Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 7 de julio de 2010

SUBIR A LAS NUBES: CORREDOR JEAN ARLAUD AL POSETS


Glaciar de Llardana y el corredor Jean Arlaud con las primeras luces
 
Cuando menos te lo esperas salta la liebre y te la comes bien guisadita y con patatas.

En una temporada invernal que recordaremos por lo larga y blanca en la que, unas veces por la gran cantidad de nieve caída y el consiguiente riesgos de aludes, otras veces por la meteorología adversa y otras por que es imposible cuadrar un plan como Dios manda, las ocasiones de saldar cuentas pendientes con vías bien marcadas y subrayadas en la agenda no habían sido muchas o menos de las deseadas. Por eso, cuando en un mismo mes, con quince días de diferencia, aprovechando dos puentes, surge la ocasión de tachar dos invernales de la lista, parece poco menos que sorprendente. Y si el mes resulta ser uno tan avanzado como mayo, la carambola raya casi lo milagroso.

De este modo, cuando apenas habían pasado dos semanas de la ascensión a la cara norte del Mulhacen, me vi de pronto un viernes por la mañana rodando rumbo a Pirineos en el coche de Paco llevando en las plazas traseras a Antonio y Joserra más felices que unas perdices escabechadas. Y no era para menos. Porque al final del camino se adivinaba ni más ni menos que una de las actividades largamente anheladas y marcadas en rojo el la lista de inevitables que todos llevamos en el bolsillo. Bastó con que Joserra se animara a sufrir o disfrutar su primera experiencia de este calibre y que Paco no gastara pereza (y ya tiene mérito) para dar la bendición a repetir la actividad, para que los cuatro estuviéramos a unas horas de acometer la escalada al corredor Jean Arlaud al Posets, uno de los más elegantes, hermosos y clásicos corredores del Pirineo.

Aprovechando el puente de San Isidro en Madrid, el viernes nos plantamos a buena hora a las faldas del macizo y, tras una breve parada en Plan, a la sombra del Cotiella, para comprar víveres de la tierra y zamparnos unos bocadillos a pleno sol en un prado, embocamos la cicatrizada pista que asciende suavemente hasta el refugio de Viadós. Apenas había un par de coches aparcados en las inmediaciones por lo que la afluencia de gente no se preveía masiva. Cuando bajamos del coche se nos presentó con toda su grandiosidad el macizo del Posets-Espadas que, afortunadamente, aparecía cubierto con una buena cantidad de nieve desde cota baja. Si a esto sumamos que, a pesar de las previsiones negativas de comienzo de semana, en el cielo no se adivinaba ni una sola nube y el sol lucía a sus anchas, la estampa se me antojaba perfecta.

Posets y Espadas desde la bordas de Viadós. 
Magnífica estampa alpina

Tras hacer y rehacer las mochilas hasta dejarlas a la postre bien cargadas y pesadas, iniciamos la aproximación por la senda que discurre entre las bordas de Viadós hasta bajar al puente de la Palanca que salva el torrente de Añes Cruces. Tras poco más de una hora alcanzamos el prado donde muere la pista a cuya derecha pudimos otear la Cabaña de la Basa, objetivo final de esa etapa. Con ansiedad abrí la puerta y comprobé con alivio que nadie la había ocupado aún por lo que nos dispusimos a plantar allí nuestros reales para pasar la noche. Como punto de partida para la ascensión que nos esperaba al día siguiente seguía siendo demasiado bajo, a unos 1900 metros de altitud, pero al menos le habíamos ganado una hora al refugio de Viadós.

Después de cenarnos vorazmente las viandas porteadas hasta allí nos embutimos pronto en los sacos porque la hora fijada para el toque de diana eran las cuatro de la madrugada. La noche pasó veloz y cuando nos quisimos dar cuenta los despertadores ya estaban dando la lata. En vestirnos, desayunar y cuadrar los macutos no tardamos más de lo esperado y con los frontales brillando en las cabezas comenzamos a ganar altura por las rampas que cruzan el bosque. A unos 2100 metros ya encontramos los primeros neveros que a esa horas estaban lo suficientemente duros como para progresar por ellos con soltura. Poco a poco los árboles comenzaron a dispersarse y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos saliendo del bosque. Empezaba a clarear cuando por una pedrera sorteamos el barranco de Mardoneras que baja del Espadas y accedimos a las rampas de nieve que de forma continua e inclemente nos separaban del plató superior. La nieve se mantenía dura mientras seguíamos las zetas dejadas por esquiadores pero al llegar a la parte superior de las rampas ya encontramos nieve menos compacta de nos hacía hundirnos cada varios pasos tornando la marcha bastante incómoda.

Desde el plató superior. 
Al fondo nubes sobre el Macizo de Monte Perdido

Finalmente ganamos el plató superior donde pudimos contemplar el magnífico glaciar de Llardana que se mostraba repleto de nieve y la pared Posets-Espadas que lo cerraba tapizada de nieve y hielo. Como diría el amigo Ricardo al ver las fotos, parece que, a pesar de lo avanzado de la primavera. a tres mil metros seguía reinando el invierno. Por detrás del Posets ya había amanecido aunque esa vertiente seguía inmersa en las sombras. El cielo continuaba despejado pero a nuestras espaldas, en el próximo macizo del Monte Perdido comenzaban a brotar unos paños de nubes sospechosas. Ante nosotros se abría, como una grieta desgajada del muro, bello y a la vez fiero, el corredor al que dio nombre el enorme pireneista francés Jean Arlaud. El aspecto no podía ser mejor, aparentemente cubierto de nieve de pies a cabeza. Una pareja se acercaba a sus pies ya por el glaciar con el evidente propósito de asediarlo.

