Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 7 de junio de 2011

EL FIN DEL MUNDO (SANTO ANTAO, CABO VERDE)



En el último rincón de la última isla llegamos a Ponta do Sol. Como un molusco aferrado a la roca, se despereza sobre los acantilados y los bajíos ganando terreno a las olas añiles. Delante, el océano atlántico inmenso y desbocado; a la espalda, la espesa tierra quebrada que abre abismos y lanzas en el interior.

Un avión desde Lisboa, otro desde Sal a Sao Vicente; un ferry perdido y otro hallado uniendo Mindelo con la última isla, Santo Antao, verde y ocre a partes iguales; una furgoneta por carreteras inverosímiles cruzando el corazón de hierro hasta casi tocar las nubes para lanzarse después cuesta abajo hasta clavar los frenos al borde del agua al otro lado del mundo.

Las calles de Ponta do Sol rezuman sal caribeña, música oculta en los pliegues de las faldas y las sandalias. La noche porta voces de gaviotas, cantos de sirenas que se duermen sobre los vasos de ponche. Con un plato de tiburón y una cerveza celebramos el último desembarco de las chalupas cargadas de plata y aletas. A la luz del día, los senderos se encaraman por las paredes vertiginosas surcando el aire que se vuelve casi sólido. Las acequias trazan caminos imposibles por las montañas que se van transformando en terrazas de papel doblado. Las casas cuelgan en el vacío como nidos de alcatraz desafiando la lógica mientras, mucho más abajo, casi en otro lugar, las olas se estrellan con fragor de cristales rotos.

Otra noche de olor a océano y sueño tibio. Al alba Santo Antao espera.

(Santo Antao, marzo de 2008)







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WORLD'S END   (SANTO ANTAO, CABO VERDE)

In the last corner of the last island we arrived at Ponta do Sol. As a shellfish grasped to the rock, it stretches on the cliffs and shoals gaining ground on indigo waves. Front, the vast and unbridled Atlantic Ocean; back, the thick broken earth that opens pits and spears inside.

A plane from Lisbon, another one from Sal to Sao Vicente, a lost and found ferry connecting Mindelo to the last island, Santo Antao, green and ocher equally. A van through unlikely roads crossing the iron heart to almost touch the clouds  and to  throw later downhill to slam on the brakes at the water's edge just the other side of the world.

The streets of Ponta do Sol exude Caribbean salt, music hidden in the folds of the skirts and sandals. The night carries seagull voices, songs of mermaids who fall sleep on the punch glasses. With a plate of shark and a beer we celebrate the last landing of boats laden with silver and fins. In daylight, the trails climb the steep walls soaring through the air that becomes almost solid. Irrigation ditches trace impossible paths through the mountains that are transformed into folded paper terraces. The houses hang illogically in the air like gannet nests while far below, almost in another place, the waves crash with the roar of broken glass.

Another night of smell of ocean and warm sleep. At dawn Santo Antao expects.

(Santo Antao, March 2008)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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