Jamás he estado en las Pribilof, esas islas del Mar de Bering hacia las que ponían proa en la maravillosa película El Mundo en sus Manos de Raoul Walsh. De momento me he quedado en la Alaska continental. Pero esa frase exclamada al frío viento del océano en el celuloide de 1952 siempre me ha sugerido las aventuras y emociones que, de alguna manera, intento encontrar en mis viajes.

miércoles, 28 de julio de 2010

RUMBO SUR: CARA NORTE DEL VELETA


Cara norte del Veleta

Aprovechando el buen tiempo en Sierra Nevada y dadas las dudosas condiciones del Pirineo, que fecha tras fecha se empeñaba en ponernos mala cara, en plena primavera me escapé con varios amigos rumbo sur en busca del llamado Canuto del Veleta. Con el invierno de copiosas nevadas que hemos tenido, las perspectivas de encontrar un buen panorama en las cumbres granadinas parecía halagüeño. Y así fue.

Aunque con suspense. El viernes por la noche las nubes se resistían a abandonar el cielo y algún que otro copo se dejó ver. El sábado amaneció envuelto en brumas y cuando nos bajamos del coche en el aparcamiento no se vía ni a tres ni a cinco en un burro o en toda la caballería. Afortunademente, según ascendíamos, las nieblas fueron abriendo arrastradas por un viento impetuoso que nos mostró las blancas lomas repletas de nieve.

Tras un rapel con mucho ambiente nos plantamos en lel corral del Veleta, auténtica caldera, porque el frío que pelaba expuestos al viento mientra esperábamos el turno para bajar se convirtió en calor sofocante en la aproximación hasta la base del corredor. Nos achicharramos hasta el punto de quitarnos chaquetas y forros y quedarnos en camiseta. Pero en cuanto comenzamos a remontar las primeras rampas heladas el frío volvió a aparecer, no en vano estábamos ya a tres mil metros. Una delicada travesía en nieve más dura de lo esperado para embocar el corredor y todo para arriba sin encordar pero con cuidado, que los crampones apenas entraban más que las puntas en varios tramos. La salida al collado fue espectacular, con la vista de la vertiente sur y todo el cordal hasta el Mulhacén y la Alcazaba. Desde ahí, para coronar la cima, hubo que hacer una travesía en nieve delicada y un par de largos en mixto por lo que sacamos a pasear la cuerda. La salida recta hubo que currársela en roca con crampones y estaba más cerca del IV que otra cosa. Seguramente la salida normal fuera por otro sitio...

Tras la foto de rigor en el hito y contemplar a un anglosajón en pantalones cortos y zapatillas de correr haciendo el energúmeno por allí, hora de descender.  De bajada una grieta se abrió a nuestros pies, casi como en un glaciar debido a los enormes espesores de nieve acumulados, y hubo que tirar de brazos para sacar a la víctima del atolladero. Una anéctoda más que contar mientras libábamos una cerveza con los últimos rayos de sol coronando el Veleta. A recogerse que el fresquito ya se notaba.

(Veleta, 15 de mayo de 2010)

A punto de rapelar hasta el corral del Veleta

Rapelando los desplomes

Subiendo por el corredor

Vista del corredor desde la parte superior

Alcazaba, Mulhacén y cordal de tresmiles desde la salida del corredor


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

viernes, 23 de julio de 2010

ESPECTROS: STOK KANGRI 6137m (LADAKH, INDIA)


Arista en el Stok Kangri

Al llegar a la arista el sol me alcanzó e iluminó de pleno la cascada de nubes que cruzaba a toda prisa sobre el collado allá abajo y toda la cadena de los Kangri. Con el sol se levantó el viento que empujó el impetuoso río blanco de vapor contra el filo quebrado deshilachándose en guedejas fantasmales. El mundo a mis pies se iluminó de improviso revelando un horizonte inmenso de picos y valles ocres hasta donde alcanzaba la vista. En el borde del cielo las cimas brillantes de las cordilleras lejanas se confundían con los rebaños de nubes que trazaban la línea difusa entre tierra y azul. Por alguno de esos destellos, al noroeste, rondaba el K2 y demás cimas del Karakorum a vuelo de pájaro sobre Cachemira, más allá de Zanskar.

