 
Uno de los elevadores lisboetas

Una de las muchas cosas que me gustan de Lisboa es subirme en sus viejos tranvías amarillos que chirrían por las cuestas empedradas colgados de una maraña de cables. Cuanto más viejos mejor. Y todavía más me gusta subirme en los elevadores que aún siguen en activo en la capital, más para alivio de los locales que para uso de los turistas, salvando los grandes desniveles que separan los barrios altos de los bajos.

Dejando aparte el elevador de Santa Justa, con su estilizados hierros parisinos que Eiffel alzó a la orilla del Tajo y que constituye uno de los reclamos turísticos de la ciudad, hay que buscar para encontrar los otros tres elevadores que, como tranvías dislocados y algo torcidos, circulan por los raíles y los callejones lisboetas. Alguno más solicitado pero otros casi olvidados en la cabecera de línea, esperando a que algún parroquiano o un turista romántico se siente en los bancos de madera obligando al conductor a salir de su letargo y su bufanda para accionar la palanca. En apenas unos minutos se llega al destino en la cumbre de la rampa donde el elevador amarillo espera el turno de bajada hasta su lugar de reposo y de nuevo vuelta a empezar.

Me gustan los viejos elevadores de Lisboa  casi tanto como el bacalao a bras que me comí en un patio de Alfama un día de lluvia intensa.

(Lisboa, enero de 2009)

Otro elevador

El tercer elevador

Elevador de Santa Justa



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FOUR ELEVATORS (LISBON)

One of the many things I like about Lisbon is getting on his old yellow trams that screech through the cobbled slopes suspended in a tangle of cables. The older the better. And I even more like to get on the elevators that still are on active service in the capital, more for local people's relief than for tourists' use, covering the steep slopes that divide high-town from low-town.

Apart from the Santa Justa elevator, with its stylized Parisian irons raised by Eiffel on Tagus banks and that is one of the city's tourist attractions, you must search to find the other three elevators, as dislocated and somewhat twisted trams, running through Lisbon's rails and alleyways. One most requested but others almost forgotten in the end line, waiting for a customer or a romantic tourist to sit on the wooden benches forcing the driver to get out of his slumber and his scarf to operate the lever. In just a few minutes you reach the destination at the top of the slope where the yellow elevator waits for going down to its resting place and to start once again.

I like Lisbon's old elevators nearly as much as a 'bacalao a bras' I ate in an Alfama's courtyard a day of heavy rain.

(Lisbon, January 2009)




(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó 

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