Desde el Cerro de Monserrate la ciudad de Bogotá se extiende como un hormiguero hasta las faldas de los montes que la rodean, donde las nubes inmensas como navíos de viento amenzan con tragársela. Desde los 3152 metros del cerro, la capital del país y del departamento de Cundinamarca parece alcanzar el infinito. Su calles interminables y la carreteras de cinrcunvalación atrapan una maraña de techos bajos y algún que otro espigado rascacielos desde donde se puede otear el verdor ondulado que rodea la urbe.
El funicular que sube al Cerro de Monserrate asciende con pudor entre las frondas con algún que otro frenazo y tirones que provocan gritos y risas nerviosas entre los usuarios que lo toman para llegar al santuario. Desde la considerable altura en la que se levanta, la torre blanca del Santuario del Señor Caído, fundado en 1640, se cree faro de luz y de almas bajo la tormenta oscura que ruge en la distancia.
Desde Monserrate, la antigua Santa Fe de Bogotá parece lejana, durmiente, apenas un sueño.
(Monserrate, Bogotá, agosto de 2005)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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