Cresta cimera. Útimos pasos

Como otras veces me ha sucedido, la salida del astro ejerció algún tipo de bálsamo sobre mi cuerpo que suele mostrarse perezoso y revuelto a la luz de los frontales caminando entre las sombras, pero que, con los primeros rayos, tiende a encontrar el equilibrio perdido en las horas lunares. Ya quedaba menos para la cima, tan sólo recorrer la cresta nevada hasta el cúmulo de banderas de oración tibetanas que marcaba el final del camino vertical mientras esparcían al viento miles de Om Mane Padme Um. Parecía al alcance de la mano. Con un vistazo al altímetro pude comprobar que ya estaba por encima de los 6000 metros de altitud. A pesar de la cota no notaba excesivo frío, el bajo cero de rigor. Ahora sólo andar con cuidado y ya está.

El horizonte se abre hacia el Karakorum al noroeste

Ese verano el monzón había superado la gran barrera del Himalaya y las lluvias habían llegado de improviso a Ladakh provocando que el Indo se desbordara y se inundara el valle del Markha. También había conseguido que el Stok Kangri ese año estuviera cubierto con más nieve de lo habitual en esas fechas y que luciera tapizado de blanco desde los pies a la cabeza. Una ascensión más agradecida de lo esperado. La arista se mostraba fácil pero había que remontarla con cuidado, que no se puede tropezar en esas lides. Algún flanqueo sobre la vertiente contraria que se despeñaba a pico, un rodeo a unas rocas, una nieve no muy consistente..., no se podía bajar la guardia. Pero lo que más dificultaba el ascenso era precisamente la altitud, esa barrera invisible que me obligaba a detenerme cada treinta pasos cuando mentalmente me hacía el propósito de no parar hasta la misma cumbre, esa telaraña inasible que, a pesar de encontrarme en plena forma y correctamente aclimatado, me abrazaba y me decía que me tomara las cosas con calma y que disfrutara del momento.

Stok Kangri entre las nubes

Y en esas estaba cuando, a mi izquierda, sobre el extenso mar de nubes que se iba formando en los valles bajos como un descomunal lienzo, el sol naciente quiso dibujar para mí el espectáculo extraño e insólito que raras veces se otorga. El mismo que Whymper vio sobre la arista del Cervino con ocasión de su gesta. El espectro de Brocken. Irreal, mágico, de otro mundo. Mi propia imagen distorsionada hasta extremos inconcebibles dentro de un halo irisado que parecía remedar cada uno de mis movimientos como en una burla siniestra. De algún modo hermoso. Dos espectros en la misma montaña.

Tan absorto me quedé que ni se me ocurrió inmortalizar el momento con mi cámara compacta que a duras penas respondía al frío. Superado el instante fugaz, continué mis pasos hasta alcanzar la cima del Stok Kangri.

(Ladakh, agosto de 2006)

Cumbre del Stok Kangri (6137m)



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GHOSTS:  STOK KANGRI (LADAKH, INDIA)

Reaching the ridge the sun hit me full and illuminated the waterfall of clouds that hurried across the col down there and the whole chain of Kangri. With the sun rose the wind that pushed the white and rushing river of vapours against the broken edge fraying it in ghostly locks. The world at my feet suddenly lit up revealing a vast horizon of peaks and brown valleys as far as the eye could see. At the edge of the sky the bright summits of distant ridges mingled with the herds of clouds that traced the blurred line between earth and blue. On one of those flashes in the northwest rised K2 and other peaks of the Karakorum as the crow flies over Kashmir, beyond Zanskar.

As other times, the sunrise acted like some kind of balm on my body which usually appears lazy and upset to the headlamp light while walking in the shadows, but, with the first rays, tends to find the lost balance in lunar hours. It was less for the top, just go through the snowy ridge to the cluster of Tibetan prayer flags marking the end of the vertical path while thousands of Om Mane Padme Um were scattered in the wind. It seemed close at hand. With a look at the altimeter, I saw that I was above 6000 meters high. Despite the altitude I did not feel too much cold, the usual freezing. Now just be careful and done.

