Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

jueves, 16 de septiembre de 2010

GARGANTA ENROJECIDA (TISLIT, ATLAS, MARRUECOS)

 

Durante la travesía del macizo del Djebel Siroua marroquí, donde el nevado Alto Atlas comienza a desperezarse y convertirse en las cadenas menos altivas y transitadas del Antiatlas antes de fundirse con las arenas del desierto, tuve ocasión de toparme con numerosos rincones que merecieron sin duda el encuentro. Algunos espectaculares y majestuosos, otros íntimos, apenas soslayados en el camino, pero que edifican poco a poco la reveladora experiencia de recorrer las rojas rocas, los solitarios senderos, los oasis y las kasbahs del país bereber.

Uno de esos momentos inolvidables fue surcar el lecho casi seco del río que serpentea bajo las moles escarlatas de la Garganta de Tislit.


Sin pretenderlo, paulatinamente, nos fuimos deslizando junto a los cantos blancos de la corriente que estoicamente va abriendo su camino entre las altas paredes de conglomerado que esculpe la garganta. A ambos lados se alzan soberbios muros bermellones y monolitos ciclópeos desafiando la sombra de las palmeras. Una apariencia montserratina o riglera al primer contacto del ojo escalador que ansiaría escaparse por esos riscos verticales atado a la cuerda de nylon. Aunque tal vez la talla de gigantes esconda un corazón tierno y las altas torres no sean más que castillos de arena dispuestos a desmenuzarse entre los dedos almena por almena. No son las gargantas del Todra pero en cambio la soledad parece garantizada, salvo por las vendedoras de alfombras que esperan hacer su agosto en pleno abril.

A la salida de la garganta, entre acequias y sembrados, el paisaje cambió y de nuevo nos devolvió a los espacios abiertos de los collados donde el viento porta aromas y alas de aves.

(Atlas, Semana Santa de 2010)





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RED GORGE (TISLIT, ATLAS, MOROCCO)

Crossing the Moroccan Djebel Siroua massif, where snowy High Atlas begins to stretch and become the less lofty and less traveled Anti-Atlas range before melting in the desert sands, I happened to come across many places thart really worth the meeting. Some dramatic and magnificent, others secret, just bypassed on the road, building gradually the revealing experience of walking the red rocks, the lonely trails, oases and kasbah in the Berber land.

One of thse unforgettable moments was to ply the nearly dry river bed that winds under the scarlet masses of Tislit Gorge.
 


Unintentionally, we were gradually sliding along the white pebbles of the stream that stoically is opening way between the high conglomerate walls that the gorge sculpts. On both sides stand superb cyclopean walls and vermillion monoliths challenging the shade of palm trees. A Riglos or Montserrat looking at first sight  for the climber whou would long to escape by those vertical rocks attached to the nylon rope. But perhaps the giant size hides a tender heart and the high towers are nothing more than sand castles ready to crumble between your fingers battlement by battlement. It's not Todra Gorge but instead solitude is ensured, except for the carpet vendors hoping to make a killing in the middle of April.

At the end of the gorge, between irrigation ditches and crop fields, the landscape changed and again we were back to the open spaces of the passes where the wind carries scents and bird wings.

(Atlas, Easter, 2010)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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