Después de tantas emociones tocaba pasar una temporada en el paraíso, aunque sólo fuera por llevar la contraria al poeta que acabó sus días en Harar. El paraíso puede estar en cualquier parte porque lo llevamos dentro de nosotros. No tiene coordenadas ni rumbo fijo, no existe en los mapas ni habita en las enciclopedias. Por no tener no tiene ni tiempo, ni ayer ni mañana. Hay quien cree vivir siempre en él y otros que nunca lo encontrarán. Para unos es, para otros será y para muchos ni siquiera ha sido. Arquetipo, cliché o epíteto manido, pero en las Maldivas hay un atisbo del paraíso.
Agua, mucha agua. Calor, luz y azul. Sol, nubes y lluvia. Palmeras, garzas, cangrejos y zorros voladores. Luna llena y estrellas. Gafas y aletas. Aire embotellado y piel de goma. Arrecifes y corales. Tiburones, miles de peces de colores, tortugas, mantas raya y hasta el inefable tiburón ballena como la sombra de un sueño.
Relax y paz fuera del agua.
Dentro, no ha habido tregua.
(Vilamendhoo, marzo de 2013)
(c) Copyright del texto: Joaquín Moncó
(c) Copyright de las fotos: Joaquín Moncó y Olatz Mendiguren