Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 3 de marzo de 2011

INTEMPESTIVO: CORREDOR OESTE AL PICO SERRATO



Lo más duro fue llegar hasta la base del corredor. Las luces en la frente iluminaron nuestros primeros pasos dejando en sombras los terrores y horrores del Balneario de Panticosa. Al pie de la Cuesta del Fraile ya clareaba y las placas de hielo resbaladizas, en las que había que tener buen ojo para no acabar en el fondo del arroyo, dieron paso a la continuidad de la nieve. Las señales de alerta marcaban los límites del terreno propenso a aludes, abundante en esa zona del Pirineo invernal, pero esta temporada las pocas precipitaciones habían dejado el riesgo en números bajos. Las obras del nuevo refugio en la presa del ibón de Bachimaña sirvió de primera parada para contemplar las aguas heladas donde las islas quebraban la costa en témpanos abstractos. Y también para buscar la mejor ruta de ascenso hasta un pico poco transitado y de escasa huella. Utilizando la línea recta ganamos altura por cuencas y lomas de nieve venteada y gozosamente dura donde los temores de hundirnos hasta la cintura quedaron en el recuerdo. El tiempo se fue escapando sin poder evitarlo y al llegar a las raíces de la montaña elegida el horario había saltado por los aires.

Hasta que no embocamos el embudo del corredor no pudimos contemplarlo. Su orientación oeste ayuda a mantener las condiciones y a ocultar su filo a miradas ajenas. Quizás demasiado breve para tan ardua aproximación. Una rampa de unos 45º grados de media con un par de resaltes helados al comienzo donde las rocas se estrechan a unos 60º de inclinación. El resto una rampa de nieve dura donde los crampones no querían entrar del todo. Escalamos al sol hasta la arista cimera donde volvía  empinarse un poco más entre pasteles de nata y de ahí al vértice. El horizonte se ensanchó de golpe en un soplo de aire azul. A una mano la línea de tresmiles del Argualas, Garmo Negro, Infiernos, Gran Facha y Balaitús. A la otra, el macizo omnipresente de Vignemale y la gran norte de Gavarnie que discurre desde los Astazous al trapecio del Taillón y los Gabietos.

El regreso también fue diluyendo el día en nubes turbias que se apresuraron a enredarse en las cumbres y más abajo. Cuando quise llegar al comienzo del viaje, la luz  hacía tiempo que había vuelto a brillar sobre la frente apenas espantando las sombras.

(Pirineos, 12 de febrero de 2011)







(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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