Por el lomo de la morrena glaciar progresamos evitando de ese modo hundirnos en exceso en la gran acumulación de nieve, lo que no pudimos evitar una vez la abandonamos y pisamos la cuenca del plató. La capa de nieve endurecida se mostraba insuficiente para aguantar nuestro peso, especialmente el mío, que no conseguía mantenerme a flote en el mismo lugar donde las huellas de mis compañeros apenas habían fracturado la costra helada. De este modo, más penosa que grácilmente, conseguimos llegar a la base del corredor donde nos ataviamos como manda la ocasión y nos repartimos en dos cordadas: Antonio y Joserra por un lado, Paco y yo por otro. La pareja que nos precedía avanzaba rápidamente por la canal por lo que, viendo que nadie nos seguía, decidimos no apresurarnos para darles tiempo a salir por arriba y así evitar la caída de hielo sobre nuestros cascos. Nada más entrar en el corredor me apercibo del magnífico ambiente. Rampas de unos 45º-50º encajonadas entre muros de roca helada. La nieve está bastante blanda superficialmente pero enseguida las puntas de acero de los crampones encuentran debajo hielo o nieve helada por lo que agradecemos la huella existente para progresar más fácilmente. En breve llegamos al primer obstáculo de la de la via, un resalte de hielo a unos 70º. Se nota que el invierno ha sido potente porque, pese a mis cautas expectativas, se encuentra en perfecto estado, completamente tapizado de hielo y nieve donde los piolets penetran al primer golpe. En las rocas inferiores de la derecha montamos reunión con empotradores, algún clavo y un bloque de roca y fácilmente las dos cordadas superamos el resalte disfrutando de lo lindo.

En la tercera reunión

Subiendo por el corredor

Saliendo del corredor

El Jean Arlaud se encajona a continuación par abordar unas rampas con similar inclinación y calidad de nieve hasta llegar al segundo resalte de hielo a mitad de corredor. En esta ocasión el tramo de hielo es más largo pero de menor inclinación, de unos 60º, pero de un hielo excelente. Lo vencemos asegurando desde los piolets enterrados en la nieve avanzando hasta donde se acaba la cuerda. A esa alturas las sospechosas nubes se han convertido en una realidad y tiñen el ambiente de un tono grisáceo y mortecino. Allá arriba, por encima de la cornisa de salida, corren a gran velocidad arrastradas por un viento impetuoso que las obliga a retorcerse en extrañas figuras. Las rampas finales del corredor parecen suavizarse ligeramente en el último tercio donde hallamos un tercer resalte de hielo de pequeño tamaño que, aun pudiéndose evitarse por su izquierda, afrontamos directos para darles gusto a los piolets mientras aseguramos desde un clavo y un cordino que hallamos en la pared izquierda y que reforzamos con algún friend y fisurero. El final del corredor ya está a la vista protegido por una enorme cornisa que a la derecha forma un remedo de serac. La salida es espectacular y magnífica. Allí ya esperan Antonio y Joserra que nos han precedido toda la vía y en breve se nos une Paco con todo el material recogido. Como intuíamos, el tiempo se ha torcido y las nubes ocultan el mundo a los pies del Posets. Parece que será una cima a ciegas.

En la fina arista de bajada

El corredor Jean Arlaud ya cubierto por las nubes


Rápidamente, tras picar algo, nos disponemos a remontar la rampa que da acceso a la cumbre sabiendo que aún nos queda un largo descenso. Por momentos, las nubes abren agujeros inesperados desde los que podemos contemplar el valle muchos metros más abajo pero inmediatamente vuelven a cerrase sumiéndonos en la niebla. Tras los saludos y fotos de rigor en al cumbre, emprendemos la travesía por la delicada arista norte para llegar al collado desde el que regresaremos al glaciar de Llardana. La arista está repleta de nieve y forma una cornisa hacia la vertiente este. Dado lo avanzado de la hora, dudamos del estado de la nieve en unos tramos tan expuestos por lo que optamos por encordarnos en corto en ensamble para prevenir algún resbalón. El ambiente es espectacular caminando sobre el filo, a veces incluso pudiéndome poner a caballo sobre la cresta con una pierna en cada glaciar. Con calma y temple superamos la antecima y las numerosa jorobas de la arista para, entre mantos de nubes oscuras, llegar al punto donde podemos comenzar a descender por las palas de nieve blanda. En cuanto perdemos un poco de altura salimos de las nubes y comprobamos que el palio negro se mantiene pegado a las cumbres de los tresmiles ocultando el sol como un tejado vaporoso. Afortunadamente el sol no puede traspasar el techo que nos ampara pero aún así el descenso se revela pesado por la gran cantidad de nieve en la que no podemos evitar hundirnos. Pese a todo el desnivel es grande y conseguimos perder altura sin pausa. Tras varias horas de pateo por nieve húmeda en la que la larga jornada se hace notar, conseguimos llegar de nuevo al barranco de Mardoneras y a la pedrera que sirve de vestíbulo al descenso por el bosque camino de la cabaña. Cuando ya no contábamos con ello, nuestra alegría es mayúscula al comprobar que la cabaña, donde habíamos dejado parte del equipo, se mantiene vacía. Tras cambiarnos y cenar, no esperamos mucho para meternos en los sacos y aguardar un merecido descanso.

Al día siguente, domingo, ya sólo nos quedaba levantarnos sin prisa para bajar en poco más de media hora hasta Viadós y el coche con el que pusimos rumbo sur más felices que unas castañuelas.

(Posets, del 15 al 17 de mayo de 2009)

El palio de nubes negras se cierne sobre las bordas de Viadós
que brillan bajo un rayo de sol




(c) Copyright del texto y de mis fotos: Joaquín Moncó

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