That summer, the monsoon had passed the great barrier of the Himalayas and rains had come unexpectedly to Ladakh causing Indus overflow and flooding the valley of Markha. It also caused that the Stok Kangri was covered that year with more snow than usual a this time and that it shone carpeted in white from head to toe. An easier ascent than expected. The ridge looked smooth but I had to soar it up carefully, not stumbling by no means. Some flanking on the opposite slope that plunged down, a detour to some rocks, not very solid snow ... I could not lower my guard. But the climb was hindered the most by the altitude, that invisible barrier that forced me to stop every thirty paces when mentally I had intended not to stop until the very top; that elusive cobweb that, despite being in great shape and properly acclimated, hugged me and told me to take it easy and enjoy the moment.



And suddenly, to my left, over the vast sea of clouds that gathered in the lower valleys as a colossal canvas, the rising sun drawed for me a weird and unusual spectacle rarely granted. The same that Whymper saw on the Matterhorn's ridge when his achievement. The Brocken Spectre. Unreal, magical, otherworldly. My own shadow inconceivably distorted inside an iridiscent halo that seemed to mimic my movements as a sinister joke. Somehow beautiful. Two ghosts on the same mountain.

I was so absorbed that not even captured the moment with my compact camera that hardly worked in the cold. The fleeting moment past, I followed my steps to reach the Stok Kangri summit.

(Ladakh, August 2006)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

miércoles, 21 de julio de 2010

FUEGO EN EL MAR (BIG ISLAND, HAWAII)



Una de las imágenes más espectaculares que se pueden contemplar hoy en día en la naturaleza (aunque para gustos todo el espectro de colores) es un volcán en pleno arrebato. Ver salir los fuegos del averno en estampida no tiene precio. Y si un lugar en el mundo puede jactarse de tener el volcán más activo de todos es Hawaii. En concreto la isla de Hawai'i (y no otra), también llamada Big Island, por eso de ser la más grande de todas las del archipiélago, posee los volcanes extinguidos, durmientes y activos más importantes del 50º estado, y Kilauea es quien se lleva la palma y los honores de ser el que que menos sestea del planeta.

Poder contemplar una furiosa erupción en toda regla o simplemente observar la lava de lejos, ya es cuestión de suerte. Yo me considero afortunado por poder haber disfrutado del espectáculo que supone un río de lava estrellándose contra las olas del océano Pacífico nada más y nada menos.

(Hawaii, agosto de 2009)







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FIRE AT SEA (BIG ISLAND, HAWAII)

One of the most spectacular images you can see today in nature (although there is no accounting for taste) is a volcano in full fury. To see all fires of hell rushing out is priceless. And if a place in the world can boast of having the most active volcano is Hawaii. In particular the island of Hawai'i (and no other), also called the Big Island because is the largest one in the archipelago, has the most important extinct, sleeping and active volcanoes of the 50th state, and Kilauea is who takes the cake and the honors of being the one that least sleeps on the planet. 
Watching a full-blown angry eruption or just see the lava from a distance is a matter of luck. I consider myself fortunate to have enjoyed the spectacle of a river of lava crashing into the waves of the Pacific Ocean.

(Hawaii, August 2009)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

BERBERISMOS (SIROUA, ATLAS, MARRUECOS)


Djebel  Siroua (3305 m)

Fascinado regresé de mi última aventura allende el estrecho gilbraltareño. Lo cierto es que hubiera sido más apropiado cruzar el brazo de mar surcando sus aguas como hicera Tarik allá por el siglo VIII y que le sirvió para bautizar el conspicuo promontorio que se alzaba y alza en esta orilla. Djebel-al-Tarik, que nosotros hemos deformado hasta casi hacerlo irreconocible.

