Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 25 de octubre de 2011

FÁBULA DE VENECIA



Mi primera visita a Venecia fue un viaje iniciático. Apenas dispuse de unas horas de luz para perderme por sus callejones oscuros y húmedos, cruzando bajo rostros de piedra en las esquinas y sobre puentes que no llevan a ninguna parte, siguiendo el borde de los fondamenta que rodean la isla y los canales, evitando las estelas de batelli, traghetti y vaporetti, ignorando las colas fantásticas de las góndolas. El frío de diciembre se colaba por los resquicios de la bufanda mientras el acqua alta obligaba a instalar pasarelas de madera en la Piazza di San Marco. El fuste imponente del Campanile se reflejaba en el espejo de la plaza extendiendo su imagen imposible bajo las paredes doradas del Duomo.

Exprimiendo el poco tiempo disponible en un viaje relámpago de ida y vuelta en tren desde Pisa, traté de evadirme de las multitudes que asediaban los lugares habituales y me interné decidido por las callejas de nombre diverso que se entrelazan en el dédalo intemporal de la isla, calle, fondamenta, riva, rio terà, corte, campo. Calles deshabitadas que llevaban a patios secretos de hermosas ventanas, rincones que desembocaban de improviso en campos abiertos bajo las nubes plomizas en cuyo centro brotaban los inevitables pozos musgosos. Los puentes y las torres torcidas, las chimeneas de amplios sombreros que dentaban el horizonte de tejados, los gatos innumerables paseando su rabo rizado por los filos de los muros. Las tiendas de fruta o de objetos maravillosos en los barrios profundos donde no llegaban los turistas, a la espalda de los barcos y las góndolas, enredados en ropa blanca puesta a secar y alguna que otra rata en el camino. Los canales inverosímiles que surgían en cada esquina hundiendo cada día la ciudad un poco más, el laberinto sin salida.



Once años después regresé a Venecia. Alguna noche más para poder recorrer sus calles y canales, volver a sorprenderme y a buscar símbolos, encontrarme con los mismos olores y sabores. Sin soslayar la Venecia más célebre que bien merece un encuentro, la de la Piazza di San Marco, el Puente Rialto, la desafiante punta de la Dogana junto a Santa Maria della Salute o los palacios del Gran Canal, la verdadera Venecia de patios emparrados, canales sin puentes y puertas secretas aún puede encontrarse entre las nieblas del pasado, mezclada con algo de historia, de literatura y de imaginación. 

Le debo mucho a Hugo Pratt que a través de los devaneos de su marino maltés me hizo buscar y encontrar la Venezia nascosta, la del león griego del Arsenal que pierde su piel de serpiente septentrional entre las brumas, la de esculturas con turbante y puertas torcidas en el  Campo dei Mori, la de poder entrar en Venecia por la puerta de atrás desembarcando furtivamente cerca la Madonna dell' Orto y dando cuenta de una sabrosísima pasta a la sepia en I Quaranta Ladroni, la del Ghetto Vecchio y sus estrellas de David sobre los arcos, la de la Giudecca al otro lado del Gran Canal siempre demasiado lejos, la de la isla de San Michele poblada de cruces y cipreses, la de San Pietro de Castello siempre de espaldas a la ciudad, la de la corte sconta detta arcana a la que se llega de la manera más insospechada, la de la Repubblica de la Serenissima, la de los sueños y las leyendas.

Venecia nunca me defrauda y siempre me deja con ganas de más. Nada más irme ya tengo ganas de regresar. Es una ciudad que no es, una isla que no para de hundirse y que no puede crecer, un momento del pasado detenido sobre las aguas de la laguna. Venecia fabulosa e inmortal.

(Venecia, diciembre de 1997 y abril de 2008)

  






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FABLE OF VENICE 


My first visit to Venice was an initation journey. I had just a few hours of light to get lost in its dark and wet alleys, crossing under stone faces at the corners and on bridges leading to nowhere, following fondamenta rim that surround the island and channels, avoiding the battelli, traghetti and vaporetti wakes, ignoring the fantastic tails of gondolas. Cold December filtered through the cracks of the scarf as the acqua alta required to install wooden walkways in the Piazza di San Marco. The imposing Campanile shaft was reflected in the square mirror extending its impossible image  under the gilded Duomo walls.

