Por mucho que había leído y me habían advertido, nunca pude sospechar que el sueño de Shah Jahan podía ser tan bello.
Ninguna imagen hace justicia a la tumba blanca de Agra. Dicen que el mejor momento para contemplarlo es al amanecer cuando las brumas matinales aún pugnan por levantarse y el edificio pareciera que flota ingrávido y etéreo sobre el vapor. Cuando yo llegué allí un día caluroso y húmedo de agosto de 2006, después de un largo viaje en autobús desde Delhi, no volaba sobre los estanques, sino que se posaba firmemente sobre sus basamentos, pero eso no le restaba ni una pizca de hermosura. Quizás un poco más pequeño de lo imaginado, con menos turistas occidentales y muchos locales, con algún andamio enroscado a los minaretes. Pero deslumbrante.
La tumba imposible que el penúltimo de los emperadores mogoles construyera para acoger a su llorada Mumtaz Mahal, el dolor más intenso que conoció jamás en los turbulentos años del siglo XVII, me desmoronó por completo. Emocionalmente profundo. Coup de foudre.
Cabe soñar qué espectáculo arquitectónico nos encontraríamos en la ribera del Yamuna si, como cuenta la tradición, se hubiera construido de manera simétrica al otro lado del río un mausoleo idéntico en mármol negro que alojara el cuerpo del Gran Mogol. Pero la malicia albergaba en el corazón de Aurangzeb, el hijo de Shah Jahan y último emperador de la dinastía, que no sólo encarceló a su padre en las estancias del fuerte rojo de Agra, desde donde podía contemplar la perla blanca de su amada, sino que nunca izó semejante cenotafio al cielo. Ahora, la tumba del rey, junto a la de Mumtaz Mahal, rompe la simetría perfecta del edificio blanco.
Cabe soñar qué espectáculo arquitectónico nos encontraríamos en la ribera del Yamuna si, como cuenta la tradición, se hubiera construido de manera simétrica al otro lado del río un mausoleo idéntico en mármol negro que alojara el cuerpo del Gran Mogol. Pero la malicia albergaba en el corazón de Aurangzeb, el hijo de Shah Jahan y último emperador de la dinastía, que no sólo encarceló a su padre en las estancias del fuerte rojo de Agra, desde donde podía contemplar la perla blanca de su amada, sino que nunca izó semejante cenotafio al cielo. Ahora, la tumba del rey, junto a la de Mumtaz Mahal, rompe la simetría perfecta del edificio blanco.
Entre cúpulas, frontones, minaretes, balcones, jardines, fuentes, estanques, la vista se pierde en un laberinto de líneas puras y rosas blancas que elevan el Taj Mahal sobre las llanuras del Yamuna como un diamante eterno y perfecto. Un sueño que me encanta soñar.
(Agra, agosto de 2006)
(Agra, agosto de 2006)
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WHITE DREAM: TAJ MAHAL (AGRA, INDIA)
No matter how much I had read and had been warned, I never suspected that Shah Jahan's dream could be so beautiful.
No image does justice to the white tomb in Agra. I was told that the best time to watch it is at sunrise when the morning mists still struggle to get up and the building seems to float weightless and ethereal on the steam. When I arrived there a hot, humid day in August 2006 after a long bus ride from Delhi, it did not fly over the ponds, but rested firmly on its foundations, however that did not detract one iota of its beauty. Maybe a little smaller than imagined, with fewer Western tourists and many locals, with some scaffolding coild up the minarets. But dazzling.
The impossible tomb that the penultimate of the Mughal emperors built to accommodate his mourned Mumtaz Mahal, the more intense sorrow ever suffered in the turbulent years of the seventeenth century, collapsed me absolutely. Emotionally deep. Coup de foudre.
We can imagine which architectural spectacle could be found on the banks of Yamuna if, as tradition tells, had been built symmetrically across the river an identical black marble mausoleum to host the body of the Great Mogul. But the malice harbored in the heart of Aurangzeb, Shah Jahan's son and last emperor of the dynasty, that not only imprisoned his father in the rooms of the Red Fort of Agra, from where he could see the pearl white of his beloved, but he never raised to the sky such a cenotaph. Now the king's tomb, next to Mumtaz Mahal's, breaks the perfect symmetry of the white building.
Among domes, pediments, minarets, balconies, gardens, fountains, ponds, sight is lost in a labyrinth of pures lines and white roses that raise the Taj Mahal on the plains of Yamuna as an eternal and perfect diamond. A dream that I love to dream.
(Agra, August 2006)
(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó
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