Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

viernes, 1 de julio de 2011

EN EL FILO: ARISTA OESTE DEL TXINDOKI Y ARISTA NE DE PEÑA EZKAURRE



Unos días de fiesta, una huida del infierno abrasador de la ciudad en el mes de junio en busca de las sombras frescas del norte. Primera parada en las verdes campas guipuzcoanas donde el txirimiri nos recibe nada más llegar haciéndonos notar que allí el fuego no quema tanto como en el averno. Por la mañana, desde Larraitz emprendemos el camino cuesta arriba entre nieblas y ovejas, vacas color canela campo a través ignorando las senda, siempre hacia arriba hasta llegar a pie de arista. El Txindoki, cumbre mítica para mí por muchos aspectos, sigue entre velos negándose a mostrar su rostro, pero los brillantes valles y pueblos del Goiherri comienzan a lucir sus mejores galas allá abajo. Incluso a lo lejos, entre brumas y espejismos, se intuye el mar.


A lomos del Larrunarri nos encaramamos a la arista con pies de gato y dedos tiesos por el frío. La caliza resbala jabonosa en el primer diedro de IV hasta que abandonamos la sombra y el sol nos recibe con los brazos abiertos. La chimenea de III repta sobre el abismo y más adelante la placa de IV se alza como una frontera. El último largo de IV+ chorrea agua y miedo pero con maña, fuerza y acrobacias queda atrás. A partir de entonces las cuerdas vuelven a la mochila, las botas a los pies y la sangre al corazón, todo se convierte en un paseo gozoso por la espalda de piedra herbosa rodeados del mar verde e inmenso de Aralar.



De oca a oca y esa misma noche dormimos en Zuriza. Cambio de tercio en las primeras cumbres del Pirineo. Un día de sol de justicia nos queda por delante surcando la proa prehistórica que dibuja la arista Nordeste de Peña Ezkaurre. El calor aprieta y el agua desaparece como por ensalmo. Pies, manos y cuerdas se confunden entre los paños grises de la montaña por donde crece la hierba en cualquier resquicio. El paso de IV se disfruta y da por finalizada la escalada, pero no la aventura, que no ha hecho más que empezar. Las horas avanzan rápidamente por la cuerda del rápel, los cantos afilados, las piedras sueltas, las malas hierbas, la sombra inexistente e imposible hasta que el cielo lo inunda todo y la ancha cumbre me rodea.
  
(Txindoki y Peña Ezkaurre, 24 y 25 de junio de 2011)





(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó

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