Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 15 de julio de 2010

HACIENDO EL OSO (ALASKA)




El primero, el de verdad, el de pelo, garras y colmillos, de cientos de kilos en canal, con el estómago repleto de arándanos y quién sabe cuántas cosas más, se acercaba sinuosamente, olisqueando la brisa fría de la montaña que le traía aromas diferentes a los habituales. Avanzaba, pesado, casi sin vernos, pero rondando peligrosamente nuestra posición. Ya estaba por debajo de la distancia límite que advierten todos los folletos y carteles del Denali National Park en el caso de encuentros con grizzlies. Mejor retroceder serenamente, sin perderlo de vista, repasando mentalmente las indicaciones de qué hacer en caso de que la cosa se ponga peliaguda. Si es un oso pardo grizzlie (Ursus arctos horribilis), hacerse el muerto, si es un oso negro (Ursus americanus), mejor luchar, si es un Kodiak (Ursus arctos middendorffi), mejor que no sea un Kodiak..., aunque por suerte no estábamos en esa isla. Pero viéndolo ahí no parecía en absoluto la fiera terrible que nos pintan las crónicas, capaz de correr como el viento, trepar como los monos, nadar como las nutrias, comer como Gargantúa. Casi parecía un perfecto compañero de juegos en el que dormirse tan calentito arropado por su manta natural.

Las toneladas de nubes ocultaban la estampa magnífica del Denali que sabía enmarcaba el fondo de la escena. En esa ocasión tan sólo grises y negros en torno a la mole inmensa del McKinley que tuvimos la suerte de gozar en su esplendor en un vuelo rasante desde Talkeetna dos días antes cuando el sol lucía a su antojo. El glaciar Muldrow detrás de nosotros se derramaba impetuoso vertiéndose en miles de dedos de agua heladora que mis pies acababan de sufrir dolorosamente.

Y el oso cada vez más cerca. El oso que nos mira, nos valora, nos contempla en su dieta, nos desprecia. El oso que sigue su camino bamboleándose y perdiéndose entre las matas de arándanos.


El segundo, el de mentira, el de madera y varias capas de pintura, se dejó abrazar mimosamente en una parada camino del Parque Wrangell-Saint Elias después de zamparnos un menú del día regado con Alaskan Beer y coronado con tarta de... arándanos. Mucho más fiero e imponente que el del glaciar Muldrow, pero tranquilizadoramente mucho más quieto. Ni se inmutó cuando le rasqué detrás de las orejas. Hasta mostró su mejor perfil para la foto. (El oso es el que no lleva el chubasquero naranja)

Aún así, me quedo con el primero.

(Ambos osos los vi y me vieron en Alaska en agosto de 2009)



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ACTING THE BEAR    (ALASKA)

The first one, the real one, hair, claws and fangs, hundreds of kilos, stomach full of blueberries and who knows what else, approached sinuously sniffing the cool breeze of the mountain that brought him unusual scents. It walked heavy, barely seeing us, but prowling dangerously our position. It was below the limit distance that all the brochures and posters in Denali National Park warn  in  case of close encounters with grizzlies. Best back calmly, without losing sight of, mentally checking the instructions on what to do in case things get tricky. If a grizzly, play deadif a black bear, best fight; if a Kodiak bear ... pray for not a Kodiak ... but luckily we were not on Kodiak island. But that time it did not appear at all the terrible beast that the news tell, which can run like the wind, climb like a monkey, swim like an otter, eat as Gargantua. It almost seemed a perfect playmate in which sleep so warm wrapped for its natural blanket.

Tons of clouds hid the superb picture of the Denali I knew that framed the background of the scene. At that time only grey and black around the immense bulk of McKinley but we were fortunate enough to enjoy its splendor on a low-flight from Talkeetna two days earlier when the sun shone gloriously. Muldrow Glacier behind us poured wildly in thousands of fingers of freezing water that had just suffered my feet painfully.

And the bear getting closer. The bear looks at us, values ​​us as part of its diet, despises us. The bear follows its way swaying and disappears among the blueberries bushes.

The second one, the fake one, wood and paint layers, let me cuddle it at a stop in the way to Wrangell-Saint Elias Park after wolfing down a meal watered with Alaskan Beer and topped with blueberries cake.... Much more fierce and awesome than the Muldrow Glacier's bear, but much more shoothingly still. It did not even blink when I scratched behind its ears. Even it showed its best side for the photo. (The bear is the one not wearing the orange raincoat)

Still, I prefer the first.

(Both bears saw me and I saw them in Alaska in August 2009)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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