Pero para que están los aviones sino para usarlos (y más los low-cost) y en un santiamén me planté con mis compañeros de fechorías en la cinematográfica Casablanca de la que no tuve oportunidad de ver ni el blanco de sus casas. De ahí a Marrakech, que es naranja se mire por donde se mire, y en un salto en el Atlas. En concreto el Antiatlas, el extremo sur de las zonas en que se divide, o más exactamente la divisoria entre el Alto y el Anti, en los valles en torno al Siroua.

Seis días de correrías a golpe de bota, mochila y mula, a base de tajin, cuscús y té con menta, por esos lares en los que no vimos ni un alma occidental ni un turista despistado que llevarnos a la boca. Tan poco frecuentados y tan solitarios son esos páramos, salvo por asnos, mulas, ovejas y locales, sin olvidar el intermitente canto del muecín que rasgaba la hondura de la noche cuando menos te lo esperabas. Casi pasamos por sombras bereberes.

Y ahí reside el encanto de este viaje relámpago, que alegremente pudimos librarnos de las hordas de blancos que después nos cercarían en la Medina, y disfrutar de la pura esencia de esa agreste tierra al borde del desierto, frontera entre las altas nieves del macizo del Toubkal y los verdes valles encajonados que se asoman temerosos a las ocres piedras del Antiatlas y las áridas extensiones del Sáhara. Porque desde el cumbre del Djebel Siroua, altivo volcan extinto que pudimos trepar hasta su cima, se otea un horizonte de dunas y espejimos donde las sábanas amarillas del Erg Chebbi se funden con la tremenda y soñolienta Argelia.

Pero si algo ha quedado dentro de mí después de tan fugaz periplo por el Atlas marroquí, además de los imponentes paisajes de agua y roca, verde y rojo, que nos asaltaban a cada instante, ha sido la presencia solemne y poderosa del pueblo bereber. Sus cantos, sonrisas y silencios.


(En Primavera de 2010, a caballo, mula o camello, de los meses de marzo y abril, en el Atlas) 


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BERBERISMS (SIROUA, ATLAS, MOROCCO)


Astonished I returned from my latest adventure beyond Gibraltar Strait. Certainly it would have been more appropriate to cross the channel sailing on the water as Tarik did in the eighth century before baptizing the conspicuous promontory that rised and rises on this shore. Jebel-al-Tarik, we have distorted it almost beyond recognition.


But the planes are to use them (and low-cost even more) and in the twinkling of an eye I landed along with my friends in the film Casablanca of which I had no chance to see even the white houses. From there to Marrakech, which is orange wherever you look, and then jumping to Atlas. Specifically, Anti-Atlas, the most southern of the areas into which is divided, or more precisely, the boundary between the High Atlas and Anti Atlas, in the valleys around Siroua.


Six days of raids backpacking on boot and mule, living on tajin, couscous and mint tea, for those parts in which we saw not a soul nor a disoriented Western tourist. So empty and lonely are those lands, except for donkeys, mules, sheep and local people, not to mention the frequent chant of the muezzin ripping the depth of the night when least expected. We were as Berber shadows.


And therein lies the charm of this quick trip. We could happily get rid of the hordes of white people that would surround us in the Medina later and enjoy the pure essence of this rugged land at the edge of the desert, border between the high snow of Toubkal massif and the green deep valleys that look shyly to the brown stones of the Anti-Atlas and the arid expanses of the Sahara. For from the summit of Djebel Siroua, proud extinct volcano that we could climb to its peak, it can be scanned a horizon of dunes and mirages where the yellow sheets of Erg Chebbi melt with the huge and drowsy Algeria.


But if anything is left inside of me after such a brief tour in the Moroccan Atlas, besides the impressive water and rock landscapes, green and red, that hound us the whole time, it was the solemn and powerful presence of the Berber people. Their songs, smiles and silences.


(Atlas, Morocco, Spring 2010)


(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

martes, 20 de julio de 2010

CABEZA BLANCA (ALASKA)



El águila de cabeza blanca, símbolo por antonomasia de los EEUU, ronda a su antojo por los árboles y ríos de Alaska, siendo la reina indiscutible del aire.