Squeezing the short available time in a whirlwind round trip by train from Pisa, I tried to escape from the crowds that besieged the usual places and I interned through the alleys of different name intertwined in the timeless maze of the island, calle, fondamenta, riva, rio terà, corte, campo. Deserted streets leading to secret courtyards with beautiful windows, corners that unexpectedly flowed into open fields under the grey clouds sprouting at the center the inevitable mossy wells. The sloped bridges and towers, chimneys under broad hats drawing the horizon of roofs, countless cats walking their ruffled tail on edges of the walls. The stores of fruit or wonderful items in deep districts where tourists never reach, at the back of the boats and gondolas, entangled in white clothes out to dry and some rats in the way. Unlikely channels that emerged at every corner, sinking every day the city a bit more, the maze with no exit.



Eleven years later I returned to Venice. One more night to walk its streets and canals, to be surprised again and search for symbols, to meet the same smells and flavors. Without ignoring the more famous Venice that is worth a meeting, the Venice of Piazza San Marco, the Rialto Bridge, the challenging point of the Dogana next to Santa Maria della Salute and Grand Canal's palaces, the true Venice of ivy courtyards, channels without bridges and secret doors can still be found in the mists of the past, mixed with some history, literature and imagination.

I owe much to Hugo Pratt that, through its Maltese sailor wanderings, made ​​me search for and find the Venezia nascosta, that of the the Greek lion in the Arsenal losing its northern snake skin in the mist, that of the sculptures in turban and twisted doors in the Campo dei Mori, that Venice to get into by the back door landing stealhtly near the Madonna dell 'Orto and relishing a tasty pasta alla sepia at I Quaranta Ladroni, that of the Ghetto Vecchio and the David stars on the arches, that of the Giudecca across the Grand Canal always too far, that of San Michele island populated with crosses and cypress, that of San Pietro di Castello always back to the city, that of the corte sconta arcane detta arcana which is reached by the most unexpected way, that of the Repubblica della Serenissima, that of dreams and legends.

Venice never disappoints me and always leaves me wanting more. Just gone I am eager to return. It is a city that is not an island that keeps on sinking and can not grow, a time in the past stopped on the waters of the lagoon. Venice fabulous and immortal.

(Venice, December 1997 and April 2008)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 18 de octubre de 2011

ILHA (MOZAMBIQUE)



La isla está unida al borde curvado de Mozambique por un puente interminable, el fin de la tierra y el comienzo del agua. La isla se resiste a desgajarse del continente y a ser olvidada entre los espejismos del Océano Índico donde reposa su letargo soñoliento de olor a guerra y paredes agujereadas. La isla guarda su secreto bajo el grito de las gaviotas, su herencia swahili que rezuma en cada oleaje, la sangre africana, árabe, portuguesa.

Después de dos jornadas eternas por las pistas de tierra roja del interior tratando de unir el mar del lago Malawi con el otro mar inmenso, llegamos a la costa. Un camino de imágenes de polvo, moles de granito inverosímil asomando en las llanuras e incendiándose a cada puesta de sol, bailes y canciones en los poblados a pie de camino, una noche inolvidable bajo las estrellas de Quinta Pessegueiro y otra más olvidable en Malema, el encuentro siempre peligroso con la mezcla de militares y cervezas Laurentinas en Metangula. Y al final del trayecto, el agua añil de la Ilha de Moçambique.




Los recuerdos se funden en una sopa cálida y dulzona de sensaciones y sonidos, sabores, aromas que me llevan de aquí para allá por las callejuelas y muelles de la ciudad.
Los dhows de velas blancas y colores intensos anclados en la rada o atravesando el horizonte pausadamente, la fortaleza de murallas portuguesas incólume a los avatares de los hombres, una noche de bailes desenfrenados rodeado de música apasionada, las paredes acribilladas de balazos y metralla testigos de batallas absurdas, las sonrisas demoledoras de los niños al sol de la tarde capaces de levantar las paredes de sus escombros, las langostas o el pescado a la fresca de la noche bajo la luz de las velas, las faldas multicolores festejando a la novia de una boda en un rincón de la tarde, el clamor inagotable del muecín en lo alto de la mezquita, un paseo más bajo las estrellas siempre diferentes y hermosas.

