Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 21 de julio de 2010

BERBERISMOS (SIROUA, ATLAS, MARRUECOS)


Djebel  Siroua (3305 m)

Fascinado regresé de mi última aventura allende el estrecho gilbraltareño. Lo cierto es que hubiera sido más apropiado cruzar el brazo de mar surcando sus aguas como hicera Tarik allá por el siglo VIII y que le sirvió para bautizar el conspicuo promontorio que se alzaba y alza en esta orilla. Djebel-al-Tarik, que nosotros hemos deformado hasta casi hacerlo irreconocible.

Pero para que están los aviones sino para usarlos (y más los low-cost) y en un santiamén me planté con mis compañeros de fechorías en la cinematográfica Casablanca de la que no tuve oportunidad de ver ni el blanco de sus casas. De ahí a Marrakech, que es naranja se mire por donde se mire, y en un salto en el Atlas. En concreto el Antiatlas, el extremo sur de las zonas en que se divide, o más exactamente la divisoria entre el Alto y el Anti, en los valles en torno al Siroua.

Seis días de correrías a golpe de bota, mochila y mula, a base de tajin, cuscús y té con menta, por esos lares en los que no vimos ni un alma occidental ni un turista despistado que llevarnos a la boca. Tan poco frecuentados y tan solitarios son esos páramos, salvo por asnos, mulas, ovejas y locales, sin olvidar el intermitente canto del muecín que rasgaba la hondura de la noche cuando menos te lo esperabas. Casi pasamos por sombras bereberes.

Y ahí reside el encanto de este viaje relámpago, que alegremente pudimos librarnos de las hordas de blancos que después nos cercarían en la Medina, y disfrutar de la pura esencia de esa agreste tierra al borde del desierto, frontera entre las altas nieves del macizo del Toubkal y los verdes valles encajonados que se asoman temerosos a las ocres piedras del Antiatlas y las áridas extensiones del Sáhara. Porque desde el cumbre del Djebel Siroua, altivo volcan extinto que pudimos trepar hasta su cima, se otea un horizonte de dunas y espejimos donde las sábanas amarillas del Erg Chebbi se funden con la tremenda y soñolienta Argelia.

Pero si algo ha quedado dentro de mí después de tan fugaz periplo por el Atlas marroquí, además de los imponentes paisajes de agua y roca, verde y rojo, que nos asaltaban a cada instante, ha sido la presencia solemne y poderosa del pueblo bereber. Sus cantos, sonrisas y silencios.


(En Primavera de 2010, a caballo, mula o camello, de los meses de marzo y abril, en el Atlas) 


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BERBERISMS (SIROUA, ATLAS, MOROCCO)


Astonished I returned from my latest adventure beyond Gibraltar Strait. Certainly it would have been more appropriate to cross the channel sailing on the water as Tarik did in the eighth century before baptizing the conspicuous promontory that rised and rises on this shore. Jebel-al-Tarik, we have distorted it almost beyond recognition.


But the planes are to use them (and low-cost even more) and in the twinkling of an eye I landed along with my friends in the film Casablanca of which I had no chance to see even the white houses. From there to Marrakech, which is orange wherever you look, and then jumping to Atlas. Specifically, Anti-Atlas, the most southern of the areas into which is divided, or more precisely, the boundary between the High Atlas and Anti Atlas, in the valleys around Siroua.


Six days of raids backpacking on boot and mule, living on tajin, couscous and mint tea, for those parts in which we saw not a soul nor a disoriented Western tourist. So empty and lonely are those lands, except for donkeys, mules, sheep and local people, not to mention the frequent chant of the muezzin ripping the depth of the night when least expected. We were as Berber shadows.


And therein lies the charm of this quick trip. We could happily get rid of the hordes of white people that would surround us in the Medina later and enjoy the pure essence of this rugged land at the edge of the desert, border between the high snow of Toubkal massif and the green deep valleys that look shyly to the brown stones of the Anti-Atlas and the arid expanses of the Sahara. For from the summit of Djebel Siroua, proud extinct volcano that we could climb to its peak, it can be scanned a horizon of dunes and mirages where the yellow sheets of Erg Chebbi melt with the huge and drowsy Algeria.


But if anything is left inside of me after such a brief tour in the Moroccan Atlas, besides the impressive water and rock landscapes, green and red, that hound us the whole time, it was the solemn and powerful presence of the Berber people. Their songs, smiles and silences.


(Atlas, Morocco, Spring 2010)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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