Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

viernes, 23 de julio de 2010

ESPECTROS: STOK KANGRI 6137m (LADAKH, INDIA)


Arista en el Stok Kangri

Al llegar a la arista el sol me alcanzó e iluminó de pleno la cascada de nubes que cruzaba a toda prisa sobre el collado allá abajo y toda la cadena de los Kangri. Con el sol se levantó el viento que empujó el impetuoso río blanco de vapor contra el filo quebrado deshilachándose en guedejas fantasmales. El mundo a mis pies se iluminó de improviso revelando un horizonte inmenso de picos y valles ocres hasta donde alcanzaba la vista. En el borde del cielo las cimas brillantes de las cordilleras lejanas se confundían con los rebaños de nubes que trazaban la línea difusa entre tierra y azul. Por alguno de esos destellos, al noroeste, rondaba el K2 y demás cimas del Karakorum a vuelo de pájaro sobre Cachemira, más allá de Zanskar.

Cresta cimera. Útimos pasos

Como otras veces me ha sucedido, la salida del astro ejerció algún tipo de bálsamo sobre mi cuerpo que suele mostrarse perezoso y revuelto a la luz de los frontales caminando entre las sombras, pero que, con los primeros rayos, tiende a encontrar el equilibrio perdido en las horas lunares. Ya quedaba menos para la cima, tan sólo recorrer la cresta nevada hasta el cúmulo de banderas de oración tibetanas que marcaba el final del camino vertical mientras esparcían al viento miles de Om Mane Padme Um. Parecía al alcance de la mano. Con un vistazo al altímetro pude comprobar que ya estaba por encima de los 6000 metros de altitud. A pesar de la cota no notaba excesivo frío, el bajo cero de rigor. Ahora sólo andar con cuidado y ya está.

El horizonte se abre hacia el Karakorum al noroeste

Ese verano el monzón había superado la gran barrera del Himalaya y las lluvias habían llegado de improviso a Ladakh provocando que el Indo se desbordara y se inundara el valle del Markha. También había conseguido que el Stok Kangri ese año estuviera cubierto con más nieve de lo habitual en esas fechas y que luciera tapizado de blanco desde los pies a la cabeza. Una ascensión más agradecida de lo esperado. La arista se mostraba fácil pero había que remontarla con cuidado, que no se puede tropezar en esas lides. Algún flanqueo sobre la vertiente contraria que se despeñaba a pico, un rodeo a unas rocas, una nieve no muy consistente..., no se podía bajar la guardia. Pero lo que más dificultaba el ascenso era precisamente la altitud, esa barrera invisible que me obligaba a detenerme cada treinta pasos cuando mentalmente me hacía el propósito de no parar hasta la misma cumbre, esa telaraña inasible que, a pesar de encontrarme en plena forma y correctamente aclimatado, me abrazaba y me decía que me tomara las cosas con calma y que disfrutara del momento.

Stok Kangri entre las nubes

Y en esas estaba cuando, a mi izquierda, sobre el extenso mar de nubes que se iba formando en los valles bajos como un descomunal lienzo, el sol naciente quiso dibujar para mí el espectáculo extraño e insólito que raras veces se otorga. El mismo que Whymper vio sobre la arista del Cervino con ocasión de su gesta. El espectro de Brocken. Irreal, mágico, de otro mundo. Mi propia imagen distorsionada hasta extremos inconcebibles dentro de un halo irisado que parecía remedar cada uno de mis movimientos como en una burla siniestra. De algún modo hermoso. Dos espectros en la misma montaña.

Tan absorto me quedé que ni se me ocurrió inmortalizar el momento con mi cámara compacta que a duras penas respondía al frío. Superado el instante fugaz, continué mis pasos hasta alcanzar la cima del Stok Kangri.

(Ladakh, agosto de 2006)

Cumbre del Stok Kangri (6137m)



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GHOSTS:  STOK KANGRI (LADAKH, INDIA)

Reaching the ridge the sun hit me full and illuminated the waterfall of clouds that hurried across the col down there and the whole chain of Kangri. With the sun rose the wind that pushed the white and rushing river of vapours against the broken edge fraying it in ghostly locks. The world at my feet suddenly lit up revealing a vast horizon of peaks and brown valleys as far as the eye could see. At the edge of the sky the bright summits of distant ridges mingled with the herds of clouds that traced the blurred line between earth and blue. On one of those flashes in the northwest rised K2 and other peaks of the Karakorum as the crow flies over Kashmir, beyond Zanskar.

As other times, the sunrise acted like some kind of balm on my body which usually appears lazy and upset to the headlamp light while walking in the shadows, but, with the first rays, tends to find the lost balance in lunar hours. It was less for the top, just go through the snowy ridge to the cluster of Tibetan prayer flags marking the end of the vertical path while thousands of Om Mane Padme Um were scattered in the wind. It seemed close at hand. With a look at the altimeter, I saw that I was above 6000 meters high. Despite the altitude I did not feel too much cold, the usual freezing. Now just be careful and done.

That summer, the monsoon had passed the great barrier of the Himalayas and rains had come unexpectedly to Ladakh causing Indus overflow and flooding the valley of Markha. It also caused that the Stok Kangri was covered that year with more snow than usual a this time and that it shone carpeted in white from head to toe. An easier ascent than expected. The ridge looked smooth but I had to soar it up carefully, not stumbling by no means. Some flanking on the opposite slope that plunged down, a detour to some rocks, not very solid snow ... I could not lower my guard. But the climb was hindered the most by the altitude, that invisible barrier that forced me to stop every thirty paces when mentally I had intended not to stop until the very top; that elusive cobweb that, despite being in great shape and properly acclimated, hugged me and told me to take it easy and enjoy the moment.



And suddenly, to my left, over the vast sea of clouds that gathered in the lower valleys as a colossal canvas, the rising sun drawed for me a weird and unusual spectacle rarely granted. The same that Whymper saw on the Matterhorn's ridge when his achievement. The Brocken Spectre. Unreal, magical, otherworldly. My own shadow inconceivably distorted inside an iridiscent halo that seemed to mimic my movements as a sinister joke. Somehow beautiful. Two ghosts on the same mountain.

I was so absorbed that not even captured the moment with my compact camera that hardly worked in the cold. The fleeting moment past, I followed my steps to reach the Stok Kangri summit.

(Ladakh, August 2006)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

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