La Ilha aún sigue durmiendo su sueño inquieto entre la calima del océano pero poco a poco va despertando de su sopor de iguana.  Lentamente se despereza, se agita, se mueve. La Ilha está muy viva.

(Ilha de Moçambique, agosto de 2008)






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ILHA  (MOZAMBIQUE) 

The island is connected to the curved edge of Mozambique by an endless bridge, the end of earth and the beginning of water. The island is reluctant to break off the continent and be forgotten in the mirages of the Indian Ocean where it rests its sleepy lethargy smell of war and pierced walls. The island keeps its secret under the gulls cry, its swahili heritage that exudes at every wave, African, Arabic, Portuguese blood. 

After two eternal days on the inland red dirt tracks trying to unite the sea of Lake Malawi with the other great ocean, we reached the coast. A jounrey of dust images, unlikely granite masses looming on the plains and set on fire every sunset, dancing and singing in the villages by the road, a memorable night under the stars at Quinta Pessegueiro and another forgettable night at Malema, always a dangerous encounter with a mix of soldiers and Laurentina beerss at Metangula. And at the end of the journey, the indigo water of Ilha de Moçambique. 

Memories merge into a warm and sweer soup of sensations and sounds, tastes, smells taking me to and fro through the streets and wharves of the town. 

The dhows in  with white sails and vivid colors anchored in the bay or crossing slowly the horizon, the Portuguese fortress walls untouched by the vicissitudes of men, a night of wild dancing surrounded by passionate music, the walls riddled with shots and shrapnel witnesses to foolish battles, devastating smiles of children in the afternoon sun capable of raising the walls up the ruins, lobsters or fish in the cool night under the candlelight, colorful skirts celebrating a bride in a corner of the evening, the tireless cry of the muezzin at the top of the mosque, another walk under the stars always different and beautiful. 

The Ilha is still sleeping its restless sleep in the haze of the ocean but is gradually awakening from its slumber of iguana. Stretches slowly, stirs, moves. The Ilha is alive. 

(Ilha de Moçambique, August 2008)

(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

jueves, 6 de octubre de 2011

CAMPANADAS EN LA ISLA (LIKOMA ISLAND, MALAWI)



Africa no deja de sorprender. Por mucho que se haya visto o viajado por su piel quebrada, siempre aguarda lo insospechado a la vuelta del camino. A veces por la naturaleza avasalladora, otras por la miseria de los hombres, algunas por la grandeza  de espíritu de sus gentes y otras muchas por los encuentros absurdos fuera de lugar.

El vapor Ilala hizo su última parada antes de desembarcar en la costa mozambiqueña cerca de Cobué. Venía del extremo norte del lago Nyasa en un viaje de varios días a ritmo sosegado, entre la costa verde y el agua crispada, bajo las bofetadas de lluvia y las nubes opacas. Su viaje continuaba rumbo sur sobre las olas del lago pero mi última escala en el país alargado era Likoma Island. Una pequeña isla que pese su proximidad a Mozambique se asignó a Malawi y que duerme su sueño de malaria entre baobabs y vestidos de colores intensos. Apenas tiempo para un paseo por su tierra rojiza antes de que la barca me reclamara de nuevo para subir a bordo y acercarme a la costa. Tiempo para una visita a la catedral.


La Catedral Anglicana de San Pedro, St. Peter's Cathedral, una de las más grandes de África, me desmorona nada más verla. Con sus sólidos muros de piedra alza una anacrónica torre neogótica bajo las alas de las agúilas pescadoras  y los mosquitos. Un edificio colosal en medio de las cañas y el barro al que apenas encuentro explicación, su mera presencia en el calor africano me parece insólita, dislocada. La nave central, el coro, el ábside, las vidrieras, el olor a cera y recuerdos a otra época, a otra historia. Incluso tengo la oportunidad de subir a la torre donde duermen las campanas de plomo. Un crucifijo en la pared, supuestamente tallado en la madera del árbol bajo el que fue enterrado el corazón de Livingstone en Chitambo, demuestra que, no en vano, la misión creada por el escocés se encargó de construir tan sorprendente templo en tan inverosímil lugar.

