En Polonnaruwa, capital real entre los siglos XI y XIII, el fuego brota de la tierra y cae del cielo. El suelo abrasador desuella mis pies descalzos mientras camino por la arena como si fueran brasas. El aire arde entre los frangipanis calcinando las dagobas que elevan su punta de lanza al sol. Los lotos se marchitan y los langures languidecen bajo el bochorno.
Los tres budas de Gal Vihara sosiegan mi ánimo y refrescan mi piel. La paz que transmiten sus rostros y sus posturas consuela mi cuerpo vapuleado como un baño en el vecino lago Parakrana.
Un buda sentado en el círculo de la meditación.
Un buda de pie embargado por la iluminación.
Un buda tumbado en las aguas del nirvana.
(El cuarto buda, ajeno en su cueva de sombra, duerme profundamente)
(El cuarto buda, ajeno en su cueva de sombra, duerme profundamente)
(Polonnaruwa, abril de 2014)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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