En la cima del Mauna Kea, la montaña blanca, a 4205 metros de altitud sobre el Oceáno Pacífico, las estrellas se acercan y brillan más. El cielo se ilumina con el brochazo incandescente de la Vía Láctea y las constelaciones se dibujan entre abismos negros por encima de los cráteres extintos. Desde la cumbre el corazón de la galaxia palpita abrumadoramente en un giro inmenso de planetas, estrellas, nebulosas y agujeros negros. La bóveda inabarcable de todo el universo se derrumba encima de mi cabeza mientras el frío sideral atenaza las manos.
En ese aire limpio, en esa noche de cristal oscuro, los astrónomos de todo el mundo han instalado sus ojos de vidrio que escrutan el fondo del pozo intentando llegar cada vez más lejos. Como escarabajos de metal, los telescopios sobre el Mauna Kea perfilan el horizonte con sus jorobas esperando que el rojo intenso del crepúsculo sobre el mar vaya diluyéndose en sombras redondas para empezar a observar la noche de diamantes.
Una noche verdaderamente hermosa.
Una noche verdaderamente hermosa.
(Mauna Kea, Big Island, Hawaii, agosto de 2009)
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TELESCOPES (MAUNA KEA, HAWAI'I)
On Mauna Kea's top, the White Mountain, 4205 meters high over Pacific Ocean, the stars come closer and shine even more. The sky is illuminated by Milky Way's incandescent brushstrokes and constellations are drawn among black abysses above the extinct craters. From the summit, the galaxy's heart beats overwhelmingly in a immense turn of planets, stars, nebulae and black holes. The whole universe's unfathomable vault collapses over my head as the sidereal cold grips my hands.
In that clean air, in that dark crystal night, worldwide astronomers have set their glass eyes scanning the bottom of the pit trying to get farther and farther away. Like metal beetles, telescopes on Mauna Kea outline with their humps the horizon waiting for the intense red sunset on the sea to get diluted in round shadows to start observing the diamond night.
A truly beautiful night.
(Mauna Kea, Big Island, Hawaii, August 2009)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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