Likoma Island, a pesar de todo, es algo más que su catedral.

(Lago Malawi, agosto de 2008)





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BELLS ON THE ISLAND  (LIKOMA ISLAND, MALAWI)

Africa is always amazing. However much you may have seen or traveled on its broken skin, the unexpected is always waiting just around the corner. Sometimes because of the overwhelming nature, others of the misery of men, some of the greatness of spirit of its people and many other because of misplaced odd encounters.

Ilala steamer made ​​its last stop before landing on the Mozambique coast near Cobue. It came from the northern end of Lake Nyasa on a journey of several days at quiet pace, between the green coast and the tense water, under rain blows and opaque clouds. Its journey continued southbound on the waves of the lake but my last stop in the eloganted country was Likoma Island. A small island that despite its proximity to Mozambique was allocated to Malawi and that sleeps its malaria dream among baobabs and brightly colored dresses. Just time for a walk through its red earth before I was reclaimed again by the boat to get on board and to be approached the coast. Time for a visit to the cathedral. 


Anglican St. Peter's Cathedral, one of the biggest in Africa, collapses me as soon as I see it. With its solid stone walls it rises an anachronistic neo-Gothic tower rises beneath the wings of the fish eagles and the mosquitoes. A colossal building amidst the reeds and mud that I hardly can explain, its mere presence in the African heat seems strange, dislocated. The nave, the choir, the apse, the stained glasses, the smell of wax and memories of another time, another story. Even I have the chance to climb the tower where the leaden bells sleep. A crucifix on the wall, allegedly carved into the wood of the tree under which was buried Livingstone's heart at Chitambo, shows that for nothing was the mission established by the Scottish resposible for building so surprising temple in such unlikely place.

Likoma Island, nevertheless, is more than the cathedral.

(Lake Malawi, August 2008)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 4 de octubre de 2011

LA BRECHA EN LA PIEDRA (PIRINEOS)



Según se cuenta en la Chanson de Roland, el sobrino y paladín de Carlomagno tuvo que emplearse a fondo para mantener a raya a los sarracenos a base de mandobles cuando cayeron por sorpresa sobre la retaguardia del ejército franco cruzando los Pirineos. Sacando el máximo partido a su espada Durendal (que según Ludovico Ariosto en Orlando Furioso perteneció al mismísimo Héctor de Troya) consiguió contener a los infieles hasta que el resto de las huestes del monarca pudieron llegar en su ayuda, aunque fuera demasiado tarde para el caballero. La realidad parece que fue más prosaica que el cantar de gesta pues todo se redujo a una escaramuza en la que los aguerridos nativos dieron cumplida cuenta de los invasores francos en Roncesvalles, sin moros por medio ni victorias cristianas.

De acuerdo con la leyenda, Roland, antes de que la espada cayera en manos enemigas, intentó destruirla quebrando el acero contra la roca de la montaña, pero Durendal se demostró indestructible y a cambio produjo un enorme tajo en la columna dorsal de la cordillera, una brecha colosal que aún puede admirarse. Según cuenta la leyenda, la espada y el famoso cuerno de elefante, el olifante, que de tanto soplarlo acabó con su vida, fueron enterrados bajo su cuerpo (aunque, como tantas otras reliquias sagradas y legendarias, hay quien afirma que Durendal aún puede puede verse por algún rincón).

La Brecha de Roland desgaja un pedazo de cielo en la muralla ciclópea que separa España de Francia. Cuando el viento acerado sopla sobre los dientes de piedra y bajo las alas negras de las chovas, en verdad se diría que pueden oírse ecos de batalla y de cuernos, que las testas coronadas del Taillón o el Monte Perdido son cabezas de emperadores o gigantes y que el abismo de Gavarnie es la verdadera boca del Averno. Algo de leyenda resuena en las rocas grises, en el hielo del invierno, siempre mucho más hermosa que la historia. No en vano las montañas son la patria de las leyendas y los mitos.

(Pirineos, octubre de 2011)





(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó