Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 14 de julio de 2010

DRAGONES DE PIEDRA (KOMODO, INDONESIA)



Los rangers del parque nos dijeron que las posibilidades de ver los dragones eran remotas, que eso no era un zoológico en el que echar cacahuetes, que era naturaleza libre y que los animales, por muy grandes que fueran, no iban a moverse de su reposo centenario al sol por unos occidentales dispuestos a fotografiarlos. Además, era época de apareamiento y eso reducía el porcentaje de avistamientos. No era por desmoralizar, pero que se nos quitase de la cabeza. Y todo esto lo decían con la seguridad que da un palo como única arma defensiva ante las tremendas criaturas que pueden alcanzar hasta tres metros de largo.

Pues no, no vimos un dragón de Komodo, no, vimos cerca de una decena. A cada recodo del camino o en la lontananza, un dragón erguía su cuello o agitaba la cola al sol indonesio. Incluso tuvimos que andar con cuidado de no ponernos en su camino. Aquello fue un festival. Eso sí, con la precaución necesaria de no molestar a esos bichos que por muy tranquilos y torpes que parezcan son capaces de moverse con gran agilidad. Y no es cuestión de probar el efecto de su poderosa mandíbula hogar de bacterias devastadoras capaces de tumbar a un búfalo en un santiamén.

Era una mañana espléndida en el parque de las islas Komodo y Rinca, al oeste de la isla de Flores, en agosto de 2007. Aunque ya tuve antes la oportunidad de contemplarlos metamorfoseados en piedra en las umbrías del Monkey Forest de Ubud, en Bali.

(Varanus komodoensis)



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STONE DRAGONS    (KOMODO, INDONESIA)

The park rangers told us that the chances of seeing the dragons were slim, that it was not a zoo where you throw peanuts, but it was free nature and animals, however big they were, and they would not move from its centenary rest in the sun for a little Western people ready to take a photo. Moreover, it was mating season and that reduced the percentage of sightings. A bit disheartening, but better forget it. And they said this with the security that may grant a mere stick as a defensive weapon against the terrible creatures that reach three meters long.

No, we did not see a Komodo dragon, no, we saw about a dozen. Each bend of the road or in the distance, a dragon stood waving his neck or the tail under the Indonesian sun. We even had to be careful not to get in their way. That was a dragon festival. Of course, with the necessary precaution not to disturb those lizards that, however awkward and peaceful they may seem, are able to move with great agility. And not a matter of testing the effect of their powerful jaws home of devastating bacteria that can knock down a buffalo in a heartbeat.

It was a beautiful morning in the Komodo and Rinca islands park, west of the island of Flores, in August 2007. Although I had the chance to watch them before metamorphosed into stone in the shadows of the Monkey Forest in Ubud, Bali.




(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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