Sin duda alguna fue una mañana con suerte. A veces te vas con las manos vacías y otras con los bolsillos llenos. Y esa mañana en Selous, con el horario apretado antes de coger la avioneta que nos llevaría como en un sueño hasta Dar es Salaam, estaba escrito que iba a ser de afortunados encuentros. Desde el momento en que, al despertar, sobre las sábanas blancas descubrí la presencia ancestral y amenazante del escorpión negro que deambulaba por ellas como por un mar de dunas, intuí que ese día podía ser único, que podía deparar más casualidades, más cruces de miradas furtivas, más intersecciones.
El avistamiento de fauna, como de cualquier otro fenómeno de la naturaleza, requiere altas dosis de paciencia, tenacidad y, sobre todo, de fortuna, pero esa mañana los astros estaban especialmente alineados. El leopardo trepado a la rama más alta del árbol sobre nuestras cabezas y su elegante paseo ante nuestras narices ya colmó todas las expectativas. Después vino la familia de leones, padre, madres, hijos, que nos ignoraron ampliamente mientras se dedicaban a amamantar y a ser amamantados. Y finalmente, cuando el todo terreno ya giraba el volante para regresar al campamento, en un rincón bajo las sombras de las hojas, casi invisibles, mimetizados con la tierra, tuvimos el tercer gran encuentro del día.
Difíciles de ver por lo escurridizos y por tener encima la espada de la extinción, los licaones (Lycaon pictus) se estiraban y solazaban tranquilamente a cubierto del sol abrasador. Bien conocidas son sus técnicas de caza, sus medidas estrategias grupales dignas del mejor general, su ferocidad al despedazar las víctimas, su apetito insaciable al devorarlas aún vivas. Sin embargo, contemplando esos perros allí tirados, rascándose las enormes orejas redondas, revolcándose en el polvo tratando de aplacar la mordedura de los insectos, jugando entre ellos entre gazñidos cómplices, en poco se diferenciaban de los perros del vecino en el jardín trayendo de vuelta palos en la boca. Capaces de engañar a cualquiera. Más perros que hienas, más mansos que salvajes, los licaones escondían a buen seguro bajo el coloreado pelaje curtido de retales diversos la ferocidad y el abismo que los separa de nosotros, la llamada de la selva, the call of the wild dog, el espanto del mito que convirtió a los hombres en lobos.
(Parque de Selous, agosto de 2008)
(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó