Alaska me da el primer golpe. Golpe bajo sin esperarlo. Me aplasta y derriba con el primer puñetazo directo al mentón nada más salir de Anchorage. La ciudad se disuelve tímidamente y desaparece engullida por la naturaleza que asedia tenazmente cualquier atisbo de civilización. Las placas amarillas de los coches lo proclaman con orgullo de verdad lapidaria. The Last Frontier. La última frontera que se dibuja en el mapa antes de cruzar al infinito.
Alaska me apabulla con su paisaje inconcebible de bosques sin fin, de montañas siempre, de azul glaciar, de ríos sin cuento, de agua. Quizás sobre todo de agua. Alaska es agua.
Agua espesa rodando por los meandros de los ríos que se deslizan cautamente, a veces con violencia, anegando los valles. Como el Mat-Su Valley, donde el Susitna y el Matanuska se alían para hacer brotar de la tierra hortalizas gigantescas dignas de galardón.
Agua lenta de temperatura imposible que se derrama en miles de dedos gélidos desde la morrena, que se enrosca en torno a mis tobillos y pantorrillas hasta hacerme gritar de dolor mientras vadeo el desagüe del glaciar Muldrow que se precipita desde el Denali.
Agua vieja, anciana, que circula por la autopista inmensa del glaciar Kahiltna con carriles blancos y mediana de morrena devastando a su paso todo lo que encuentra aunque sea a paso de hormiga, a vista de pájaro desde una avioneta que me zumba en los oídos.
Agua cúbica y cuadrada, resquebrajada en dados ciclópeos que tejen un tablero de casillas inverosímiles en el glaciar Exit. Lengua de hielo sideral que se vierte al océano entre las brumas de la península Kenai donde alza un muro de truenos cada vez que se derrumba.
Agua hecha polvo, niebla, bruma constante que se agarra a las copas de los árboles, a las cumbres y raíces de la montañas, como banderas al viento, sin terminar nunca de soltarse.
Agua salada, de color acero, quebrantando el camino del ferry entre témpanos de hielo y leones marinos en Prince Williams Sound. Agua de océano rebelde, impetuoso, cortado por las aletas de las orcas.
Agua de lluvia. Lluvia en el parabrisas de la furgoneta, lluvia en mi sobre de comida liofilizada en la morrena glaciar en la noche del parque Wrangell-Saint Elias, lluvia en la piragua entre castores y salmones del Slana, lluvia en el embarcadero de Valdez, lluvia, sólo lluvia.
Alaska también es agua.
(Alaska, agosto de 2009)
********
FORMS OF WATER (ALASKA)
Alaska gives me the first blow. Unexpected low blow. It crushes me and knocks me down with the first punch to the chin just outside Anchorage. The city shyly dissolves away and disappears swallowed by nature stubbornly besieging any trace of civilization. Cars yellow plates proudly proclaim it: The Last Frontier. The final frontier drawn on the map before crossing into infinity.
Alaska overwhelms me with its inconceivable landscape of endless forests, ever mountain, blue glacier, countless rivers, water. Perhaps especially water. Alaska is water.
Thick water running down the meanders of rivers that glide cautiously, sometimes violently, flooding the valleys. As Mat-Su Valley, where Matanuska and Susitna rivers join forces to bring forth from the ground giant vegetables.
Slow water at impossible temperature pouring into thousands of icy fingers from the moraine, wraping around my ankles and calves making me scream in pain as I wade Muldrow Glacier draining from Mount Denali.
Old water, ancient water, flowing through the huge highway of Kahiltna Glacier with white lanes and moraine median strip and devastating everything in its way even at ant pace, bird's eye view from a small plane buzzing in my ears.
Cubic and square water, broken into cyclopean cubes weaving implausible squares on a board in Exit Glacier. Sidereal ice tongue poured out into the ocean among Kenai Peninsula mists where it rises a wall of thunders every time that it collapses.
Water made dust, fog, constant haze clinging to the tops of the trees, to the summits and roots of the mountains, like flags in the wind, never getting loose.
Salt water, steel-colored, breaking the path of the ferry among icebergs and sea lions at Prince Williams Sound. Rebellious ocean water, impulsive, cut by killer whales.
Rainwater. Rain on the van windshield, rain over my freeze-dried food on the moraine in the night of Wrangell-Saint Elias Park, rain on the canoe between beavers and Slana river salmons, rain on Valdez pier, rain, only rain.
Alaska also is water.
(Alaska, August 2009)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
No hay comentarios:
Publicar un comentario