Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

martes, 19 de marzo de 2013

SUPERVIVIENTE (NAMIBIA)



Allí plantada junto a la pista polvorienta y bajo el frío del invierno austral africano no parecía gran cosa. Unas hojas secas y embrolladas que apenas dejaban entrever una mata mustia y oxidada bajo el sol y los rigores de la intemperie. Pero, sin embargo, ahí mismo, apenas a unos metros de las ruedas del camión y a punto de desaparecer se encontraba un auténtico superviviente, un fósil viviente testigo de épocas remotas y quién sabe con cuántas décadas a cuestas

La welwitschia (Welwitschia mirabilis) constituye el único género de la familia de las Welwitschiacae y es una verdadera rareza que se deja ver de vez en cuando en los páramos del desierto del Namib que se extienden al norte del páis junto a la costa atlántica y en el sur de Angola. Se estima que puede vivir entre 400 y 1500 años aunque algunos ejemplares pueden haber alcanzado los 2000 años de existencia.

Su curioso nombre fue donado por el botánico austríaco Friedrich Welwitsch que la descubrió en 1860, pero entre las etnias locales recibe otras denominaciones no menos curiosas: tumboa, n'tumbo en angoleño, tweeblaarkanniedood en afrikaans, !kharos por los Nama o los Damara, nyanka  por los Damara, khurub por los Nama, onyanga  por los Herero.

Como todas la cosas raras, únicas o inusuales, la welwitschia se encuentra en peligro de extinción a pesar de las muestras de supervivencia y perseverancia que ha demostrado, pero nada es eterno y menos en estos tiempos que corren. Entre la reseca hierba rubia y la tierra árida de los interminables kilómetros del Namib, esta planta milenaria intenta seguir floreciendo a pesar de todo. Dejémosla tranquila y sigamos el camino. 

(Namib, agosto de 2011)


(c) Copyright del texto y de la foto: Joaquín Moncó

viernes, 15 de marzo de 2013

CATEDRALES (TORRES DEL TRANGO, PAKISTÁN)


Torres del Trango desde el Glaciar Baltoro

Desde el campamento en Paiju ya se llegaba a intuir su perfil sublime tras el telón de nubes que no cesaba de flotar sobre el Baltoro. Como faros en la niebla, como espectros colosales entre sombras, las torres de granito anunciaban su presencia en la distancia enmascaradas en velos de vapor.

La jornada siguiente, que nos debía llevar hasta el soberbio mirador de Urdukas, el sol fue venciendo progresivamente a las nubes y los rostros pétreos de los rascacielos naturales fueron mostrándose en todo su esplendor aunque sin dejar que las brumas se terminaran de desenredar del todo de sus cabezas.
 
Gran Torre del Trango y la Catedral

La Catedral saliendo de Paiju

Festoneadas de glaciares y de nieves eternas, las paredes verticales de las Torres del Trango se izaban de manera espectacular sobre el caos de escombros de las morrenas brillando a la luz de sol. La cúpula solemne de la inmensa Catedral, la masiva apariencia del Púlpito, la llama perfecta de la Torre Sin Nombre que atraía todas la miradas y, sobre todo, el semblante sobrecogedor de la Gran Torre con su fiera proa al viento. Gigantes soñolientos que contemplaban nuestro paso de hormigas desde las alturas con cierta condescendencia y algo de desprecio. 

Flanqueados por satélites de igual calibre como el Pico Paiju, el Uli Biaho, las Lobsang Spires o la Torre Muztag, conformaban una película en cinemascope que nos fue desfilando por la izquierda a medida que remontábamos el glaciar durante varios días sin permitirnos cerrar las bocas de asombro ni por un instante.

Y era sólo la antesala de lo que nos esperaba al llegar a Concordia.

(Glaciar de Baltoro, agosto de 2012)

Cumbres que escoltan el camino realizado hasta Urdukas

Casi tan alto como las torres

Torre Sin Nombre

El imponente perfil de la Gran Torre del Trango (6286 m)

Gran Torre del Trango por la mañana desde Urdukas

Uli Biaho, Gran Torre, Torre Sin Nombre y Catedral al atarceder desde Urdukas

(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 12 de febrero de 2013

SHINING WALL (BALTORO, PAKISTÁN)



El largo río de piedras y hielo que forma el glaciar Baltoro desciende impertubable desde las alturas del Karakorum hasta deshacerse en agua fría en el Braldu. Sin embargo, según se asciende lentamente en el aire fino de la tarde por las morrenas jorobadas hacia la cabecera del glaciar, se diría que la corriente fluye petrificada en sentido contrario y que las olas congeladas de arena tienden a remontar el valle hasta estrellarse a los pies de las altas cumbres. El ancho río se funde con estrépito contra otros brazos que se vierten sobre el cruce de Concordia y parece colisionar vorazmente contra el muro que se levanta al frente. Como una fortaleza, la dorsal que une al Broad Peak con los Gasherbrum cierra el camino y obliga al oleaje a ramificarse a derecha y a izquierda para soslayar la barrera infranqueable. El Baltoro simula dividirse en glaciares menores que lamen la base de las montañas circundantes cuando en realidad son éstos los que, en sentido contrario, se combinan para formar una única corriente colosal que arrastra todo a su paso.

Desde Urdukas ya se divisa tan ciclópea barrera pero es en el gélido campo de Goro II, con las tiendas alzadas sobre bloques de hielo, desde donde se contempla mejor este cruce de gigantes. La muralla abarca toda la visión y, en medio de todo, como una pirámide detenida en el tiempo, interceptando el paso y el vuelo de las aves, el Gasherbrum IV (7925 m) reclama toda la atención. Sólo 75 metros le separan de la fama, justo los que no le hacen falta.


Su vertical pared oeste, la que encara al glaciar Baltoro, se incendia de llamas con la puesta de sol, si las nubes lo permiten, brillando como una almenara en el frío viento de la tarde. Shining Wall, la pared resplandeciente, no sin razón. Por desgracia los días estaban siendo turbulentos sobre el Baltoro y las nubes se resistían a despegarse de las montañas. La luz era turbia y espesa, sin fuerza para iluminar el fiero granito, pero, en el momento exacto, un rayo escapado del sol poniente se vino a posar sobre los paños nevados del G IV encendiendo por un instante la soledad. No fue una gran hoguera pero algo de oro vibró en el aire.

(Baltoro, agosto de 2012)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

TRABAJOS VERTICALES (ISLAMABAD, PAKISTÁN)




Ese dia en Islamabad parece que el monzón oceánico había alcanzado a la capital pakistaní y las nubes descargaban con fuerza sobre el asfalto. Desde las verdes colinas cercanas la bruma apenas dejaba divisar los edificios de la ciudad ni sus cuadriculadas avenidas. Una urbe muy monótona surgida a la espalda de la bulliciosa Rawalpindi cuando llegó la hora de la separación del vecino indio. Jarreaba con fuerza y poco más había que hacer esa mañana salvo esperar a que escampara y visitar la moderna y enorma mezquita Faisal, una de las más grandes del mundo musulmán y erigida a base de dinero saudí.

En esa ocasión, quizás por la lluvia, la mezquita estaba casi vacía y, respetuosamente descalzos, pudimos chapotear por los charcos y piscinas que se formaban en los amplios patios del recinto donde las escaleras y barandillas azules, entre tanta catarata, casi me recordaban a un parque acuático. Poco a poco el diluvio fue remitiendo e incluso el sol pugnaba por asomarse entre las cortinas de nubes grises. Los cuervos se guarecían bajo los voladizos mientras algunos fieles rondaban por los jardines exteriores contemplando el edificio.

Parece que las labores de acondicionamiento de la mequita no paran ni bajo la lluvia porque, al doblar una esquina, nos encontramos con una pareja de operarios enfrascados en  la hercúlea tarea de darle una manita de pintura blanca a una de las fachadas. Si ya de por sí el tamaño de la pared hacía resoplar al del cubo y la brocha, el sistema de seguridad desplegado por ese par de inconscientes era para quedarse boquiabierto. Menos mal que al que sujetaba la cuerda no le dio por saludarnos con la mano izquierda.

(Islamabad, agosto de 2012)


 


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

jueves, 24 de enero de 2013

EL MÁS FUERTE: BROAD PEAK (PAKISTÁN)


Broad Peak desde Concordia

Desde luego el nombre le viene al pelo. Ancho es y mucho. Su poderosa arista somital se extiende a lo largo de varios kilómetros que a los alpinistas que consiguen llegar se les hacen eternos. No pocos se han vuelto antes de culminar el vértice más alto de la montaña, ya sea por error a la hora de discernir el punto de mayor altitud en esa interminable cresta, ya sea por propia voluntad por mucho que les pesase cuando las circunstancias y el buen juicio mandan.

El Broad Peak, originalmente catalogado como K3 y a veces por la no aceptada traducción en lengua vernácula de Faichan Kangri, forma parte del exclusivo y a veces denostado grupo de los catorce ochomiles que se reparten entre Pakistán, Tibet y Nepal. Con sus 8051 metros de su cima principal, es la 12ª montaña más alta de la tierra y la 4ª de Pakistán por detrás del K2, el Nanga Parbat, el Gasherbrum I y por delante del quinto ochomil local, el Gasherbrum II.

El amanecer enciende sus tres cumbres

El viento barre la arista cimera

Pero aunque no es la más alta del Karakorum, ni la más bella, sin duda es una de las más espectaculares por el tamaño descomunal que alcanza. Encajado en la frontera entre China y Pakistán, escoltando el sueño imperturbable del K2 y a su vez vigilado por el asombroso circo de los Gasherbrum, el Broad Peak planta sus raíces de piedra en la confluencia del glaciar de Baltoro con sus hermanos en la plaza de Concordia y eleva hacia el cielo sus hombros desmesurados sobre los que reposan las tres cabezas. Tricéfalo y altanero, el Broad desafía a quien se encaraman por sus glaciares colgantes y seracs a hollar las tres cimas, a recorrerle la espalda, a cabalgar sobre el viento, a hurtarle la corona.

Desde la aproximación a lo largo del glaciar de Baltoro, el Broad Peak es el primer ochomil que se atisba como una aparición entre las nubes y hasta que el diamante del K2 no interpone su silueta sin igual, es este ancho monte el que reina sobre el resto de cumbres afiladas. Desde Concordia, desde su campo base, desde el glaciar Vigne donde poco a poco se le va perdiendo de vista, hasta su perfil fantasmagórico desde el collado de Gondogoro La, desde todos los puntos desde los que pude contemplarlo, el Broad Peak impone su ley. La del más fuerte.

(Karakorum, agosto de 2012)

Los 8000 metros del Broad Peak aparecen remontando el glaciar de Baltoro

Como un fantasma

El Broad Peak junto al K2 y los Gasherbrum desde Gondogoro La

El Broad Peak, el K2 y el G IV van quedando al fondo del glaciar Vigne


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó