Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 23 de enero de 2014

K1 (KARAKORUM, PAKISTÁN)



Cuando el teniente Thomas George Montgomerie dirigió su teodolito hacia el noroeste aquel 10 de septiembre de 1856 divisó dos elevadas cumbres que destacaban como altos mástiles sobre un mar de olas petrificadas. Hasta donde alcanzaba su vista se extendía un océano de montañas nevadas, de hielo y piedras torturadas, que a golpe de marea, con un reflujo de aguas sólidas, iba a estrellarse silenciosamente contra esas cimas

Desde el monte Haramukh, en la Cachemira india, a casi 5000 metros de altitud, Montgomerie contempló, confundida con el horizonte, la vasta dorsal del Karakorum que hasta entonces había pasado inadvertida a ojos occidentales. Sobre tal abundancia de cumbres colosales, hubo dos que, desde aquella posición y distancia, destacaban sobre el resto de manera evidente, lo que le llevó a enumerarlas en primer lugar en su catálogo. Para bautizarlas no fue muy ingenioso, ni afortunadamente las asoció a ningún insigne personaje que jamás se acercara a ellas, como sucedió con el vecino Everest. Una letra y un número bastó para que entraran por primera vez en los registros y archivos. K1 y K2. K de Karakorum.



Curiosamente, la que recibió el número 1, porque desde aquel lugar a Montgomerie le pareció la más alta, no es la más elevada de las dos, ni de las montañas circundantes. Al K1 posteriormente se le otorgó la denominación local mucho más atractiva de Masherbrum y actualmente se sitúa como la novena cumbre más alta del Karakorum con 7821 metros y la vigésimo segunda del mundo. Su magnífica mole que culmina en una doble cumbre se erige entre el glaciar de Baltoro y el valle de Hushe desafiando en belleza a montañas de más renombre que la rodean. Desde entonces, a la sombra de tanto hermano mayor que se lleva los focos, el Masherbrum permanece algo olvidado y, por su dificultad y por no alcanzar la fútil línea de los ocho mil metros, no ha recibido muchas ascensiones.

Cuando remonté el Baltoro el destino quiso que, a pesar de su tamaño, no pudiera ver la montaña en todo el recorrido. Una espesa y pertinaz muralla de nubes se negó a dejarme atisbarla durante días. Sin embargo, una vez abandonada Concordia y los dominios de los ochomiles, tras descender del Gondogoro La y recorrer el elegante valle de Hushe, pude contemplarla a mi antojo bajo un cielo azul y soleado. Desde ese lado la esbelta presencia que luce desde el Baltoro se torna en porte poderoso y colosal y me resultó imposible no girarme continuamente para comprobar si me estaba mirando.

La otra K de Montgomerie, el K2, resultó a la postre ser más alto que su vecino, hasta convertirse en la segunda cima más elevada del planeta, diamante perfecto, sueño casi imposible, amenaza constante. Aunque le buscaron nombres locales por todos lados ninguno llegó a cuajar y las frías cifras que el teniente le otorgó aquél día lejano en la cima del monte Haramukh han pervivido y entrado en la leyenda.

Sin embargo, el Masherbrum, durante un tiempo, fue el número uno.

(Karakorum, agosto de 2012)




(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó