Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 2 de junio de 2011

NIÑOS (ETIOPÍA)



Por mucho que se viaje a África nunca se la puede llegar a conocer del todo, siempre acaba sorprendiendo. África lo es todo y no es nada, es lo que nos gustaría ser y el temor más oscuro en el corazón, la cuna y la tumba. Como dijo el maestro Kapuscinski, "África existe para sí misma y dentro de sí misma, como un continente aparte, eterno y cerrado (...) como una parte del mundo cargada con una especie de electricidad inquieta y violenta" y que "en realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe".

Y todo aquello que se diga de África, puede predicarse de Etiopía. Enorme, inconmensurable, infinita. Desierto, selva, montaña, patria de ríos y madre del Nilo Azul, donde la tierra se quiebra en abismos terribles y cumbres de nieve ajena, donde el suelo se hunde en pozos de azufre y el infierno conquista, babel de lenguas, razas, religiones.

Etiopía es también tierra de hombres y mujeres. De la piel de ébano lustrosa en las riberas del Omo, de la cruz cismática y del arca de la alianza, del amhárico y del ge'ez, de las caravanas de camellos cargadas de sal de los Afar, del canto solitario de los minaretes de Harar, del Mercato inabarcable de Addis.

Pero sobre todo Etiopía es tierra de niños. Por todas partes, desarrapados, descalzos, sucios, quebrados a veces, temerosos. En cualquier plaza, en cualquier poblado, surgiendo de los bordes del camino desde no se sabe dónde, siempre aparecen los niños y las niñas en África, en Etiopía, pues los niños son los habitantes que pueblan esa tierra como granos de polen llevados por el viento. Y los niños africanos, a pesar de todo, son sonrisas, sueños, esperanza, son el rayo de luz, la lluvia, la luna llena.

(Etiopía, abril de 2011)










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CHILDREN  (ETHIOPIA)

However much you travel to Africa, you never know it at all, it always surprises you. Africa is everything and is nothing, it is what I'd like to be and the darker fear in my heart, the cradle and the grave. As the master Kapuscinski said, "Africa exists for itself and within itself, as a separate, eternal and closed continent (...) as a part of the world charged with a kind of restless and violent electricity" and that "indeed, except for the geographical name, Africa does not exist. "

And everything that is said about Africa can be predicated of Ethiopia. Vast, immeasurable, infinite. Desert, jungle, mountain, rivers homeland and Blue Nile's mother, where the land is broken into awful chasms and peaks of odd snow, where the ground is sinking into brimstone pits and hell conquests, babel of languages, races, religions .

Ethiopia is also land of men and women. Of the shiny ebony skin on the river Omo banks, of the schismatic cross and the Ark of the Covenant, of amharic and Ge'ez, of the Afar's camel caravans laden with salt, of the solitary chant from Harar minarets, of the unfathomable Mercato in Addis.

But above all, Ethiopia is a land of children. Everywhere, ragged, barefoot, dirty, broken at times, fearful. In any square, any village, emerging on the edges of the road from nowhere, always appear boys and girls in Africa, in Ethiopia, as children are the people who inhabit this land as pollen grains carried by the wind. And African children, after all, are smiles, dreams, hope, they are the ray of light, the rain, the full moon.

(Ethiopia, April 2011)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

POR LA PUERTA DE ATRÁS: CORREDOR ESTASEN AL ANETO


Corredor Estasen al Aneto desde el collado de Coronas

El Aneto hay que subirlo, si no todos los años, al menos de vez en cuando. Y podemos elegir una manera diferente de encarmarnos a su corona de monarca del Pirineo en cada intento. Ya sea por la vía normal de la Renclusa y los Portillones atravesando su cada vez más escuálido glaciar, con los esquíes en los pies desde Aigualluts, por el la hermosa vertiente de los ibones de Coronas y su collado, escalando el lomo erizado a algunas de sus aristas como la de Llosás o la enorme Salenques-Tempestades o, como elegí en los últimos coletazos de mayo, colarse por la puerta de atrás que abre el elegante corredor Estasen.

Aunque el verano amenaza en las tierras bajas y el mercurio ya flirtea de manera habitual con las marcas altas del termómetro, en el país de la montaña la primavera campa aún a su antojo paseando sus flores y su verdor por los valles y  lomas. Y en el reino de las alturas, cerca delos 3000 metros, el invierno aún se agarra con dedos fieros a las rocas. Los lagos siguen convertidos en piedra mientras que la nieve aún se acumula en los collados aguardando a que le llegue su hora. El Estasen luce magnífico todavía en esas fechas e invita a escalarlo hasta la misma cruz del Aneto. 

Flanqueado a su derecha por la quebrada arista de Llosás, el corredor se desliza zizagueando en una amplia pala nevada que paso a paso nos acaba izando a la espalda del rey, terminando en un colladito nevado sobre la arista. Para animar la jornada, tomamos una variante más estrecha y empinada que se encarama junto a la aguja Daviu y que alguien bautizó como Petit Black. Desde su salida, un paseo vertiginoso sobre el final de la cresta nevada y una trepada a cuatro manos nos lleva a la cima del Aneto bajo unas nubes cada vez más oscuras y ominosas. Ya sólo queda cruzar el puente insólito que forma el Paso de Mahoma y alcanzar el collado de Coronas para regresar a los cuarteles. Como despedida, el cielo se abre en el descenso regalándonos rayos, truenos y espesas gotas de lluvia.

(Pirineos, Aneto, 21 de mayo de 2011) 

Aneto desde los ibones de Coronas
Subiendo por el corredor
A caballo de la arista a la salida del Petit Black
Terminando la arista de Llosás camino de la cima


(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó

jueves, 26 de mayo de 2011

CORAZÓN SANGRANTE (MONTAÑAS SIMIEN, ETIOPÍA)



Corazón sangrante
Melena de león
Fauces de leopardo

Los papiones gelada, especie endémica de las Montañas Simien, nos rodean con su carga de pulgas y sueños vagos. Al borde del abismo ocre, la manada de machos leonados, hembras escandalosas y crías asustadizas se demora antes de abalanzarse por el precipicio saltando de rama en rama. Se despiojan, atrapan pulgas, arrancan hierbas a puñados, gritan como endemoniados, copulan compulsivamente, se pelean, muestran los colmillos, me miran de soslayo con sus ojos color miel, como si no estuviera allí o apenas fuera una sombra. Yo soy la sombra ajena.

El triángulo invertido de su pecho imberbe asemeja un corazón atravesado en procesión. Los machos ondean al viento su melena dorada magnífica que les otorga talla de león de la sabana. Los gelada reinan en las alturas etíopes donde vuelan los cuervos, los milanos y los quebrantahuesos.

Fauces de leopardo
Melena de león
Corazón sangrante

 (Theropitecus gelada)

(Montañas Simien, abril de 2011)






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BLEEDING HEART  (SIMIEN MOUNTAINS, ETHIOPIA)

Bleeding heart

Lion's mane

Leopard's maw 

Gelada baboons, an endemic species to the Simien Mountains, surround us laden with fleas and vague dreams. At the ocher abyss's edge, the herd of leonine males, noisy females and skittish youngs hangs around before rushing down the cliff jumping from branch to branch. Delousing, catching fleas, pulling weeds in handfuls, screaming like possessed, compulsively mating, fighting, showing their fangs, looking at me sideways with their hazel eyes, as I was not there or was just a shadow. I am the strange shadow. 

The inverted triangle on their hairless chest resembles a pierced heart in procession. Males flutter in the wind their superb golden mane that gives them savannah lion's size. Gelada baboons reign on Ethiopian heights where ravens, kites and lammergeiers fly. 

Leopard's maw 

Lion's mane 

Bleeding heart


(Simien Mountains, April 2011)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

NIEVE ETÍOPE: RAS DASHEN 4530m (MONTAÑAS SIMIEN, ETIOPÍA)



Pisar la nieve africana es como pisar la Luna. Algo insólito y extraño, como de otro planeta.

Asir con las manos la nieve etíope es como amaestrar mariposas, domar copos, un sueño de primavera  bajo la sombra de las acacias.

Abrazar la cima del Ras Dashen pintada de blanco merece una entrada en mi libreta de viaje.

La temporada seca de abril se ha transmutado en época de lluvias de verano. La noche se convierte en patas de miles de pájaros picoteando la lona de la tienda y la mañana llega con telas de agua y nubes grises. Las sendas se hinchan de tierra mojada y las pistas braman barro que atenaza los pies y no los suelta. Caminar por ellas es como bailar con raquetas.
 
