Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 31 de marzo de 2011

PACHAMANCA (CORDILLERA BLANCA, PERÚ)



Camino del campo base del nevado Copa, junto a la laguna Legiacocha, Ricardo lo acordó con el arriero. Según el aire adelgazaba a cada paso y la mole blanca del Huascarán surgía como por ensalmo sobre la línea del horizonte, el arriero azuzó a los burros y se ajustó el ala del sombrero sobre los ojos vivos. En unos días volvería a subir por el mismo sendero empinado hasta el borde de las aguas turbias, sin cajas ni petates en los lomos de los animales, para recoger nuestros enseres de vuelta al valle. Allí, antes de alcanzar Vicos y el coche que nos llevaría hasta Huaraz, nos acogería amablemente en su casa para, según el precio acordado, agasajarnos con una auténtica "comida de la tierra", la pachamanca.

Dicho y hecho. De vuelta de las montañas, con el cuerpo más cansado pero el espíriru ligero como una nube, el arriero nos invitó a entrar en su fresca casa de paredes de adobe donde, en el patio, su mujer se disponía a exhumar los manjares. En un momento comenzaron a brotar de la tierra, envueltos en hojas y tallos, los diversos tubérculos y la carne de cui que había estado cocinándose al fuego lento de piedras incandescentes como lo habían estado haciendo desde tiempos remotos. Comida de la misma tierra.

Entre sorbos de Inka cola, Ricardo, Axel, nuestro amigo Joel y yo disfrutamos tanto de la pachamanca como de la hospitalidad sincera que nos brindaron.

(Vicos, Cordillera Blanca, agosto de 2005)






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PACHAMANCA  (CORDILLERA BLANCA, PERU)


On the way to Nevado Copa base camp, next to lake Legiacocha, Ricardo agreed with the mule driver. As the air was getting thinner at each step and the Huascaran white mass arose as if by magic over the skyline, the mule driver egged on the donkeys and fitted his hat brim over his lively eyes. In a few days he would go up the same steep trail again to the edge of the muddy waters, no boxes or backpacks on the backs of animals, to pick up our belongings back to the valley. There, before reaching Vicos and the car that would take us to Huaraz, he would host us kindly in his home to, according to the agreed price, fête with an authentic "food from the earth," the pachamanca.

Said and done. Back from the mountains, with the body more tired but the spirit light as a cloud, the mule driver invited us into his cool adobe-walled house where, in the courtyard, his wife was about to exhume the delicacies. At one point began to sprout from the earth, wrapped in leaves and stems, various tubers and cui meat that had been cooking over a low heat of incandescent stones, as it had been doing since time immemorial. Food from the earth itself.

Sipping Inka Cola, Richard Axel, our friend Joel and I enjoyed both the pachamanca and the sincere hospitality we received.

(Vicos, Cordillera Blanca, August 2005)


(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó

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