Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 12 de febrero de 2013

TRABAJOS VERTICALES (ISLAMABAD, PAKISTÁN)




Ese dia en Islamabad parece que el monzón oceánico había alcanzado a la capital pakistaní y las nubes descargaban con fuerza sobre el asfalto. Desde las verdes colinas cercanas la bruma apenas dejaba divisar los edificios de la ciudad ni sus cuadriculadas avenidas. Una urbe muy monótona surgida a la espalda de la bulliciosa Rawalpindi cuando llegó la hora de la separación del vecino indio. Jarreaba con fuerza y poco más había que hacer esa mañana salvo esperar a que escampara y visitar la moderna y enorma mezquita Faisal, una de las más grandes del mundo musulmán y erigida a base de dinero saudí.

En esa ocasión, quizás por la lluvia, la mezquita estaba casi vacía y, respetuosamente descalzos, pudimos chapotear por los charcos y piscinas que se formaban en los amplios patios del recinto donde las escaleras y barandillas azules, entre tanta catarata, casi me recordaban a un parque acuático. Poco a poco el diluvio fue remitiendo e incluso el sol pugnaba por asomarse entre las cortinas de nubes grises. Los cuervos se guarecían bajo los voladizos mientras algunos fieles rondaban por los jardines exteriores contemplando el edificio.

Parece que las labores de acondicionamiento de la mequita no paran ni bajo la lluvia porque, al doblar una esquina, nos encontramos con una pareja de operarios enfrascados en  la hercúlea tarea de darle una manita de pintura blanca a una de las fachadas. Si ya de por sí el tamaño de la pared hacía resoplar al del cubo y la brocha, el sistema de seguridad desplegado por ese par de inconscientes era para quedarse boquiabierto. Menos mal que al que sujetaba la cuerda no le dio por saludarnos con la mano izquierda.

(Islamabad, agosto de 2012)


 


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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