Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 13 de diciembre de 2012

COMO LA LUZ (NAMIBIA)



Dos lágrimas negras le surcan el rostro afilado en una eterna mueca de tristeza. La piel moteada de sabana se mezcla con el viento entre las briznas de hierba dorada que le rodean. Agazapado, temeroso, casi pidiendo permiso, se oculta entre las frondas observando el mundo con sus ojos de ámbar, esperando el momento de saltar y empezar a correr. Y entonces, se desata el huracán. Breve pero intenso, si no tiene éxito en los primeros instantes la presa a buen seguro se escapará pues nadie, ni siquiera él, puede manterner ese ritmo durante mucho tiempo. Es explosión, es rayo fulminante que desencadena la tormenta, pero enseguida se apaga en una nube pasajera, una ligera lluvia sobre las acacias.

El guepardo (Acinonyx jubatus) no es tigre ni es leopardo, no es león ni es jaguar, único en su género y especie, subsiste en las estepas del sur y el este africano mientras que aparece fantasmalmente en otros lares poco comunes como Irán  (A. j. venaticus) o el Sahel y el sur argelino (A. j. hecki). Fino, elegante, veloz como nadie, de 0 a 100 en un suspiro, resignado a que los matones de la sabana le roben las piezas cobradas, trino en lugar de rugido, fotografía movida, relámpago amarillo, fulgor al sol, como la luz.

(Norte de Namibia, agosto de 2011)








(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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