Haliaeetus leucocephalus. Bald eagle la llaman en inglés, cuando de calva no tiene un pelo (o pluma), ni de tonta, sino que cambia el plumaje cuando alcanza la madurez tornando la cabeza en copo de nieve y faro en las brumas eternas de las montañas del 49º estado.


Me dejó contemplarla repetidamente por tierras de Alaska en el lluvioso agosto de 2009.




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WHITE HEAD  (ALASKA)


The bald eagle, the ultimate symbol of USA hovers at will over Alaska trees and rivers, undisputed queen of air.

Haliaeetus leucocephalus. Bald eagle is called in English, but bald is not at all, it has feathers (no hair) and changes the plumage when reaching maturity turning its head into snowflake and into beacon in the eternal mists on the mountains of the 49th state.
 
It allowed me to watch it repeatedly on Alaska in the rainy August 2009.



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

CABALLOS EN LA NIEBLA: MIDI D'OSSAU


Midi d'Ossau desde el Soum de Pombie

 El Midi d’Ossau. No hace falta decir más. Una de las montañas más bellas del Pirineo, francés en este caso, y la preferida de muchos. Montaña emblemática, por lo extraña y diferente, por sus líneas mágicas que lanzan hechizos a quien las observa, por sus puntas y baluartes, las crestas y rocas amarillas, sus escaladas y trepadas, las tres chimeneas clásicas al alcance de la mano, el fotogénico corredor de La Fourche que desgaja el Petit Pic del Grand Pic, el descomunal Pombie-Souzon, los frondosos prados que lo rodean, los imponentes caballos que lo guardan.

He tenido que esperar hasta este mes de julio para hincarle el diente al gran diente volcánico pues por una razón u otra aún se había resistido a mis botas y manos. Sueño de verano entre nieblas matutinas que se agarraron a los valles en derredor modelando un mar de nubes blanco que no se retiró en toda la jornada. Soum de Pombie con los primeros rayos asaltando desde el horizonte quebrado, bajada al refugio y por la línea delicada que se arrastra por las praderías alcanzamos el col de Souzon desde donde contemplamos la obra que nos aguarda.

Trepando por la segunda chimenea

Tres chimeneas que esculpen una de las grandes clásicas pirenaicas y nos elevan hasta la cruz y, tras cruzar por Rein de Pombie, la cima doble. 2884 metros sobre el nivel del mar y algunos menos sobre el otro mar que acorrala al Midi como un galeón desmadejado en el océano. Un mar de nubes que se extiende por los valles y del que brotan dientes oscuros y afilados como arrecifes, nanutaks en un ártico estival. La tormenta sigue acechando en las cumbres vecinas que amontonan los cúmulos kilométricos de los que se libra el Midi d’Ossau.

Vistas desde la cima hacia la cumbre secundaria

Durante el descenso el panorama se irá aclarando sobre nuestras cabezas prologando el domingo espectacular que lucirá al día siguiente mientras a nuestros pies las nubes siguen arremolinándose. Destrepes y rápeles nos dejan a pie de montaña compartiendo la viandas con una marmota. De regreso, desde el Soum de Pombie nos adentramos en la niebla gris de la que surgen de improviso gigantescos caballos fantasmales. Día nublado y triste en los valles franceses, esplendorosa cumbre para nosotros.

(Midi d'Ossau, 17 de julio de 2010)

Mar de nubes a los pies del Midi



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó

jueves, 15 de julio de 2010

HACIENDO EL OSO (ALASKA)