Las nieblas amortajan las colinas verde limón de las Montañas Simien ocultando el valle del río Mesheha muy abajo. Por arriba, la línea de 4000 metros se deshace en manchas de azúcar donde la lluvia se vuelve sólida. Al llegar al plateau cimero del macizo Etiopía se transforma y deja de serlo. La nieve convierte el trópico en postal alpina de mantos blancos y espesas brumas donde, como fantasmas, siluetas fuera de lugar surgen de improviso recordándome la latitud en la que estoy. El cañón del fusil de un scout arropado en su manta, el perfil verde y afilado de las lobelias gigantes.


Una trepada de manos y pies nevados me deja en la cumbre más elevada de Etiopía y en la lista de las más altas del continente: 4530 metros, aunque ningún mapa se pone de acuerdo, sobre un precipicio de nubes turbias y poco más. Haile me dice desde su sonrisa de dientes blancos que de las 50 veces que ha subido a esa montaña es la primera que lo hace con nieve. Una auténtica rareza. 

(Montañas Simien, abril de 2011)






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ETHIOPIAN SNOW: RAS DASHEN  (SIMIEN MOUNTAINS, ETHIOPIA) 

Stepping on African snow is like stepping on the moon. Something odd and weird, unearthly.
 
Grabbing the Ethiopian snow with your hands is like training butterflies, taming snowflakes, a springtime dream under the acacias' shade.

 
Embracing Ras Dashen's white-painted summit deserves an entry in my travel notebook.

April dry season has been transmuted into summer rainy time. Night turns into legs of thousands of birds pecking the tent canvas and morning comes with water cloths and grey clouds. The paths swell up with wet earth and tracks roar mud that grips your feet and not loose. Walking through them is like dancing with snowshoes.

Mists shroud the green lemon hills of Simien Mountains hiding the Mesheha river valley far below. Above, the 4000 meters line melts in sugar patches where rain becomes solid. On reaching the massif's summit plateau, Ethiopia is transformed and no longer is. The snow turns the tropics into an alpine postcard of white mantles and dense hazes where, like ghosts, out of place silhouettes suddenly emerge reminding me the latitude where I am. The rifle's barrel of a scout wrapped in his blanket, the giant lobelia's
green and sharp profile.

A snowy hands and feet climb places me on the highest mountain in Ethiopia and one of the highest peaks in Africa: 4530 meters, but no map comes to an agreement, above a murky clouds abyss and little else. Haile tells me from his white-toothed smile that, about 50 times he has climbed that mountain, is the first time to do it on snow. A real oddity.

(Simien Mountains, April 2011)




(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

viernes, 8 de abril de 2011

GUNUNG RINJANI (ISLA DE LOMBOK, INDONESIA)



Las doce de la noche. Hora de levantarse. Como tantas veces en la montaña, la mejor hora para comenzar a andar es cuando aún la noche campa a sus anchas y el frío se arrastra por todas las rendijas y cremalleras. A cambio de los ojos pegados o el nudo en el estómago, los filos se clavan  firmemente en la nieve, el hielo brilla a la luz de la luna y las sombras ocultan los pavores.

Pero en esta ocasión, al sacar la cabeza de la tienda, algo ha cambiado. En lugar de frío abisal acostumbrado, un frescor tropical me susurra en la piel; el hielo grotesco se ha transformado en vegetación y piedras;  los campos de nieve son mantas de nubes y un océano inmenso que me rodea. Como a toda la isla.

El ascenso hasta el borde del cráter fue un paseo entre hierbas mecidas por el viento, árboles inverosímiles, coladas de lava petrificada, fauces de monos voraces, una bruma violeta en el aire y en los ojos. El bochorno húmedo acompañó en la rampa final hasta encaramarnos en el borde del círculo. Allí se abrió el escenario y casi todo fue agua. A un lado el mar impenetrable que abraza la isla de Lombok entre vapores y corales. Al otro, la caldera inundada en tiempos remotos donde los paños de nubes se estiran y retuercen pugnando por entrar en el redil. El campamento en el filo nos ofrece una luz anaranjada que tiñe cielo, mar y tierra mientras la oscuridad se va adueñando del cráter y la mole piramidal del volcán Gunung Agung se perfila contra el oro en la vecina isla de Bali.


