La noche de tinta de calamar retrocede sumisa ante el fulgor de la luna llena que invade el cielo. No hay estrellas, ni planetas, casi ni luces fugaces en la frente, sólo luna. La penumbra se diluye en un fluido opaco mientras caminamos lentamente por la pedrera, arrastrando las botas, agarrando los perfiles oxidados de la roca con el tacto amputado de las manoplas, trepando por escalones de aliento mientras la bóveda gira sobre nuestras cabezas aclarándose paulatinamente tras los hombros que nos separan del Makalu. Cuando la línea se tumba aparece el hielo, azul, gris, blanco, incoloro, secuestrando todo el espectro en un instante que arrebata la primera luz. El mundo se abre en torres congeladas y brechas efímeras que entretejen pozos y arrugas en la capa de algodón que atrapa nuestros pies. Ruido de cuchillas y de voces sordas. Detrás, sin advertirlo apenas, se va alzando sigilosamente el torso desnudo del Ama Dablam rasgando el cielo añil con su filo. De súbito, con un fogonazo, la luz lo invade todo y el suelo se voltea.
La mano sigue al jumar y el jumar a la cuerda. El cuerpo se demora en un letargo sedoso que me rodea y me acuna. Agoto el aire y vuelvo a devorarlo, fino, diminuto, apenas de papel. Los siglos transcurren atado a la cuerda en un aleteo mientras respiro en el agua como un pez. Los pies arañan y el piolet muerde voraz, inútilmente, a cada paso la arista se aleja vertiginosamente. De repente todo acaba. Al otro lado el aire se vuelve inmenso, se precipita en ondas blancas de plumas hasta el fondo del glaciar que aún duerme en su sombra. Mis pies reposan en el mínimo borde de la cresta sin atreverse a dar un paso. La cara sur del Lhotse se eleva interminable de restos de noche y luz eterna hasta donde alcanza la vista como un titán de triple corona. La arista cabalga ante mí en curvas espesas que no cesan de subir, olas de mar imposible petrificado que voy borrando lentamente, entre sueño y vigilia, hasta que la realidad se quiebra y ya no hay suelo donde pisar. Nada más. Sólo luz, montañas y el fantasma de la luna.
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LIGHT WAVES (ISLAND PEAK / IMJA TSE, NEPAL)
The squid ink night withdraws meekly before the full moon's glow invading the sky. No stars, no planets, almost no shooting lights on the forehead, just moon. The penumbra dilutes in an opaque fluid as we walk slowly on the stones, dragging our boots, grabbing the rusty profiles of rocks with the mittens' amputated touch, climbing breath stairs as the dome rotates overhead gradually clearing behind the shoulders separating us from Makalu. When the line lies down the ice appears, blue, gray, white, colorless, kidnapping the entire spectrum in a moment that takes away the first light. World opens up in frozen towers and ephemeral gaps interweaving pits and wrinkles on the cotton layer that captures our feet. Knife noise and dull voices. Behind, barely noticed, Ama Dablam's naked torso is stealthly raising tearing the indigo sky with its edge. Suddenly, in a flash, the light is everywhere and the ground turns over.
The hand follows the jumar and jumar follows the rope. The body is delayed on a silky slumber that surrounds me and cradles me. I exhaust the air and devour it once again, thin, tiny, just as paper. Centuries pass fluttering attached to the rope as I breath the water like a fish. The feet scratch and the ice ax bites ravenous in vain, every step moves the ridge away vertiginously. Suddenly everything ends. On the other side the air becomes immense, plunging in white feather waves to the bottom of the glacier that is still sleeping in shadow. My feet rest on the lowest edge of the ridge, not daring to take a step. Lhotse's south face rises endlessly on night remains and eternal light as far as the eye can see like a triple crown titan. The ridge rides before me in thick curves continuously rising, petrified ocean waves that I slowly erase between sleep and wakefulness, until reality breaks and there is no ground on which to tread. Nothing more. Only light, mountains and the moon's ghost.
(I reached the Island Peak's summit on October 25, 2010)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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