El primero, el de verdad, el de pelo, garras y colmillos, de cientos de kilos en canal, con el estómago repleto de arándanos y quién sabe cuántas cosas más, se acercaba sinuosamente, olisqueando la brisa fría de la montaña que le traía aromas diferentes a los habituales. Avanzaba, pesado, casi sin vernos, pero rondando peligrosamente nuestra posición. Ya estaba por debajo de la distancia límite que advierten todos los folletos y carteles del Denali National Park en el caso de encuentros con grizzlies. Mejor retroceder serenamente, sin perderlo de vista, repasando mentalmente las indicaciones de qué hacer en caso de que la cosa se ponga peliaguda. Si es un oso pardo grizzlie (Ursus arctos horribilis), hacerse el muerto, si es un oso negro (Ursus americanus), mejor luchar, si es un Kodiak (Ursus arctos middendorffi), mejor que no sea un Kodiak..., aunque por suerte no estábamos en esa isla. Pero viéndolo ahí no parecía en absoluto la fiera terrible que nos pintan las crónicas, capaz de correr como el viento, trepar como los monos, nadar como las nutrias, comer como Gargantúa. Casi parecía un perfecto compañero de juegos en el que dormirse tan calentito arropado por su manta natural.

Las toneladas de nubes ocultaban la estampa magnífica del Denali que sabía enmarcaba el fondo de la escena. En esa ocasión tan sólo grises y negros en torno a la mole inmensa del McKinley que tuvimos la suerte de gozar en su esplendor en un vuelo rasante desde Talkeetna dos días antes cuando el sol lucía a su antojo. El glaciar Muldrow detrás de nosotros se derramaba impetuoso vertiéndose en miles de dedos de agua heladora que mis pies acababan de sufrir dolorosamente.

Y el oso cada vez más cerca. El oso que nos mira, nos valora, nos contempla en su dieta, nos desprecia. El oso que sigue su camino bamboleándose y perdiéndose entre las matas de arándanos.


El segundo, el de mentira, el de madera y varias capas de pintura, se dejó abrazar mimosamente en una parada camino del Parque Wrangell-Saint Elias después de zamparnos un menú del día regado con Alaskan Beer y coronado con tarta de... arándanos. Mucho más fiero e imponente que el del glaciar Muldrow, pero tranquilizadoramente mucho más quieto. Ni se inmutó cuando le rasqué detrás de las orejas. Hasta mostró su mejor perfil para la foto. (El oso es el que no lleva el chubasquero naranja)

Aún así, me quedo con el primero.

(Ambos osos los vi y me vieron en Alaska en agosto de 2009)



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ACTING THE BEAR    (ALASKA)

The first one, the real one, hair, claws and fangs, hundreds of kilos, stomach full of blueberries and who knows what else, approached sinuously sniffing the cool breeze of the mountain that brought him unusual scents. It walked heavy, barely seeing us, but prowling dangerously our position. It was below the limit distance that all the brochures and posters in Denali National Park warn  in  case of close encounters with grizzlies. Best back calmly, without losing sight of, mentally checking the instructions on what to do in case things get tricky. If a grizzly, play deadif a black bear, best fight; if a Kodiak bear ... pray for not a Kodiak ... but luckily we were not on Kodiak island. But that time it did not appear at all the terrible beast that the news tell, which can run like the wind, climb like a monkey, swim like an otter, eat as Gargantua. It almost seemed a perfect playmate in which sleep so warm wrapped for its natural blanket.

Tons of clouds hid the superb picture of the Denali I knew that framed the background of the scene. At that time only grey and black around the immense bulk of McKinley but we were fortunate enough to enjoy its splendor on a low-flight from Talkeetna two days earlier when the sun shone gloriously. Muldrow Glacier behind us poured wildly in thousands of fingers of freezing water that had just suffered my feet painfully.

And the bear getting closer. The bear looks at us, values ​​us as part of its diet, despises us. The bear follows its way swaying and disappears among the blueberries bushes.

The second one, the fake one, wood and paint layers, let me cuddle it at a stop in the way to Wrangell-Saint Elias Park after wolfing down a meal watered with Alaskan Beer and topped with blueberries cake.... Much more fierce and awesome than the Muldrow Glacier's bear, but much more shoothingly still. It did not even blink when I scratched behind its ears. Even it showed its best side for the photo. (The bear is the one not wearing the orange raincoat)

Still, I prefer the first.

(Both bears saw me and I saw them in Alaska in August 2009)



(c) Copyright del texto y de las fotos: Joaquín Moncó