Las doce de la noche. Además de para combatir el calor, levantarse con el cambio de día supone que para el amanecer estaremos en la cumbre. Entrada de primera fila para el espectáculo. El Gunung Rinjani es la segunda cima más alta de Indonesia, eso dicen. 3762 metros de volcán directos sobre las olas. Un arco dentado de roca que son los restos del gran volcán que se colapsó en tiempos lejanos y que nos ha dejado en su centro un hermoso lago de aguas turquesas. En medio, le nació un vástago que sigue vivo y coleando, el Gunung Baru, volcán sagrado para los locales que humea y se despereza a la espera de que algún día se despierte del todo.

La cima del Rinjani no es un vértice en la cima del cono, sino la punta más alta de la corona que rodea el lago. A pesar de la latitud, la altura y la noche provocan algún escalofrío mientras avanzamos por la pedrera de grano duro a la luz de los frontales. Un paso adelante y tres atrás. Finalmente, el camino se termina y ya no hay más cuesta. Un albor se asoma al horizonte coloreando el cielo. Alrededor el océano está sepultado por toneladas de nubes, pero muy lejos, al otro lado del mundo, surge una chispa que incendia el universo. El sol arrasa la penumbra iluminando la isla que navega soñolienta sobre las aguas. A mi espalda, la figura inconmensurable del Rinjani se dibuja sobre las nubes con una sombra de pirámide perfecta, como un fantasma irreal.


Después viene el descenso corriendo veloz por la pedrera, el campamento al borde del lago, salir del cráter por el otro lado, la selva sudorosa, pero eso ya es otro día.

(Lombok, agosto de 2007)


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GUNUNG RINJANI  (LOMBOK ISLAND, INDONESIA)

Twelve o'clock. Time to get up. As so often in the mountains, best time to start walking is when the night still roams freely and the cold crawls through all gaps and zippers. In return for the glued eyes or the stomach knot, blades are nailed firmly in the snow, ice shines by the moonlight and shadows hide terrors.

But this time, when getting the head out of the tent, something has changed. Instead of the usual abyssal cold a tropical coolness whispers on my skin, the grotesque ice has turned into vegetation and rocks, snowfields are blankets of clouds and a vast ocean that surrounds me. As the whole island.

Climbing to the crater rim was a walk among grasses swayed in the wind, unlikely trees, rivers of petrified lava, voracious monkeys maws, a purple haze in the air and eyes. The sultry wheater accompanied us on the final slope up to climb onto the circle's edge. There the stage opened and almost everything was water. On one side, the impenetrable sea that embraces Lombok island among vapors and corals. On the other, the caldera flooded in far-off times where the cloths of clouds stretch and wriggle struggling to return to the fold. The camp on the edge offers an orange light that tinges sky, sea and earth while the darkness is taking over the crater and the pyramidal mass of Gunung Agung volcano is outlined against gold in the nearby Bali island.

Twelve o'clock. In addition to beat the heat, getting up with the change of day means to be on the summit at dawn. Ticket for front row for the show. The Gunung Rinjani is the second highest peak in Indonesia, so it is said. 3762 meters above the waves. A jagged rock arch that are the remnants of the great volcano that collapsed in distant times and that has left in its center a beautiful turquoise lake. In the middle was born an offspring that is still alive and kicking, Gunung Baru, sacred volcano to the locals that fumes and stretches awaiting for one day to wake up.

The summit of Rinjani is not a vertex at the top of the cone, but the highest point of the crown surrounding the lake. Despite the latitude, the altitude and the night cause some shivering as we go up the hard stones by the headlamps' light. One step forward, three steps back. Eventually, the path ends and there is no more way up. Dawn appears over the horizon coloring the sky. Around the ocean is buried under tons of clouds, but far away, across the world, springs a spark that ignites the universe. The sun sweeps the gloom illuminating the island that sails sleepy on the water. Behind me, Rinjani's immeasurable figure is sketched on the clouds in a perfect pyramid shade, like an unreal ghost.
 


Then comes the descent running fast on the stones, the camp by the lake, out of the crater by the other side, the clammy jungle, but that is another day.

(Lombok, August 2007)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó