El puente de mayo de 2009 nos juntamos siete desocupados con ganas de darle a la bota y al porrón, digo al crampón, Ricardo, Paco, Aitor, Juan, Javi, Antonio y yo, y ni cortos ni perezosos nos embarcamos en dos coches rumbo a la Alpujarra. De momento el reparto automovilístico era tres en el coche de Paco y tres en el de Ricardo, porque Javi nos estaba ya esperando en tierras granadinas en su casa (¡qué casa!) de Bubión, a la que gentilmente nos había invitado a alojarnos, lo que nunca podremos agradecerle suficientemente.
El viernes prontito salimos de Atocha y a buena hora habíamos llegado al sur de Sierra Nevada donde nos juntamos con Javi, no sin antes dar buena cuenta de un sabrosísimo "Tomas" (hay que ir para saber de qué hablo) por cabeza en "El Teide" de Bubión, sacrosanto templo de jamón, del tomate y del aceite. Con las panzas razonablemente repletas nos acercamos hasta La Cebadilla donde dejamos los coches e iniciamos el duro ascenso hasta el refugio de Poqueira, casi mil metros más arriba. Serpenteado por el interminable barranco fuimos ascendiendo bajo un cielo encapotado que de vez en cuando dejaba escapar alguna gota hasta acabar metidos de lleno en una espesa niebla que seguía amarrada a las cumbres. Y eso que la previsión era de sol y más sol, pese a las sabias y nunca bien ponderadas advertencias de Javi, siempre ojo al dato.
Así alcanzamos el refugio de Poqueira, sin haber pisado apenas la nieve, que se nos apareció como un espectro entre la niebla y nos sumergimos de cabeza en el jolgorio del repleto comedor donde no había ni una silla libre. Conseguimos cenar en el segundo turno y sin muchas más dilaciones nos echamos a dormir en espera del despertador clavado a las cinco de la mañana.
En literas y en suelo pasamos la noche y nos levantamos cuando aún la mayoría de la población seguía cómodamente estirada en los sacos. En menos de una hora estábamos los siete desayunados y ataviados para la ocasión y caminando a la luz de los frontales. Cruzando neveros bajo las estrellas y en la ruidosa compañía de un gato alpinista que se empeñó en secundarnos, nos plantamos en el collado del Ciervo justo cuando el sol asomaba por detrás de la Alcazaba y nos dejó contemplar la soberbia vertiente norte de los tres miles granadinos. Tras calzarnos los crampones y embutirnos en los arneses, en poco tiempo descendimos el desnivel que nos separaba del pie de la pared y comenzamos a subir por el cono de nieve que da acceso al centro de la cara norte para enseguida torcer a la izquierda y ascender en diagonal sobre el muro inferior del Mulhacén. La nieve en ese tramo estaba más dura de lo esperado y apenas dejaba clavar las puntas de los crampones; incómodo para empezar mientras los metros iban quedando por debajo. Tras una breve pausa encaramados en una repisa, embocamos el canuto que recorre el centro de la cara norte del Mulhacén donde encontramos una capa de nieve sin transformar bajo la que se escondía hielo duro. Aún así, aprovechando la huella dejada en días anteriores, se dejaba ascender cómodamente por las empinadas rampas buscando siempre el preciado equilibrio.
Resalte de hielo a mitad del corredor central |
A mitad de corredor un brillo característico ya nos advirtió que una placa de hielo nos esperaba y en breve nos encontramos con un resalte helado de unos doce metros que cruzaba toda la canal haciendo inevitable pisarlo.
Aunque el resalte no era largo ni difícil, optamos por sacar la cuerda y formar tres cordadas para superarlo sin riesgos dado el considerable patio que se había acumulado a nuestros pies. En un puente de roca montamos la reunión y un clavo que introdujimos en la espesa roca que nos protegía de la caída constante de pequeños proyectiles helados sirvió para meter el primer seguro. Paco se lanzó a picar en la cascada y con dos tornillos superó el resalte tras el que montó reunión en un bloque rocoso con un fisurero y dos clavos, ya que no daba opción a meter mucho más. En cordada de tres le siguieron Javi y Aitor mientras los demás esperábamos nuestro turno temblando de frío. Aunque la meteo era espléndida, sin una nube en el cielo y las temperaturas no demasiado bajas, la altitud y la exposición norte convertían la cara en una nevera que, hasta que nos dio el sol, nos hizo tiritar un buen rato. Después cruzamos el hielo Antonio y yo, mientras que Ricardo y Juan se encargaban de recoger el material que nos había servido a las tres cordadas.
Aprovechando que el sol comenzaba a bañar la parte superior de la pared, avanzamos desencordados por nieve a tramos dura y congelada y a tramos polvorienta por pendientes de inclinación considerable que cada vez se alejaban más del suelo. Llegados al tercio final de la cara norte, dadas las condiciones de la nieve, la abundancia de tramos mixtos y la hora que era, decidimos, como ya teníamos pensado, optar por una de las salidas laterales de la vía en lugar de forzar la salida directa a la cima por los bloques de roca. Por una empinada canal de nieve helada subimos en puntas de crampones hasta, atravesando un breve tramo de roca y pedrera, alzarnos sobre el hombro nevado que comunica con la arista este. Desde ahí fácilmente ganamos las rampas cimeras que nos depositaron cansados, a causa del esfuerzo y de la altitud, pero satisfechos en el vértice geodésico del Mulhacén más de 3483 metros sobre el mar mediterráneo. Por desgracia no pudimos contemplar sus aguas desde la cumbre como me hubiera gustado porque la vertiente sur estaba cubierta por veloces nubes que el viento azotaba sin tregua.
Saliendo hacia la arista este |
Vista desde la cumbre hacia la cara norte |
Tras las fotos y picar algo nos dispusimos a bajar hasta el refugio Poqueira a lo largo de los interminables neveros que afortunadamente casi nos depositaron en el mismo refugio lo cual agradecieron infinitamente nuestros pies calzados con botas rígidas. Tras descansar placenteramente durante un buen rato tomando el sol de mayo entre cervezas, palomitas y lecciones intensivas de alpujarreño, amenizado por las visitas del perro con gafas de aviador de triplano alemán, continuamos rumbo sur por el interminable barranco que utilizamos para subir el día anterior. Tras varias horas de penoso descenso de cerca de 2000 metros llegamos, en mi caso a duras penas, hasta los coches que nos aguardaban en La Cebadilla. De ahí a zamparnos unas pizzas y un tremendo salmorejo en Bubión nos faltó tiempo, y el grandísimo Javi coronó la jornada alojándonos en su maravillosa casa con vistas a la Alpujarra. No puedo imaginar un final mejor para nuestra pequeña aventura.
(Mulhacén, 1-2 de mayo de 2009)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
(Mulhacén, 1-2 de mayo de 2009)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó
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