¡Ojo que resbala!
Los crudos días de invierno que cayeron en Islandia dejaron la isla tapizada de blanco y el agua convertida en cristal. Sólo los flujos más poderosos se libraban de la solidificación y conseguían mostrar el estado líquido ante el desplome de las temperaturas y los vientos árticos.
La cascada de Sjélalandfoss en la costa sur luchaba por mantener parte de su caudal sin petrificarse pero todo a su alrededor era puro vidrio y nata. Los peldaños que conducen al verde camino por detrás del chorro que se despeña desde las alturas apenas aparecían entre la nieve y el hielo, como una escultura moderna que remedase lo que debería ser una escalera. Aún así, conseguí encaramarme a ella con mucho cuidado agarrado tenuemente a los copos y carámbanos a riesgo de irme hasta abajo al menor resbalón. Lo de continuar por el sendero helado tras la cascada en esas condiciones lo dejé para los temerarios.
(Sjélalandfoss, diciembre de 2011)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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